22 de enero 2003 - 00:00
Magris examina al individuo puesto a prueba por el caos
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Magris, que ha escrito con lucidez sobre la ambivalencia de todo reconocimiento público, no ha dejado de ser el profesor de literatura a quien un día le sorprendió la fama. Su obra maestra, «Danubio», le permitió, contra todo pronóstico, llegar al público. Diálogamos con él.
Periodista: En «Lejos de dónde», su libro sobre Joseph Roth, se narra y explica el éxodo de los hebreos de la Europa oriental en la primera mitad del siglo pasado.
Claudio Magris: «Lejos de donde» es un libro central en mi obra porque aparece el tema, que me obsesiona, de la crisis del individuo y de la simultánea capacidad de resistir frente a la amenaza de la disgregación existencial y psicológica. Se trata de describir la tensión entre lo precario de toda forma de identidad personal estable y la voluntad tenaz del individuo de percibir en el mundo cualquier atisbo de unidad. Cuando el hombre fue más fuertemente cercado y oprimido ha sido capaz de desarrollar formas de resistencia más perfectas. La cultura hebraico-oriental, la civilización de esa última diáspora y del exilio, representan un ejemplo histórico extraordinario de cómo el individuo desarraigado, constreñido a vivir aislado y sin el apoyo de las grandes construcciones políticas y estatales, se repliega en su realidad personal y familiar, en el plano de sus afectos, pero de un modo no retórico sino intensamente real. Y esto, que en parte descubrí con la escritura de este libro, es algo propio no sólo de la cultura judía sino de la condición humana, y quizás por eso reaparece de mil formas en el resto de mi obra.
P.: ¿Es una forma de resistencia frente a la modernidad?
C.M.: No exactamente. Aunque es constante la conciencia de estar sometidos a una ley objetiva, en autores como Alejchem o Bergelson, de los que hablo mucho en el libro, no hay ninguna forma de nostalgia restauracionista frente a los valores de la modernidad. Cuando el hebreo oriental sale del mundo perfecto y cerrado del shtetl experimenta, frente a la ley que rige su vida individual y comunitaria, el caos del mundo, con su extrema dosis de negatividad. No hay regresión sino un paso por la realidad ajeno a cualquier forma de retórica. Los valores que defienden no pertenecen al pasado. Para ellos los valores, cuando son auténticos, tienen que estar presentes siempre con toda su actualidad. Fíjese en el título del libro, en esa bella expresión, «Lejos de dónde», que proviene de un cuento jasídico en el que dos amigos se encuentran camino de la estación. Uno de ellos le pregunta al otro que adónde va, el otro le contesta que se va a la Argentina, y el amigo le dice: «Pero eso está muy lejos», a lo que el otro responde: «¿Lejos?, ¿lejos de dónde?», queriendo significar que el judío, con su tradición del Libro, no refiere su vida a una centralidad espacial concreta y, por tanto, aunque se encuentre lejos de todo, en realidad nunca está alejado de nada, porque de alguna forma lleva consigo su propio centro de referencia.
C.M.: Me había enfrentado con la obra de Roth en mi libro que trata de la presencia del mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna. Naturalmente, había todavía muchas cosas que quería decir y por eso comencé este otro libro pero, a la vez, mi verdadero interés entonces se dirigía en efecto a la obra de Isaac Singer. Roth se transformó en un hilo conductor para abordar a los autores que encarnaban directamente el problema del judaísmo. Es el caso de Singer y de los otros clásicos de la literatura yiddish que, sin ser mejores ni peores que Roth, representan el problema desde dentro. Yo tenía la impresión de no poder acceder a ese núcleo directamente y por eso opté por la vía indirecta, que me permitía el análisis de la obra de Roth. Por otra parte, todo ensayo debe en cierto sentido trasladar el objeto de su interés. De la misma manera que se escribe una poesía sobre una margarita pero en realidad se está hablando del amor a una mujer, el ensayo es como una metáfora que permite hablar de otra cosa. En ese sentido he tomado a Roth para hablar del conjunto de este mundo cultural y literario que para mí es tan importante.
P.: ¿Quiere decir que Joseph Roth en realidad no pertenecía del todo al mundo de los judíos orientales?
C.M.: No. Como tampoco pertenecía a ese mundo Kafka, que miraba con nostalgia y admiración a los actores yiddish ambulantes pero sabiendo que no pertenecía ya a ese mundo. Singer, en cambio, a pesar del exilio, nunca salió del sthetl, aunque sus fronteras estuvieran constituidas por una geografía que no era real sino literaria. He llegado a viajar a Polonia oriental para buscar la geografía literaria de Singer, las pequeñas aldeas de las que habla, Yampol, Frampol, pero no las encontré ya que habían sido destruidas y no existían fuera de la obra de Singer. Para mí su lectura fue una epifanía porque en su obra no hay nostalgia sino presencia de la vieja legitimidad en un mundo que nunca ha dejado de ser lo que era. Ese fue el descubrimiento que me deslumbró en esa literatura pero, para entrar en ella, tuve que hacerlo desde la perspectiva de Roth, que era alguien que también estaba fuera de ese mundo.
P.: Toda esta problemática de la necesaria autoafirmación en el caos del mundo, ¿mantiene su actualidad, su vigencia?
C.M.: Creo sinceramente que sí. El problema del desarraigo, de la pérdida de la identidad y al mismo tiempo la búsqueda de una realidad plena de significado, la necesidad de acogerse a lo concreto en un mundo que cambia aceleradamente, vuelve a ser un problema actual, aunque quizá con unas formas distintas. No hablo de las pequeñas comunidades políticas o étnicas que se ven amenazadas en un mundo globalizado y que se afirman a costa de despreciar al otro. El mundo ha cambiado de tal forma en los últimos 30 años que existe un miedo justificado a verse convertido en el superhombre profetizado por Nietzsche o en ser confundido uno mismo con una réplica virtual. Este libro es una reflexión sobre el sentido de pérdida de la totalidad, presente hoy con nuevas formas, pero con una fuerza extraordinaria.
P.: Su obra «La exposición» es un texto extraño, formalmente hablando. ¿No teme
que el lector pueda encontrarse perplejo?
C.M.: Es un texto teatral, expresión babélica de una multiplicidad de voces en distintos idiomas y dialectos, de fragmentos de poesía y de canciones alemanas mezcladas con revelaciones violentas, delirios y expresiones infantiles. Recoge la historia de Vito Timmel (Viena, 1886-Trieste, 1949), un pintor formado en la Viena de Freud y de Klimmt que volvió desencantado a la vida de provincias y murió desesperado y solo en un manicomio. Timmel, con toda su fuerza visonaria, es una figura que me ha obsesionado desde hace 25 años, cuando escribí sobre su «Cuaderno mágico».
P.: ¿Qué le atrajo de su historia?
C.M.: Escribí el libro como una búsqueda, intentando expresar una obsesión que no he acabado nunca de comprender: las razones del fracaso vital, el sentido de la fuerza que nos lleva hacia delante, el vértigo de un amor que no duda en sacrificar la propia vida. Timmel supo expresar una parte importante de las cosas en las que creo de manera más íntima, y por fin he podido escribir sobre él.
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