“El poder del perro” (“The Power Of The Dog”), el neowestern de la neozelandesa Jane Campion, no sólo obtuvo el máximo de nominaciones (12) para la 94° ceremonia de los premios Oscar, sino que representa el avance más claro, el pie más firme que pone Netflix en la industria de Hollywood. Y, en consecuencia, en el futuro del cine. Producida íntegramente por el gigante del streaming, la película sólo pudo verse en su plataforma, más allá de que en algunos festivales como el de Venecia, el año pasado, tuviera proyecciones cinematográficas. Y esto, que hoy parece normal (y que seguramente lo será cada vez más) hasta no hace mucho era inimaginable. Los lobbies eran fuertes, y el lema que más se oía era: “el cine es una cosa, la televisión es otra”.
Oscar 2022: Netflix es un monstruo grande que ya pisa fuerte en la Academia
La múltiples nominaciones obtenidas por "El poder del perro", producida íntegramente por Netflix, representa el avance más claro del gigante del streaming en la industria de Hollywood, reacia a premiar aquellas películas que no siguen una explotación cinematográfica convencional.
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El foro más rebelde en resistir a Netflix fue el Festival de Cannes (aún lo sigue siendo, pero casi derrotado), con su presidente Thierry Frémaux a la cabeza. En 2015 Cannes rechazó la participación de películas producidas por Netflix señalando que únicamente las permitiría si, previamente, tales films hubieran pasado antes por una explotación cinematográfica convencional. Poco tiempo después, un grupo de directores de Hollywood, encabezados por Steven Spielberg, intentó hacer lo mismo en la Academia, en especial a partir de 2016, cuando el director de “E.T.” ingresó en la Junta de Gobernadores de dicha institución. Sostenía que “los largometrajes realizados para exhibirse en televisión no deberían competir por el Oscar. Su lugar son los premios Emmy (es decir, los Oscar de la televisión)”.
Netflix, antes de que la sangre llegara al río, intentó soluciones intermedias y pactos con los exhibidores: aquellas películas importantes que pudieran, a su criterio, llevarse un Oscar, tendrían una exhibición cinematográfica previa, aun mínima (una o dos semanas) antes de ser subidas a la plataforma. Tanto fue así que hasta inauguró un cine propio, frente al Plaza Hotel en Nueva York (remodeló una vieja sala de los años 50), para amoldarse al requisito de la exhibición.
Pero el escándalo estalló en 2019, cuando el film “Green Book” de Peter Farrelly, con Viggo Mortensen, se quedó con el Oscar a Mejor Película, venciendo al favorito “Roma”, de Alfonso Cuarón, producido íntegramente por Netflix, desde luego. Los rumores de que detrás de un presunto lobby para favorecer a “Green Book” había estado Spielberg circularon en todos los pasillos y llegaron a medios de comunicación importantes, como Variety. Tanto fue así que el conflicto, hasta entonces puramente comercial y artístico, se convirtió en político: el Departamento de Justicia del gobierno de Estados Unidos envió una carta a la Academia de Hollywood en la que manifestaba “su preocupación por los eventuales cambios en las normativas del Oscar”. La carta estaba firmada por el jefe de la División Antimonopolio del Departamento de Justicia, Makan Delrahim, y alertaba contra “la eventualidad de que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas introduzca nuevos requisitos para que una película sea elegible al Oscar” en los que se aliente prácticas monopólicas. Esto es: que Netflix, tras su indignación cuando perdió “Roma”, no se iba a quedar quieto, y elevó sus preocupaciones al gobierno. El Departamento de Justicia citó la Ley Sherman antimonopolios que “prohíbe los acuerdos anticompetitivos entre competidores”. “Si la Academia adopta una regla que despoje a ciertas películas de la posibilidad de ser elegible para los Oscar, afectando sus recaudaciones, tal norma podría violar la ley antimonopolios”. No era exactamente lo que sostenía Spielberg, pero la fuerza de Netflix se hacía sentir.
Entre los directores de cine, inclusive los más aguerridos a favor de la causa salas vs. streaming, como Martin Scorsese, el cambio de posiciones fue produciéndose por otras razones. Durante varios años, los estudios tradicionales se negaron a financiarle, por el elevadísimo presupuesto y la dificultad de que fuera a tener éxito en la taquilla, su proyecto de “El irlandés”, una película en la que hasta tenía que rejuvenecer digitalmente a Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino.”¿Doscientos millones de dólares?”, le preguntó Netflix. “No te preocupes, Marty. Aquí los tienes. Haz tu película para nosotros”. Casi como si se tratara de una escena de “Buenos Muchachos”. Así es el arte.
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