24 de marzo 2005 - 00:00

Un año sin amor, una película sin emoción

Los grandulones de «Un año sin amor», el film de Anahí Berneri que intenta hablar de un drama de vida.
Los grandulones de «Un año sin amor», el film de Anahí Berneri que intenta hablar de un drama de vida.
«Un año sin amor» (Argentina, 2005, habl. en español). Dir.: A. Berneri. Guión: P. Pérez y A. Berneri, sobre novela de P. Pérez. Int.: J. Minujin, M. Ardú, J. Van de Couter, C. Echevarría, B. Lombardo, O. Núñez, R. Merkin, C. Portaluppi.

Satisface a su público específico, en este caso el intelectual del llamado cine «queer», este film acerca de un joven homosexual que va anotando cada día sus experiencias como enfermo de sida y como receptor de prácticas sadomasoquistas a lo largo de 1996, fecha en que nuevos cócteles de drogas permiten alejar el riesgo de muerte, pero no necesariamente acercan el amor de la gente. En el fondo, es la historia de siempre: la búsqueda de un afecto, como sea y aunque dure poco. Y la difícil comunicación con quienes lo quisieron.

El film contribuye un poco al tema de fondo, pero, ante todo (y sobre todo con algunos prolongados besuqueos en primer plano, y una sesión supuestamente destinada a probar el filo de un cuchillo), contribuye a afirmar socialmente cierta iconografía y ciertos gustos sectoriales, presenta en salas comerciales una versión nacional del mencionado «queer», y le da, precisamente, esperanzas comerciales al nuevo cine argentino, habitualmente tan ajeno a las delicias de las boleterías.

El problema es que, para el público común, todo esto le puede terminar pareciendo «maso», en el sentido de más o menos. Las escenas anunciadas para atraer su lado morboso resultan bastante livianas. Y el drama humano de un personaje desvalido con problemas familiares y afectivos, sueños de poeta, y una enfermedad entonces más grave que hoy, apenas vibra. En la elección artística de la directora, pesa demasiado la moda actual de desdramatizar las situaciones, y en consecuencia también las actuaciones, llevando todo a un mismo nivel de registro casi inexpresivo, como indiferente, donde parece que ya se da todo por sabido.

Anahí Berneri
luce buena mano y cabe entender que ha logrado el producto que quería. Pero, por eludir tanto la adrenalina como el sentimentalismo, ha hecho que el personaje sobrelleve una enfermedad entonces mortal del mismo modo que si tuviera sabañones. Tampoco nos transmite demasiado el goce o el sufrimiento de sus noches. Como no nos transmiten impresión de sadismo los grandulones que lo atienden. Y encima la escena donde el personaje del padre, que acaba de enterarse a través de un libro lo que vive el hijo, le dice «Estamos decepcionados» igual que si dijera «Otra vez perdió San Lorenzo». Es difícil empatizar con un tono tan apático.

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