«Katyn» (Polonia, 2007, habl. en polaco, ruso, alemán). Dir.: A. Wajda. Guión: A. Mularczyk, A. Wajda; Int.: M. Cielecka, A. Zmijewski, M. Ostaszewska, A. Chyra, W. Kowalski, M. Komorowska, O. Dracz, O. Savkin, A. Pawlicki.
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Estremece Wajda con su crónica de una masacre 1943, Polonia bajo el yugo nazi. Ante los reclamos de una mujer, un oficial alemán hace que le proyecten el registro fílmico de una excavación en el bosque de Katyn, donde acaban de hallarse miles de cuerpos de oficiales polacos, al parecer fusilados por los rusos que los tenían prisioneros. Seguimos la explicación del oficial, y asistimos al posterior mareo en la calle de esta pobre mujer (basta un seguimiento breve, un preciso movimiento de cámara, para que también nosotros sintamos el mareo).
1946, Polonia es un país socialista. Vemos de nuevo ese mismo registro, pero ahora en una sala de cine, como parte de un noticiero, y con una locución que en forma enfática adjudica ese crimen a los nazis. ¿Por qué no? Se sabe que han hecho cosas espantosas. Lo que en ese momento aún no trasciende, son las cosas espantosas que hizo y sigue haciendo el estalinismo. Esta vez, a la salida del cine, no hay mareo, sino indignación. El mismo material ha servido a ambos bandos, pero una sola es la verdad. ¿Y cómo saberla y demostrarla, cómo gritar siquiera una sospecha bajo la dictadura, y desnudar públicamente a los reales asesinos, y la corte de obsecuentes que los protegen? No sÓlo eso. Se impide hablar de Katyn, y también de Tver y Jarkov, y de los propios muertos. Los deudos empiezan a ser mirados con recelo. Muchos son «enemigos del pueblo», y lo serán hasta 1989, cuando el régimen termine de podrirse.
Esto es lo que nos cuenta el veterano maestro Andrzej Wajda. Y sabe muy bien de qué habla: su padre, el capitán Jakub Wajda, fue uno de los casi 15.000 oficiales de la intelligentzia y la reserva polacas, asesinados por el comisariado político soviético el 5 de marzo de 1940, al solo efecto de evitar un auténtico ejército nacional. Él muestra de qué forma los mataron, cómo murieron de pie, muchos de ellos con el rosario o el crucifijo en la mano. Y muestra también la lucha que vio cumplir desde entonces a tantas viudas y huérfanas, reclamando la verdad ante las versiones oficiales siempre confusas y mezquinas, una verdad que Rusia reconoció recién en 1990. Pero no hay ningún Jakub Wajda en este film. La historia familiar está representada en la de todas las familias, en la historia del país, y en la de una esperanza contra toda esperanza.
«La mía es una película especial en mi larga carrera como director. Nunca pensé que viviría para ver la caída de la URSS, o que la libertad de Polonia me daría la oportunidad de retratar en la pantalla el crimen y la mentira de Katyn», dijo el maestro. Su nueva obra permite, asimismo, hacer una relectura de aquellas que en su juventud dedicó a los héroes del ejército de su padre, como «Generación», «La patrulla de la muerte (Kanal)», o «La flecha blanca», que los comunistas debieron aprobar a regañadientes, como aprobaron después «Cenizas y diamantes», «El hombre de mármol», y varias otras que los enfrentaba sin miedo. Una vida de lucha, que todavía sigue.
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