30 de enero 2013 - 11:18

Gil Navarro: "A cierta edad, no arriesgarse es como morir"

Juan Gil Navarro
Juan Gil Navarro
En agosto cumplirá 40 años, una «edad límite para asumir toda clase de riesgos». Así lo asegura Juan Gil Navarro citando a su admirado Laurence Olivier: «Hay que romperse los huesos de joven porque sueldan más rápido. Si no, uno corre el riesgo de transformarse en un actor-obrero, de esos que hacen su trabajo en forma mecánica y rutinaria.» Gil Navarro encabeza la segunda temporada de «Cock» (Paseo La Plaza), en donde interpreta a un homosexual confundido y a punto de abandonar a su novio para formar familia con la mujer que lo sedujo. El actor disfruta, además, de su primer protagónico televisivo en la comedia «Mi amor, mi amor» (lunes a jueves, 23.30 hs. por Telefé). En ambas ficciones encarna a dos indecisos que no saben lo que quieren (o a quiénes quieren).

Periodista: Usted llegó a «Cock» tras la partida de Leonardo Sbaraglia ¿Lo convocaron por su labor en «Graduados»?

Juan Gil Navarro: Lo pensé, pero el gay de «Graduados» no tiene nada que ver con Juan, el homosexual de «Cock». Quien haya gustado del personaje y quiera verlo en vivo, se va a encontrar, felizmente, con algo muy distinto. El Willy de «Graduados» era un un cheto, un upper class, un snob. Para componerlo me inspiré en unos pavotes, clasistas y homofóbicos que conocí en la Zona Norte y que me miraban por encima del hombro cuando decía que era actor. Después Willy fue saliendo del closet y resultó muy querible. En «Cock», el autor (Mike Bartlett) plantea que ya no tiene sentido ponerle rótulos a la sexualidad. Superar esa disyuntiva es el primero de otros tantos closets que tiene que abrir Juan. El «no elegir», ni tomar decisión alguna, es una de sus armas más destructivas, para él y para los demás. Como cuando uno maneja: son más peligrosos los boludos que los hijos de puta. Porque a los segundos uno los ve venir, a los otros no.

P.: Después de «Rey Lear» y «Las brujas de Salem» aceptó trabajar en una comedia bastante más liviana.

J.G.N.: Cuando vine a ver «Cock» con mi mujer sentí que el personaje tenía que ver conmigo. Yo también salí del closet, pero en otras áreas, porque cuando uno trata de crecer va rompiendo puertas. Por ejemplo, todo esa pavada de los premios, es otro closet que quiero dejar atrás. No creo que estar pendiente de algo así sea la mejor forma de crecer. Los actores que admiro -hablando mal y pronto- se han cagado en los moldes y eso está bueno. Lo peor que uno le puede pasar es creer que tiene un estilo o que es el mejor actor de su generación. Eso del «carrerismo» y la trayectoria es un invento del siglo XX. Como bien dijo Johnny Depp en una entrevista: «¿Qué es esa pavada del «oficio»? Hay momentos en que uno está bien y otros en que la pifia».

P.: ¿Es cierto que aceptó trabajar en «Cock» por la premisa: «No importa con qué (sexo) te acuestes, sino con quién te acuestes»?

J.G.N.: Sí y también por otra frase que dice mi personaje: «esto no es lo que yo quiero pero es lo más fácil». Yo me he encontrado muchas veces en la disyuntiva de elegir entre el camino más fácil y el más arriesgado. Lo hablamos con Joaquín Furriel: si a esta edad no buscamos una singularidad y no nos arriesgamos, ya no lo vamos a hacer más. No arriesgarse es como morir. Además tenemos la responsabilidad de darle lo mejor a la gente que hace el esfuerzo de poner 200 mangos para ver una obra de teatro comercial.

P.: ¿Qué busca el público en el teatro comercial?

J.G.N.: Algo parecido a lo que se siente en el circo ante un tipo que camina sobre la cuerda floja. Por supuesto, uno no quiere que se caiga pero disfruta de ese momento de tensión. Y aunque el tipo caiga en la red, va a merecer un aplauso porque lo que prima es la entrega, el riesgo.

P.: ¿Y qué nos puede decir de los espectadores que comen o envían mensajes de texto durante la función?

J.G.N.: ¿Lo dice por el incidente que tuve en «Las brujas de Salem»?

P.: Sí. ¿Fue por una bolsa de caramelos?

J.G.N.: ¡Peor! Eran cuatro chicas haciendo un ruido espantoso con unas papas fritas. Aproveché un parlamento de Rita Cortese para acercarme y le dije a una de ellas: «Dame las papas». Me entregó el paquete abierto, pero como vi que tenía otro en la falda, insistí: «Dame todo». Dejé las papas en una de las patas del escenario y la función continuó normalmente, hasta que sonaron cuatro o cinco celulares casi sobre el final. En los saludos, paré el aplauso y dije: «ver teatro hoy es un verdadero privilegio, sobre todo si uno tiene la plata para venir al circuito comercial. Los que creen que por tener dinero pueden venir al teatro a hacer lo que quieran regalen esa guita a quien no tienen recursos y quedense en su casa mirando televisión».

P.: Y con eso reivindicó a su colega, Gonzalo Heredia, que por esos días había sido agredido verbalmente por un espectador durante una función de «El montaplatos».

J.G.N.: Yo tenía en la memoria a Alfredo Alcón que había parado a una señora que sacaba fotos, justamente en «Rey Lear». Al terminar la función le dijo: «¿Usted cree que somos monos, que puede venir acá a hacer lo que quiera porque paga?». En Londres me contaron que, en tiempos de Shakespeare, los nobles podían interrumpir la función y el actor tenía que hacer una reverencia y luego dar un resumen rápido de lo acontecido. Acá hay espectadores que pretenden manejarse de la misma manera. Pero, por mí puede venir la reina de Inglaterra. No voy a permitir que nada, ni nadie interrumpa el trabajo de los actores.

Entrevista de Patricia Espinosa

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