2 de octubre 2001 - 00:00
Importante muestra de Rodin en Bellas Artes
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Rodin se emancipa de la estatuaria clásica e inicia, en la segunda mitad del siglo XIX, un formato diferente para las obras tridimensionales. La obra se acerca más a la pintura y creemos que, en ese sentido, Rodin anuncia el fin del clasicismo, llevando a cabo una ruptura epistemológica, que inicia el modernismo.
Las obras tridimensionales y figurativas en el arte tradicional, habitualmente dioses o héroes, en tamaños naturales o más grandes, se identificaban con la estatuaria y con una base que las destacaba del espacio que las rodeaba. Así lo planteaba L.B. Alberti, a comienzos del Renacimiento, y en el tratado «Sobre la estatua», se refería a tres técnicas: de los talladores, de los que añadían y de los moldeadores. Ese concepto de estatuaria clásica que se mantuvo por varios siglos, fue rechazado por el gran crítico y anticipador Charles Baudelaire, quien en el Salón de 1846, se preguntaba por qué la escultura era aburrida. De sus escritos sobre el arte interesan todavía hoy las reflexiones estéticas del gran poeta. Empieza rescatando a la burguesía, sin duda para quebrar las propuestas del positivismo y el socialismo, que sólo aceptaban un arte subordinado. A los burgueses les indica, comentando el Salón de 1846: «Necesitan ustedes del arte, que es un bien infinitamente precioso.»
Pero pronto, a partir de los episodios de 1848 y 1851, esta alianza se le revelará a Baudelaire como una quimera y pasará al ataque de la burguesía. Ser moderno para él no consistía en adorar el progreso material, sino en ejercer la imaginación creadora. El artista «no debe copiar la naturaleza». Debe ser fiel sólo a su propia naturaleza y el héroe de la vida moderna es el artista.
La crítica ejercida, no ya por un teórico, sino por un artista, la desarrolla Rodin, separando la escultura de las obras conmemorativas emplazadas en las ciudades. Hay que recordar que fue el primero que dejó de lado el clásico pedestal, haciendo que sus figuras surgieran en el espacio, independientemente de sus apoyos. Por ello, Rodin, tan polémico para sus contemporáneos, fue el símbolo de la nueva escultura, en la que el valor artístico trasciende, y va más allá de la función ornamental o simbólica.
Su visión de la figura humana genera una propuesta bien diferente que lo lleva a deconstruir las figuras y presentarlas con una visión de exaltación que toma sin lugar a dudas de Miguel Angel, a quien había descubierto en su viaje a Italia, en 1875. En él encuentra la energía expresionista que había sido tan discutida por la tradición académica.
Podemos decir que Rodin, reivindica la escultura y genera el caldo de cultivo que luego desarrollan los grandes maestros, del siglo XX. En ese cambio tan importante, hay que mencionar las figuras de sus discípulos, Antoine Bourdelle (1861-1929), Charles Despiau (1874-1926) y Camille Claudel (1864-1919); así como algunos escultores alemanes expresionistas y el italiano Medardo Rosso (1858-1928). En 1911 el Estado francés compra el Hotel de Biron y el proyecto del Museo Rodin se concreta, cuando el artista dona su obra.
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