24 de agosto 2005 - 00:00
Presentan desde mañana excepcional ciclo de los films de Fritz Lang
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Mabuse, antecesor de todas las mentes brillantes que crearon un imperio del mal, de alta tecnología, manejando bolsas de comercio, billetes falsos y armas secretas en el cine (y no sólo en el cine) integra desde mañana un ciclo de seriales de Fritz Lang en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, junto a «Las arañas» (uno de cuyos capítulos transcurre en Malvinas), «Spione» (acá estrenado como «El espía rojo»), y dos joyitas de última moda: «El tigre de Eschnapur» y su continuación, «La tumba hindú». Organizan, el Goethe y Cinemateca Argentina.
Periodista: Por rara casualidad, «El tigre...» también se exhibe el mismo jueves en un canal de cable.
Eva Orbanz: Ah, pero yo traigo un bonus: el registro del rodaje que hizo una de las actrices, donde se ve a Fritz Lang dirigiendo y corriendo entre los elefantes. Rarísima oportunidad de verlo en acción. Las otras son «El desprecio», y un documental de 1925 donde se lo ve dirigiendo «Los Nibelungos» con aire tiránico.
P.: ¿Es cierto que era tan déspota?
E.O.: Sí. Un amigo que estuvo en el rodaje de «El tigre...» me contó que Lang hizo repetir quince veces una toma, hasta tener al tigre bien amenazante cerca de los actores. No digo que quería hacer lo del «Quo Vadis» de 1912, cuando los leones se comieron a un extra, pero era exigente. No paraba hasta lograr la toma justa.
P.: Y no paró hasta hacer las películas con las que había querido debutar treinta años antes. ¿Deuda pendiente, regreso a Juvencia, qué significó esta serie de aventuras?
E.O.: Cuando las escribió en 1918 con su esposa, la novelista Thea von Harbou, muchas películas alemanas transcurrían en la India. No sé por qué. Quizá por sus componentes de exotismo, de juego, de cuento oriental, de viajes lejanos. Casi siempre eran con un ingeniero europeo, un maharajá, drogas, vestuarios, lujo asiático, y, lógicamente, una joven hermosa. De «El tigre...» hubo tres versiones, en 1918, 1936, y 1959 (la de Lang), todas exitosas.
Además la de Lang era en colores, con gran despliegue y pantalla panorámica, una novedad en su cine habitualmente amargo, aunque, aun así, puede decirse que es una típica obra suya.
P.: ¿Por qué? ¿Termina mal?
E.O.: Al contrario, tiene final feliz. Pero también «Metrópolis» tenía final feliz, o al menos divertido, y, si usted quiere, «M el vampiro» tiene final feliz. Seamos humoristas. Lo cierto es que para Lang fue una felicidad volver a su país, cerrar allí el circulo de su obra y su vida tras largos años de exilio en Estados Unidos.
P.: ¿Cómo fue ese regreso?
E.O.: Fue gracias a Arthur Brauner, un productor muy controvertido, que venía de hacer trivialidades (según dicen,con plata del mercado negro), y quería abrirse con mucho brillo al mercado exterior. Un octogenario muy amable, encantador, todavía en actividad, del cual tenemos todas sus películas.
P.: ¿El se quedó con los derechos del personaje Mabuse?
E.O.: No. El produjo en 1960 la última de Lang, «Los mil ojos del Dr. Mabuse» y, visto su éxito, aprovechó el nombre para hacer enseguida, con otros directores, cosas como «El regreso del Dr. Mabuse», «El invisible Dr. Mabuse», «La venganza del Dr. Mabuse», «Scotland Yard contra el Dr. Mabuse», y hasta «El testamento...» de 1962, a cual peor.
También hizo una remake de «Los Nibelungos». ¡Dios! Pero los derechos pertenecen a la Fundación Murnau, que además nos hizo una copia restaurada de «Spione», tan nueva que ni siquiera la hemos mostrado en Berlín. La premiere mundial es aquí en Buenos Aires.
P.: Hablemos de eso. Usted preside la Federación Internacional de Archivos de Films (FIAF). ¿Cómo ve la conservación del material digital?
E.O.: Es un problema. Muchos creen que las películas del futuro serán exclusivamente digitales. Pero ningún material digital puede durar más de cien años. Somos los encargados de la conservación, pero siempre vamos un paso atrás de la industria, y a la industria no le interesa hacer algo duradero. Lo que le interesa es la continua novedad de mercado. Esto abarca tanto el soporte del material como los aparatos de transmisión. El proyector de cine sigue teniendo básicamente el mismo mecanismo desde 1985. Los programas de computación cambian continuamente. Las películas se conservan (un ejemplo, aquí traemos «Las arañas», de 1919). En cambio los disquetes y las cintas de video son tremendamente frágiles. Por el momento, la solución es el «tape to film», copiar a negativo de film. Es costoso. Pero el cine siempre es caro. Hoy, en Europa, remozar una película para su conservación sale unos 20.000 euros. A veces más: restaurar «Metrópolis» costó 100.000 euros. Pero es un trabajo con final feliz.
Entrevista de Paraná Sendrós
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