6 de septiembre 2002 - 00:00
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Juan Dargenton
Periodista: ¿Cómo fue que se decidió a cambiar el piano por el bandoneón?
Juan Dargenton: La verdad, mi primera relación con el bandoneón fue de casualidad; un amigo, en Boston, me trajo uno para que lo tuviera en mi casa. En ese momento, quise tocarlo pero no hubo caso; me resultó imposible. Tiempo después, tocando con Marcelo Nisinman -que ahora está viviendo y trabajando en Europa-, volví a engancharme; esta vez me metí más a fondo y finalmente pude hacerlo sonar. De todos modos, soy casi un autodidacta con el instrumento. Rodolfo Mederos me dio algunas clases y me encaminó, pero a partir de lo que yo ya estaba haciendo.
J.D.: No es que los haya abandonado. Sólo que en este momento me siento mejor representado por lo que estoy haciendo, más cercano al tango. Me interesa muy especialmente lo emotivo, la unión de la expresión con la improvisación. Quizá el mejor modelo para mí sea Piazzolla, que pudo combinar distintos lenguajes. Diría que el tango es un lenguaje común a todos; es una ac-D.C. titud, un símbolo de socialización. Me parece que durante el siglo XX, así como a la música popular le cupo el espacio de la emotividad, la música clásica se quedó en lo conceptual.
P.: ¿No asocia su búsqueda a una corriente neoclásica que está invadiendo toda la música por estos tiempos?
J.D.: No lo había pensado así. Creo que ese neoclasicismo, que vemos tanto en la música clásica como en la popular, está asociado a una cuestión comercial. De hecho, si un músico argentino quiere tocar en Europa o en los Estados Unidos, le será más fácil si interpreta tangos conocidos del pasado o acompaña a bailarines.
P.: Pero en su último disco, más allá de su formación en música electrónica, es fuertemente acústico.
J.D.: Sí, porque creo que la esencia está en lo acústico, en la pureza sonora de instrumentos como el piano, el bandoneón, el violín o el contrabajo. La electrónica tiene su verdad, pero hay un significado especial en los instrumentos tradicionales. En todo caso, prefiero jugar lo moderno en lo melódico, lo armónico o lo formal.
P.: ¿Le gusta que lo definan como un artista de «crossover»?
J.D.: No me preocupa el tema de las definiciones. En Estados Unidos hay menos rollo con esta posibilidad de mezclar lenguajes. En todo caso, hasta Stravinsky o Bartók ya eran artistas de «crossover». Cada uno trabajó a partir de la música de sus lugares; eso les dio autoridad. Yo trato de encontrar esa autoridad en el tango, que es mi música. En ese sentido, me parece buena una frase que leí de Astor Piazzolla: «La música tiene que tener raíz». Por ese camino quiero andar.



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