12 de septiembre 2001 - 00:00
Sigue vigente audaz obra de De la Vega
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Obra de Jorge de la Vega.
El período 1961-70 no se entenderá cabalmente si no se toman en cuenta, además del tiempo histórico y el estético, las claves de su personalidad: el ansia abrumadora de vivir, su hondo sentido del humor, que a menudo lo llevaba a la ironía y al sarcasmo; el rechazo de las convenciones, tanto sociales como artísticas; una ingenuidad básica, que era el elemento de oposición al lugar común; y el hecho de ser autodidacto, que deparaba a sus creaciones la sensación de un aprendizaje permanente, un virtuosismo inexorable, que él se esmeraba en mantener a raya. Si fuera preciso compendiar sus obras en una síntesis, habrá que admitir que De la Vega elaboró una particular ontogonía, un relato sobre la formación de los seres humanos (y aun sobre la deformación), desarrollado desde una perspectiva terrena y en el marco de las convulsiones políticas y sociales de la Argentina y el mundo de su época. La suya es, por lo tanto, una visión del hombre en un tiempo y un espacio, de cómo llegó a serlo -si acaso llegó- y de cómo es -si lo es-.
Para establecerla, con burlesca y dramática entonación, pero siempre con esperanzada fe en el destino humano, De la Vega procedió en términos similares a los del poeta, escritor, filósofo y humorista argentino menos engolado de que se tenga memoria, Macedonio Fernández, quien había sostenido, hacia 1928: «El sentir y el imaginar es lo único existente». Ese estado perpetuo del sentir y el imaginar preside, remata y afianza las creaciones de Jorge de la Vega.
Psicodélico
Los «Monstruos» y «Conflictos anamórficos», de 1963-66, las pinturas psicodélicas y las telas en blanco y negro (que incluyen su serie del «Rompecabezas»), de 1967-70, dan testimonio de un mundo amenazador y amenazado, de una sociedad víctima y victimaria, de espantos que han sido y serán, de la masificación y la falta de solidaridad. Pero De la Vega no amonesta, no sanciona: anticipa calamidades y señala absurdos, muestra ridiculeces y examina falsas verdades. Sin embargo, hay siempre en él una confianza inextinguible de la utopía humana.
«Urano en casa 4» pertenece a la etapa neofigurativa de Jorge de la Vega y se cuenta en la serie de los «Monstruos». En esta obra se advierten los resabios informalistas que contuvo, en su origen -aunque también después-, la Nueva Figuración. De la Vega se volcó entonces al collage, que empezó por valerse de telas arrugadas y pegadas sobre el lienzo-soporte, hasta constituir imágenes surreales con la ayuda del color, distribuido por goteado y chorreado. Sus obras adquieren así una tridimensionalidad matérica, que De la Vega robusteció luego con un segundo nivel de collage, realizado con objetos cotidianos: espejitos, fichas, botones, naipes, trozos de vidrio y de madera, juguetes de plástico.
En esta etapa inicial de su ontogonía, todo se está haciendo o termina de hacerse o comienza a hacerse. La creación del pintor es la creación del ser.
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