30 de noviembre 2012 - 22:06
La isla Córdoba
El voto en Córdoba se presenta enigmático a los ojos del resto del país. Desde 1983, las diferencias con los resultados nacionales han sido hasta de dos dígitos en varias elecciones. El antiporteñismo, una fuente ineludible para captar apoyos en la Cataluña con tonada.
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O sea, es sólo cuestión de pulsar esa cuerda para que la chispa autonómica cordobesa salte. Este sentimiento es lisonjeado convenientemente por cada mandatario que va cumpliendo su turno al frente de la provincia. El chauvinismo es una materia que todo político local debe aprobar con buenas notas. Cada discurso no debe olvidar las jornadas "gloriosas" del Cordobazo que terminó de tumbar el Gobierno de Juan Carlos Onganía en 1969 ni la Reforma Universitaria que en 1918 se extendió desde Córdoba a las aulas y partidos políticos de Latinoamérica. No importa que hoy el sindicalismo fuerte local sea el negocio de un ramo de burócratas que se reparten favores y bancas legislativas con los gobiernos, ni que la Universidad de Córdoba no figure ni a la cola de las mejores 500 casas de estudio del planeta y a nadie se le ocurriría mencionarla siquiera entre las más destacadas de esta parte del mundo. Yendo más atrás, ningún dirigente deberá dejar de recordar que Córdoba plantó cara a los intereses porteños y tuvo ínfulas de capital desde que hizo valer su estratégica posición geopolítica en la época de los virreinatos.
Desde ese díscolo y autoindulgente punto de vista, Córdoba vendría a ser una Cataluña con tonada, un país que quedó atrapado dentro de la Argentina, el ombligo del país del interior, el punto G de la patria, la verdadera capital nacional según concluyó el escritor Martín Caparrós luego de 590 páginas de viaje en su libro "El interior" (2006). O, como dice el politicológo cordobés César Tcach, Córdoba puede asimilarse a una ciudad-Estado.
Por esos caminos, quizá, va la respuesta a por qué a Córdoba le gusta ser tan renuente a las nuevas mayorías que va perpetrando la Argentina, por qué mira hacia abajo o hacia cualquier otro lugar o prefiere hurgarse la nariz cuando desde Buenos Aires se apunta con el dedo hacia el horizonte de turno.
Ahora le toca al kirchnerismo probar el desplante cordobés. Cuando Néstor Kirchner ganó las elecciones que lo depositaron en la Casa Rosada en 2003, Córdoba lo recibió con una indiferencia estrepitosa: apenas le dio un 10% de los votos, y lo dejó tirado en el quinto sótano, debajo de Carlos Menem, Ricardo López Murphy, Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió. Néstor, vale recordar, fue bendecido con la candidatura presidencial por el presidente Eduardo Duhalde, luego del frustrado intento para venderles el cordobés De la Sota a los argentinos.
Cuatro años después, cuando Néstor hizo jugar a la dama, los cordobeses tampoco se dieron por enterados. Aunque Cristina fue elegida presidente, en Córdoba peleó por el tercer lugar en la elección, muy atrás del ganador del distrito, Roberto Lavagna. Llegó 2009, y en la elección para diputados y senadores nacionales el kirchnerismo, ya fortalecido por seis años de mano dura con las provincias, podría haber esperado una elección menos vergonzosa. Pero los candidatos del Frente para la Victoria quedaron en la cuarta posición detrás de los delasotistas, los juecistas y los radicales.
Recién en 2011 los votantes cordobeses se disfrazaron de oficialistas y subieron por fin al tren de la alegría cristinista. La Presidente consiguió su reelección, aunque Córdoba tampoco la ayudó tanto: le dio el 34% de los votos, que le permitió ganar en todos los departamentos de la provincia, dejando atrás a Ricardo Alfonsín (17%) y Hermes Binner (14%). Ese año, el gobernador De la Sota intentó darle una prueba de amor al kirchnerismo "en el camino de la mejor relación entre la provincia y la Nación para los próximos cuatro años". Bajó su lista de candidatos a diputados nacionales, resignó las bancas que tenían seguras sus colaboradores, y por primera vez desde 1983 el peronismo no presentó lista propia en Córdoba para una elección nacional. Así fue que ganaron los kirchneristas, ilustres desconocidos para la platea cordobesa, encabezados por el intendente de la pequeña ciudad de Leones, Fabián Francioni. En tercer lugar de la lista, en categoría de polizón, fue el exjuecista e intendente de la ciudad de Córdoba Daniel Giacomino, gestor de la que es considerada unánimemente la peor administración que se recuerde del municipio capitalino (2007-2011).
Pero, ahora ya lo saben todos, al kirchnerismo más que el amor le interesa la obediencia. El gesto de De la Sota no sirvió como dote política. El Gobierno de Cristina no se colocó el guante de seda que en Córdoba se esperaba y siguió tratando a la provincia a golpes de amansalocos. El dinero que se aguardaba para obras públicas y para paliar el rojo de la Caja de Jubilaciones nunca llegó, y las relaciones retrocedieron tantos casilleros como hacía falta para que Córdoba y el Gobierno nacional volvieran a practicar el deporte preferido de ladrarse y mostrarse los dientes. Córdoba resucitó sus reclamos de más de mil millones de pesos en concepto de la supuesta deuda que mantiene la Nación por fondos previsionales no girados en 2011, y desde Buenos Aires le respondieron sí, cómo no, espere sentado nomás.
