Benítez, un ser despiadado, es contratado para realizar uno de sus trabajos en una ciudad de Centroamérica, pero al llegar se inicia una rebelión popular y sus planes se desbaratan, hasta el más deseado, el encuentro clave con una mujer. En “Residencia permanente” (Emecé), Fernando Fagnani lleva a un territorio dominado por el caos y la violencia. El autor es crítico, ensayista y editor, quien con esta novela se establece en el mundo de la ficción.
Fernando Fagnani: tras los pasos de Conrad y de Graham Greene
El editor, crítico y ensayista acaba de publicar su primera novela, “Residencia permanente”, que se inscribe en la tradición del policial duro.
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Periodista: ¿Por qué la acción se desarrolla en una ciudad que se parece a Lima, pero no es Lima?
Fernando Fagnani: Es puramente casual que lo que pasó hace poco en Lima se parezca a lo que ocurre en la novela, ocurrió mucho después de que la escribí. La revuelta ocurrida en Lima ha pasado, y puede volver a pasar, en algunas otras ciudades latinoamericanas. Lo que yo no quería era que la historia estuviera referenciada a la historia de un país, porque eso me hubiera obligado a tomarme muy en serio la historia de ese país, y hacer una novela trabajada con una historia que había existido. Yo solo quería contar de una ciudad, que ubiqué en Centroamérica, donde había una rebelión, fenómeno que está muy presente hoy por diversas cuestiones, identitarias, económicas, sociales. Cada país tiene su agenda problemática. Por eso preferí no usar ningún referente real para no ser deudor de la historia real. Me pareció que lo más importante era la rebelión en sí y lo que le pasaba a la gente, que una rebelión puntual que me parecía más de crónica que de novela o de novela de no ficción.
P.: El protagonista llega a cumplir un encargo y la insurrección popular cambia su tarea y sus propósitos.
F.F.: En “Residencia permanente” conviven tres líneas. La misión explícita de Benítez, razón por la cual va a ese lugar. La razón oculta: va por eso que le encargan y por algo que le importa mucho más, una historia de amor. Y, por otro lado, está la rebelión. Quería trabajar situaciones personales en medio de un entorno casi imposible. Eso genera actitudes inesperadas. En situaciones de caos tu destino se va tejiendo de otra manera, ya no es tu destino. Me gustaba que alguien tan estructurado, duro, resistente como Benítez, se viera en la obligación de cambiar su rutina por algo externo que le impedía su trabajo y la auténtica razón por la que había ido a esa ciudad.
P.: ¿Quiso recrear la leyenda del tipo duro que tiene un costado sentimental?
F.F.: Para nada. No quería caer en la figura del policial del duro sentimental, que en el fondo es una figura romántica. Me interesaba alguien tomado de forma asombrosa por un sentimiento que lo arrastraba. Un ser cruel, un hombre máquina, despiadado, que de pronto se encuentra frente a un amor, algo para lo que no está preparado, que le obliga a hacer cosas para las que no está capacitado, porque es un lenguaje que no sabe cómo se habla.
P.: Benítez tiene algo de personajes de Conrad, Graham Greene y hasta de Pérez-Reverte.
F.F.: Cuando escribía la novela volví a leer “El corazón de las tinieblas” y me detuve en cosas en las que antes no había reparado. Me detuve más en la peripecia de Marlow que en su llegada a Kurtz. Me interesó su mirada en un entorno brutal, de miseria y explotación horrible. En cuanto a Grenn algo me debe haber quedado de las lecturas de “El americano impasible”, entre otros libros suyos. Algo, que leíste tantas veces, se te incorpora, y al final crees que es tuyo. También leí, por entonces un libro que no tiene nada que ver con los que escribí, por desgracia, porque me encantaría que sí, “El curso del corazón” de M. John Harrison, una novela fantástica, muy perturbadora que es algo que yo buscaba en mi novela, porque no hay nada más perturbador que estar en un lugar donde de pronto se viene todo abajo. “Residencia permanente” tiene un costado muy violento. Benítez es violento, la rebelión es muy violenta, y en esas situaciones solo se sobrevive con el código de la violencia. Código que se impone, por encima de los valores personales, si se quiere sobrevivir.
P.: Contraponiendo al caos, como una isla protectora, está el mundo de los gitanos.
F.F.: Lo que predomina en la novela es lo excluido. Todos los personajes -salvo el Segundo Secretario de la embajada argentina, que rescata a Benítez- son excluidos, de diversa índole, por distintas razones y distintos problemas; salvo los personajes del orden, pero esos no aparecen. La novela cuenta la sublevación de los márgenes, y Benítez se salva por otros márgenes.
P.: ¿Qué lleva a un crítico, ensayista y editor a escribir una novela de acción y suspenso?
F.F.: La pulsión. Fue algo que se me impuso paulatinamente. Mi imagen inicial era un personaje en un hotel, en una ciudad que desconocía, donde nada está donde tiene que estar, en medio de una revuelta, y que si alguien no lo rescata se muere ahí. No tenía claro su oficio. No sabía quién era Benítez realmente. La historia se desarrolló en la escritura. No la tenía planeada. Fui siguiendo a Benítez, conociéndolo, hasta llegar a situaciones sin salida que imponían un giro. Quería que fuera un personaje vacío, sin una interioridad fuerte, y si la tiene no termina de darse cuenta. Quería narrar una historia de supervivencia. Benítez es esencialmente un superviviente, como lo son los gitanos o los que hacen la rebelión. No quería que fuera una novela de género, sino que el peso estuviera puesto en el estilo de la escritura y en la historia.
P.: ¿Ahora en qué está?
F.F.: En una novela diferente. Los personajes principales son dos adolescentes, un chico y una chica, no son marginales ni excluidos, pero están golpeados, no han tenido una vida fácil, y se encuentran en una Argentina convulsionada. El chico cuenta lo que les va ocurriendo.
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