13 de marzo 2001 - 00:00
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Lucrecia Martel: En absoluto. En Berlín no hicimos ninguna clase de lobby; presentamos la película y nos sentamos a esperar. Y eso es lo que más me alegra, que se fue haciendo sola su propia fama. Ahora nos esperan el Festival de Toulouse, el estreno el 29 de marzo en Salta, el 5 de abril en Buenos Aires, y a partir del 12 la acompañaré por el resto de las provincias. Aunque yo la acompañe en Buenos Aires, el estreno para mí más valioso es el de Salta.
P.: ¿Se propuso hacer algún tipo de reivindicación de costumbres provinciales en el film?
L.M.: Me dicen algunos que la película tiene aspectos costumbristas y reivindicación de personajes locales. Otros me han llegado a decir que es una defensa de la siesta. No pretendo eso, ni enfrentar los encantos de la provincia con los de Buenos Aires, simplemente pongo una historia en un cuadro, y una historia que conozco desde chica.
P.: Una de las cosas que más sorprende es el estilo, la forma con la cual usted cuenta la historia.
L.M.: Cuando tomé la decisión de tomar distancia de la historia en sí, para contarla a través de los detalles, entonces son estos detalles los que cobran especial importancia. Afortunadamente, ningún espectador va a dejar de notarlo. Con el montajista Santiago Ricci, un muchacho muy joven, nos planteamos hacer cada escena sin comienzos ni finales, y eso fue muy bien considerado en Berlín. Creo que es una forma de exponer eso muy íntimo propio del cine, que contradictoriamente también posee una parte muy fuerte de exposición pública, pero si uno decide exponer tanto eso íntimo es porque tiene mucho de grito.
P.: Menos mal que lo hizo así, porque si no, la angustia sería mucho más intensa.
L.M.: A propósito de eso, aunque lo que mostramos es un drama, durante el rodaje nos divertimos mucho, y en especial por el enorme sentido del humor de Graciela Borges, especialmente el humor negro, porque atrás de su estilo de señora hay una persona que muy pocos conocen. Tanto es así que varias veces tuvimos que parar la filmación porque nos tentábamos de risa.
P.: ¿Cómo fue el trabajo con los niños, con el elenco joven?
L.M.: Me preocupaba mucho la heterogeneidad de experiencias, por eso nos tomamos el debido tiempo para el casting buscando chicos que respondieran a los personajes, cosa que se sintieran cómodos; en eso me fue muy útil mi experiencia en Magazine Forfait durante 3 años en televisión. Hay ciertas formas de acercarse para que ellos puedan liberarse de caer en el peligro de los modelos reconocidos de actuación, que son horrorosos. Para liberarlos de esa pretensión de querer actuar bien y que salga todo mal. Yo quiero que salga en pantalla lo que son los chicos, que son más complejos que lo que suele pensarse. Mi otra inquietud era saber cómo se relacionarían los chicos con actrices conocidas, y sobre todo con Juan Cruz Bordeu, que era todavía más conocido para ellos por ser un actor juvenil. Por eso también dedicamos un tiempo de acercamiento hasta que se rompiera la inhibición propia de todo niño frente a lo que ve como una estrella.
P.: ¿Dónde estudió cine?
P.: Que estuvo entre lo mejor de «Historias Breves».
L.M.: Lo bueno es que charlamos mucho entre todos los participantes (Bruno Stagnaro, Adrián Caetano, Daniel Bur man, y otros), y tuvimos interés de la prensa y apoyo del INCAA. Lamento que ese impulso de «Historias Breves» no haya seguido. Pensé que iba a ser un foco de reactivación del cine argentino, y a la tercera edición ya se pinchó.
P.: Después usted hizo dos documentales para una serie sobre mujeres célebres.
L.M.: En uno, sobre Silvina Ocampo, trabajé con dos mujeres bárbaras, Graciela Speranza y Adriana Mancini. Nos interesaba lo que Silvina Ocampo tan fácilmente propone en su vida y su literatura: bucear en lo íntimo. Por suerte estaban su casa, y varias de las personas que trabajaron en su casa, esa clase de personas que ella solía involucrar en sus relatos. Cuando fuimos, la suya era ya una tí-pica casa de personas muy viejas, donde se acumula un desorden de años, y su viudo, Bioy Casares, ya estaba muy enfermito. Pero en ese desorden encontramos unas cintas de audio, grabadas en un viejo Geloso, alucinantes. Eran cintas donde Jorge Luis Borges y otros amigos hacían chistes, y Silvina jugaba con su voz, grabando canciones de un humor tan negro, y un espíritu muy juvenil, que yo creía impensado para su edad.
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