Max von Sydow: murió el actor que conversaba con el infinito
A los 90 años, en París, falleció el caballero medieval que, en tiempos de la peste negra que diezmaba a Europa, le pidió explicaciones a la Muerte en "El séptimo sello". A lo largo de una carrera que se extendió seis décadas también fue el padre Merrin, que perdía la batalla con el Diablo en "El exorcista".
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Numerosas generaciones de espectadores argentinos se formaron, desde los años de la pantalla en blanco y negro, con la figura de un actor sueco, altísimo, reconcentrado, tan vigoroso en su exterior como frágil e inseguro en su interior. Un actor que, paradójicamente, parecía siempre joven y siempre viejo, una característica de los inmortales. Pero no lo era: su segunda mujer, la productora Catherine Brelet, comunicó ayer que a los 90 años había muerto el domingo por la noche, en París, Max von Sydow, ese actor al que directores tan distintos como Ingmar Bergman y William Friedkin eligieron para darle rostro a sus propias batallas con el infinito. Quizá tenían sus razones.
Von Sydow, hace 63 años, fue el caballero medieval Antonius Block en una de sus películas consagratorias, “El séptimo sello”, de Bergman. Un hombre que regresaba de las Cruzadas a su tierra natal, una aldea nórdica diezmada por la peste negra que mataba a toda Europa, y enfrentaba cara a cara a la Muerte (interpretada por el actor Bengt Ekerot). Se proponía vencerla, la desafiaba a jugar al ajedrez. No entendía el absurdo de la peste, de la muerte ni el silencio de Dios: pero la muerte era tramposa, se confundía con el sacerdote con quien él se confesaba, en medio de dos partidas de ajedrez, y escuchaba su estrategia. También sus miedos: “¿Qué es lo que quieres?”, le preguntaba la Muerte. “Quiero el conocimiento”. “¿Garantías?” “Llámalo como quieras.” “¿Es tan inconcebible aprehender a Dios con nuestros propios sentidos? ¿Por qué se esconde en esa nube de promesas a medias, de milagros invisibles? ¿Cómo podemos creer cuando nos falta la fe? ¿Qué será de nosotros, los que queremos creer pero no podemos? ¿Por qué no podemos matar a Dios en nuestro interior? ¿Por qué vive en mí de ese modo humillante y más allá de mi deseo de apartarlo de mi corazón para siempre?”.
Diecisiete años después de Bergman fue William Friedkin quien lo eligió para interpretar al padre Merrin en “El exorcista”, un sacerdote cansado, que había recorrido el mundo luchando contra el Maligno, buscándolo en los confines más remotos de la tierra, y terminaba enfrentándolo en el cuerpo de una adolescente frágil que se tornaba indestructible: el padre Merrin, al igual que el caballero Block, no lograba encontrar a Dios en su interior, y sucumbía ante la muerte.
Max Carl Adolf von Sydow había nacido en Lund, Suecia, el 10 de abril de 1929. Para Ingmar Bergman, con quien actuó en 14 largometrajes, entre ellos los clásicos “La fuente de la doncella”, “Vergüenza”, “La hora del lobo”, “La pasión de Ana” y “Luz de invierno”, además de la citada “El séptimo sello”, era un alter ego a la manera que Marcello Mastroianni lo fue para Federico Fellini.
Su formación luterana le había templado un carácter severo, aunque eso no le impidió aceptar, en una vasta filmografía compuesta por casi un centenar y medio de títulos a lo largo de seis décadas, papeles de comedia. Su madre, pese a su condición noble de baronesa de Pomerania, era maestra de primaria. Su padre un etnólogo y profesor universitario. En 1948 ingresó en el Royal Theater Dramatic de Estocolmo, donde tuvo como condiscípulos a varios actores que más tarde integrarían el florilegio bergmaniano, como Ingrid Thulin. Culto, políglota (hablaba fluidamente sueco, inglés y alemán), Bergman lo descubrió en el teatro de Norrkoping durante una gira en Malmö a comienzos de los 50, y lo integró en su temprana compañía teatral. En 1951 debutó en el cine en el film de Alf Sjoberg “La noche del placer”, año en el que se casó con la actriz Christina Olin.
Fuera de Suecia, Max Von Sydow participó en films tan disímiles como “La carta del Kremlin”, de John Huston, “La historia más grande jamás contada” (donde interpretó a Jesús), “Los tres días del Cóndor”, de Sydney Pollack, “Cadáveres excelentes” de Francesco Rosi, “El desierto de los tártaros” de Valerio Zurlini, “La muerte en directo”, de Bertrand Tavernier, “Hannah y sus hermanas”, de Woody Allen, “Pelle el conquistador” y “Las mejores intenciones”, de Bille August (esta última sobre la vida de Bergman), “Hasta el fin del mundo”, de Wim Wenders, “Minority Report”, de Steven Spielberg, etc.
Y, como se dijo antes, jamás le rehuyó al cine masivo, catástrofe o de acción y espionaje; estuvo en “Duna” de David Lynch; “Nunca digas nunca jamás”, un James Bond con Sean Connery; fue parte del elenco de “Star Wars - El despertar de la fuerza” y de “Game of Thrones” (al punto de que muchos millennials, ayer en las redes, sólo lo mencionaban por estas actuaciones). Antes, en los 80, había sido el emperador Ming en el fallido “Flash Gordon” que tenía música de Queen. En su país recibió los mayores honores artísticos y de Francia recibió el título de caballero de la Legión de Honor.
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