«Secretos ocultos» («The Unsaid», Estados Unidos, 2001; habl. en inglés). Dir.: T. McLoughlin. Int.: A. García, L. Cardellini, T. Polo y otros.
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Tan ocultos son estos secretos que en los Estados Unidos prefirieron mantenerlos así y no estrenar la película (los motivos, aunque conjeturables, siguen el título original: nunca fueron dichos).
Pese a ello, este disparatado psicopolicial, lo más parecido a lo que hubiera sido una versión Mel Brooks de la obra de Sigmund Freud puesta en imágenes por Ingmar Bergman, no deja de ser una experiencia sorprendente. El espectador se resiste a creer que ocurran todas estas cosas, pero suceden, y además con un permanente tono grave y recogido.
Por empezar, la película contiene una de las escenas que mayores aplausos arrancaría en un eventual festival de cine del disparate (o las más sesudas reflexiones en uno de cine independiente): Andy García psicoanaliza a su paciente, un adolescente un tanto desequilibrado, en medio de un enfrentamiento armado. Antológica. Cuando cualquiera esperaría, en una escena así, al habitual policía deteniendo al culpable y recitándole sus derechos, aparece García y lo hace bucear en su inconciente. Desde luego, como todo parece muy serio, habrá más de un espectador que reprimirá por las dudas la carcajada. En «Secretos ocultos» no falta nada: suicidios de toda especie, crímenes, paranoia, encarcelamientos y violaciones; padres culpables y analistas de inclinaciones sospechosas; madres adúlteras y maridos asesinos, y un final desmelenado que corona ad infinitum la empeñosa terapia a la que el sufriente protagonista se ha entregado, al principio contra su voluntad. Ni «Vidas privadas» se atrevió a tanto. Andy García, a quien alguna vez Guillermo Cabrera Infante definió como una superestrella que se resiste a serlo, parece continuar obstinado en encontrar alguna vía alternativa, fuera de la ley de Hollywood, para desarrollar su carrera. Seguramente éste no es el camino del Oscar, aunque debería evitar, con prudencia, tomar el de la Frutilla de Oro.
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