2 de octubre 2001 - 00:00

Importante muestra de Rodin en Bellas Artes

El beso.
"El beso".
El Museo Nacional de Bellas Artes inaugurará el 11 de octubre la muestra Rodin en Buenos Aires. Esta es la tercera vez en el año que Bellas Artes se asocia a importantes museos del exterior: la primera con la National Gallery de Canadá, luego con el Museo Reina Sofía de Madrid y ahora con el Museo Rodin de París.

La exposición -que estará integrada por veintiséis obras de Rodin y cuarenta de los contemporáneos franceses, patrimonio de Bellas Artes; junto a veintisiete esculturas y tres dibujos del Museo Rodin de París-es sin duda una de las más importantes del año porque Auguste Rodin (1840-1917), marca la introducción del modernismo, ya que este gran maestro francés lleva a cabo la ruptura con la estatuaria clásica y posibilita la apertura que se desarrollará en la escultura del siglo XX. El Museo Nacional de Bellas Artes ha trabajado en forma directa con el Museo Rodin, para exponer obras de este gran artista francés; y es oportuno recordar que el diálogo con Rodin lo inició su primer director, Eduardo Schiaffino. Por esa razón, Rodin regaló al museo su escultura paradigmática «El beso», en 1908.

Del amor culpable, manifiesto en los grupos de la serie de «La puerta del infierno», Rodin pasa a la representación visual del amor, en la que una fuerza interna une en enlaces singulares y abrazos, a seres que así manifiestan la expansión de su energía vital y su felicidad compartida. Esta desmitificación y la representación del amor como parte del comportamiento de todo ser humano provocó una fuerte reacción en sus contemporáneos que juzgaron como crudamente realista e impúdica a «El beso» (escena aceptada y gozada siempre que se diera en un contexto mítico o literario).

Entre 1864 y 1872, Rodin colabora como ornamentador con A.E. Carrier Belleuse, para quien viaja a Bélgica (1871) donde trabaja en la Bolsa de Bruselas. El nombre de Rodin se afianza desde 1877, cuando es aceptado en el Salón, donde presenta «El vencedor» (luego «La edad de bronce»). En 1880, le encomiendan una puerta para el Museo de Artes Decorativas, en la que trabaja hasta su muerte: «La puerta del infierno», en la que surgen muchas de sus más célebres esculturas. Cuatro años más tarde, cuando recibe el en-cargo para el monumento de los «Burgueses de Calais» (una de las obras paradigmáticas del inicio del modernismo en el XIX), ya es reconocido como un maestro.

El poeta Raimer María Rilke (1875-1926), captó el carácter universal y a la vez humano, no idealizado, de esos personajes, cuando señaló que Rodin «Creó al viejo hombre con los brazos caídos que tiene debilitadas las articulaciones y una expresión de cansancio (...) Creó al hombre que sostiene con las dos manos la cabeza gacha, como para recogerse (...)». En 1902, Rilke fue asistente del gran revolucionario de la escultura.
Rodin se emancipa de la estatuaria clásica e inicia, en la segunda mitad del siglo XIX, un formato diferente para las obras tridimensionales. La obra se acerca más a la pintura y creemos que, en ese sentido, Rodin anuncia el fin del clasicismo, llevando a cabo una ruptura epistemológica, que inicia el modernismo.

Las obras tridimensionales y figurativas en el arte tradicional, habitualmente dioses o héroes, en tamaños naturales o más grandes, se identificaban con la estatuaria y con una base que las destacaba del espacio que las rodeaba. Así lo planteaba
L.B. Alberti, a comienzos del Renacimiento, y en el tratado «Sobre la estatua», se refería a tres técnicas: de los talladores, de los que añadían y de los moldeadores. Ese concepto de estatuaria clásica que se mantuvo por varios siglos, fue rechazado por el gran crítico y anticipador Charles Baudelaire, quien en el Salón de 1846, se preguntaba por qué la escultura era aburrida. De sus escritos sobre el arte interesan todavía hoy las reflexiones estéticas del gran poeta. Empieza rescatando a la burguesía, sin duda para quebrar las propuestas del positivismo y el socialismo, que sólo aceptaban un arte subordinado. A los burgueses les indica, comentando el Salón de 1846: «Necesitan ustedes del arte, que es un bien infinitamente precioso.»

Pero pronto, a partir de los episodios de 1848 y 1851, esta alianza se le revelará a Baudelaire como una quimera y pasará al ataque de la burguesía. Ser moderno para él no consistía en adorar el progreso material, sino en ejercer la imaginación creadora. El artista «no debe copiar la naturaleza». Debe ser fiel sólo a su propia naturaleza y el héroe de la vida moderna es el artista.

La crítica ejercida, no ya por un teórico, sino por un artista, la desarrolla
Rodin, separando la escultura de las obras conmemorativas emplazadas en las ciudades. Hay que recordar que fue el primero que dejó de lado el clásico pedestal, haciendo que sus figuras surgieran en el espacio, independientemente de sus apoyos. Por ello, Rodin, tan polémico para sus contemporáneos, fue el símbolo de la nueva escultura, en la que el valor artístico trasciende, y va más allá de la función ornamental o simbólica.

Su visión de la figura humana genera una propuesta bien diferente que lo lleva a deconstruir las figuras y presentarlas con una visión de exaltación que toma sin lugar a dudas de
Miguel Angel, a quien había descubierto en su viaje a Italia, en 1875. En él encuentra la energía expresionista que había sido tan discutida por la tradición académica.

Podemos decir que
Rodin, reivindica la escultura y genera el caldo de cultivo que luego desarrollan los grandes maestros, del siglo XX. En ese cambio tan importante, hay que mencionar las figuras de sus discípulos, Antoine Bourdelle (1861-1929), Charles Despiau (1874-1926) y Camille Claudel (1864-1919); así como algunos escultores alemanes expresionistas y el italiano Medardo Rosso (1858-1928). En 1911 el Estado francés compra el Hotel de Biron y el proyecto del Museo Rodin se concreta, cuando el artista dona su obra.

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