Así es como hoy, nuevamente, gobernar Córdoba es en buena medida echarle la culpa a Buenos Aires. En julio de este año, De la Sota, siempre tan sensible a los consejos de sus asesores de imagen, hizo pública la carta que envió al jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, en la que reclamó otra vez por los famosos mil y pico de millones. Desde el Gobierno nacional se turnaron para responderle que no se debe nada porque Córdoba no cumplió con los convenios de armonización de los regímenes jubilatorios. Para tensar más la cuerda, en agosto De la Sota envió a su Legislatura un proyecto para abandonar el Pacto Fiscal rubricado hace 20 años entre la Nación y las provincias. El propósito es que la Nación no le retenga más el 15% de la coparticipación que Córdoba y el resto de las provincias cedieron en 1992 para mantener el sistema previsional argentino. Ese 15% representa para Córdoba unos $ 2.000 millones por año. El mes siguiente, en septiembre, De la Sota se retiró con las manos vacías de una audiencia con funcionarios nacionales en la Corte Suprema por la deuda de los mil millones. El próximo paso, lo tenía decidido, es volver a la Corte, esta vez por el 15% del denunciado Pacto Fiscal.
La vocación delasotista por ser la piedra en el zapato de Cristina no es improvisada. El Gallego jamás resignó su sueño presidencial. Desde su gran desilusión de 1988, cuando ya se sentía seguro vicepresidente gracias a la fórmula renovadora que cocinó junto a Antonio Cafiero y que acabó pisoteada por la marea de votos que consiguió un señor riojano y con grandes patillas, De la Sota ha vivido un cuarto de siglo esperando una nueva oportunidad. Esta semana cumplió 63 años, ya se hizo un implante capilar para no verse pelado, se acaba de hacer colocar un balón gástrico para no verse gordo, continúa hablando en un tono sugerido por los publicistas brasileños encabezados por Duda Mendonça, gasta millones en publicidad en su territorio y en la Nación, y todo por un sueño presidencial que, desde su propia provincia, el resto del arco político ve como un berretín imposible.
El problema para el kirchnerismo es que no puede influenciar Córdoba a través de medios oficiales o por cadena nacional. La telepatía sería más efectiva. Visto desde esta provincia, el Gobierno nacional es una suma de declaraciones en las mañanas radiales porteñas, que rebotan en los medios locales luego de pasar el matiz local. El kirchnerismo no tiene un solo hombre fuerte en Córdoba. Sus delegados políticos flotan en el tercer o cuarto nivel de relevancia, y sus nombres son tan conocidos para los cordobeses como el de los integrantes de la Corte Suprema de Eslovaquia. El último intento de súcubo kirchnerista en Córdoba fue la rectora de la Universidad Nacional, Carolina Scotto, que continúa enredada en sus internas de claustros y con pocas chances de ser la candidata a gobernadora que alguna vez imaginó el cristinismo.
El último intento serio del kirchnerismo por tener una pata importante en esta provincia tan inhóspita para sus ambiciones fue el breve coqueteo que mantuvo con Luis Juez. A la hora de ser kirchnerista, el actual senador nacional fue más kirchnerista que el propio Kirchner, y no se dio cuenta a tiempo cuánto había de convencimiento y cuánto de conveniencia en el discurso del expresidente.
Luego llegó la elección para gobernador de 2007, rodeada de denuncias de fraude, que dejó al vicegobernador de De la Sota, Juan Schiaretti, en el sofá del Gobierno, y a Luis Juez reclamando en la calle. Desde Buenos Aires, Kirchner no le dedicó ni un guiño de apoyo a su exaliado. Y así fue cómo falleció el intento más serio que hubo en las últimas décadas para acabar con el cómodo bipartidismo de peronistas y radicales: cuatro mandatos de Gobierno para cada uno desde 1983. ¿Qué explica la supervivencia local del radicalismo, un partido que hizo implosión en la mayoría del resto de los distritos? En buena parte, un mecanismo selectivo de memoria, que hace recordar aspectos positivos de las administraciones como intendente de la Capital de Ramón Mestre (1983-1991) y Rubén Martí (1991-1999), y de la primera de las tres gobernaciones de Angeloz. Recuerdo que parece ser más persistente que el detalle de los escándalos millonarios y el desgobierno que, por ejemplo, llevaron a la caída del gobernador en 1995.
Esta Córdoba "rebelde way" sigue pensando que enfrenta a la Nación porque la obliga la historia y porque así lo requiere su rol de autoproclamada líder del federalismo argentino, y no porque le deben mucha plata y es rehén de las ambiciones políticas personales de sus líderes de turno.
@soysergio
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