«Escucha mi voz» de Susanna Tamaro. Editorial Seix Barral. Buenos Aires, 2007. 215 págs.
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Este es el segundo libro de Susanna Tamaro (Trieste, 1957) que alcanzó la categoría de bestseller tanto en Europa como en América latina. En él reaparecen las dos protagonistas de «Donde el corazón te lleve»: la anciana Olga y su nieta Marta. En aquella novela de estructura epistolar Olga intentaba reconciliarse con su nieta que se había marchado a los Estados Unidos, y para hacerse perdonar le escribía una extensa carta contándole sus desdichas.
Los que no hayan leído aquel libro encontrarán algunos puntos oscuros en la relación amor-odio que sigue manteniendo Marta, n su regreso a Trieste, con la abuela que la crió. De todas maneras, la anciana muere al poco tiempo y, de ahí en más, todo gira alrededor de su desorientada nieta que por primera vez siente la necesidad de investigar en la vida de sus padres.
El relato -en primera persona-fluye con naturalidad, a pesar de que las reflexiones de la autora sobre el peso del destino, el sentido de la vida y lo azaroso de tener determinados padres y no otros, arrastran ideas remanidas y de escaso vuelo intelectual. Nada grave, por cierto, ya que Tamaro ( descendiente de Italo Svevo, para más datos) no pierde tiempo en largas disquisiciones, sino que va intercalando varias cartas y también algunos pasajes del diario íntimo de Ilaria, la madre suicida, que hacen muy llevadera la lectura de «Escucha mi voz».
Cien páginas más adelante la novela da un salto de calidad cuando Marta va al encuentro de su padre, un filósofo trasnochado capaz de cualquier renuncio con tal de defender su libertad y su aislamiento. El hombre siempre evitó cualquier tipo de vínculo afectivo, pero la inesperada aparición de su hija abre una fisura en su mundo.
Por último, Marta viaja a Israel para seguir reconstruyendo su pasado familiar. Allí logra ubicar a uno de sus tíos maternos, un viejo sabio, instalado en un kibbutz, que la ayuda a curar sus heridas de infancia y a tomar los errores de sus ancestros como un capital a su favor. Estos últimos capítulos valen por toda la novela y tratándose de un material en buena parte autobiográfico, da para sospechar que los emotivos relatos del tío Gionata son testimonios recogidos por la autora, no de su invención.
En realidad, poco importa, basta con disfrutar de la luminosa espiritualidad de este personaje que reflexiona sobre las miserias humanas mientras se ocupa de que los árboles sigan creciendo en el desierto.
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