4 de mayo 2009 - 19:19

Regreso a Fortín Olmos

«Regreso a Fortín Olmos» trae de nuevo palabras y conceptos hoy casi apagados de gente que de veras se sacrificó por los demás y todavía tiene algo que decirnos.
«Regreso a Fortín Olmos» trae de nuevo palabras y conceptos hoy casi apagados de gente que de veras se sacrificó por los demás y todavía tiene algo que decirnos.
Ya es sabido que las historias oficiales van cambiando según los vientos que corren. Lo que antes se informaba de un modo, hoy se informa de otro. Viene muy bien, entonces, este documental que trae de nuevo, como una brisa inesperada, palabras y conceptos hoy casi apagados. Palabras y conceptos como «espíritu gandhiano», «reconciliación de clases», «ayuda fraternal», «sacrificio», incluso «apostolado». Al comienzo interesante, luego aleccionador, y emotivo, este «Regreso a Fortín Olmos» es un retorno al lugar de la ilusión y del fracaso, pero los fracasados hoy cuentan lo suyo con una sonrisa, humildes y a la vez orgullosos.

Hay una obligada introducción, que ocupa menos de un minuto. En 1966, cuatro jóvenes filmaron un corto documental sobre los peones más desprotegidos del norte santafesino, «Hachero nomás». En la dedicatoria, aparecen los nombres de los curas, el médico, su esposa, y otros cristianos comedidos, que vivían allí tratando de hacer, con amplio espíritu postconci-liar, un trabajo de promoción social. Educar a la gente, instarla a tener su terrenito propio, a trabajar en cooperativa los antiguos patrones, que se habían vuelto pobres, y los pobres. ¿Qué pasó con esas personas y sus buenas intenciones?

«Fuimos con el Evangelio en la mano y se daban con el cuchillo», sonríe ahora un ingeniero agrónomo, ante las cámaras de dos de aquellos jóvenes, el director santafesino Patricio Coll y el conocido guionista Jorge Goldem-berg. Todos ya pasan los 60, y a la hora del reencuentro los curas andaban por los 90. También por los 90, y con rencorosa memoria, todavía los denuncia la entonces directora de escuela y dirigente peronista. Pese al recelo de los locales, las sospechas de las autoridades, el desprecio de un sector de izquierda, que los acusaba de reaccionarios, y el abuso de otro sector, que quiso «copar» la experiencia, los «cristianuchos» algo hicieron, y algo quedó todavía, y sigue dando frutos, tal como lo señalan los propios habitantes del lugar.

En la evaluación que dan los años, los entrevistados ríen con diversas anécdotas sobre ciertos revolucionarios que caían a adoctrinar a la gente de trabajo, cuestionan la generalización que considera buenos a todos los miembros de la clase trabajadora, y evocan con dolor al muchacho que vino de Olivos decidido a «proletarizarse», como se decía entonces, y entró al monte ilusionado por el discurso montonero (ahí quedaron la esposa y cuatro hijos, recibiendo cada tanto alguna plata que dicen que venía de Cuba). La realidad siempre es más compleja. Las historias siempre ocultan otra historia.Y esta gente, que de veras se sacrificó por los demás, todavía tiene algo que decirnos. Lo dicho: un documental interesante, aleccionador, y emotivo

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