El caso de la alumna de 14 años que ingresó armada a la escuela Marcelino Blanco, en La Paz, disparó al aire y se atrincheró dentro de un aula sacudió a Mendoza y al país entero. El hecho, que se investiga bajo un fuerte operativo de seguridad, expuso la fragilidad de los entornos educativos cuando los conflictos entre pares quedan sin un abordaje adecuado.
Mendoza: ¿La alumna que se atrincheró en el colegio sufría bullying?
Mientras permanecía atrincherada surgieron las primeras versiones que indicaban que la alumna que llevó el arma de su papá al colegio sufría bullying.
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Algunas versiones sostienen que la alumna que se atrincheró en el colegio y disparó un arma en 5 oportunidades era víctima de bullying.
Mientras aún se encontraba atrincherada, circularon dos hipótesis principales: una vinculada a una situación de bullying a raíz de un video que habría sido motivo de burlas entre sus compañeros y otra relacionada con una profesora de matemática que la desaprobó, que sería por quien ella pedía. En medio de esas versiones, familiares y amigos aseguran que la chica venía enfrentando situaciones de presión y aislamiento. Un compañero contó que “la cargaban todo el tiempo” y que su carácter reservado hacía que le resultara difícil responder o defenderse frente a la presión del grupo. De hecho, las fuentes del caso aseguran que no existen registros en las que la chica hubiera denunciado su padecimiento.
Mientras la policía evacuaba a estudiantes y docentes, un comunicado oficial pidió a la sociedad no acercarse a la institución para no entorpecer el trabajo del comité de crisis. Lo cierto es que el caso abrió una discusión incómoda pero necesaria: qué lugar ocupa el bullying en las escuelas argentinas y hasta qué punto los mecanismos de contención logran frenar a tiempo situaciones que pueden escalar en violencia.
Qué es bullying y qué no y dónde está la dificultad en su abordaje
El término bullying se utiliza para describir una forma de violencia intencional, sostenida en el tiempo y con un claro desequilibrio de poder entre quien agrede y quien recibe la agresión. Según UNICEF, no se trata de un episodio aislado ni de una discusión ocasional, sino de una conducta repetida que busca dañar, ya sea a través de golpes, insultos, exclusión, amenazas o la difusión de rumores de bullying.
Una burla esporádica, una pelea entre compañeros o un enojo pasajero no configuran por sí mismos un caso de acoso escolar. Sin embargo, cuando esos gestos se vuelven sistemáticos y logran que la víctima se sienta vulnerable, desprotegida o fuera de lugar, ahí sí hablamos de bullying. El ciberbullying, cada vez más común, agrava el panorama: basta con que un video sea subido una sola vez para que se reproduzca el daño de manera indefinida en redes sociales.
Los especialistas insisten en que el silencio —de la víctima, de los testigos o de la escuela— es uno de los factores que más alimenta al acoso. A su vez, muchas veces los adultos minimizan el impacto y lo consideran parte del “folclore escolar”, lo que posterga la intervención. El abordaje, entonces, se vuelve complejo porque no alcanza con sancionar: se necesitan estrategias integrales que involucren a toda la comunidad educativa, desde protocolos claros hasta espacios de diálogo y acompañamiento psicológico.
Un informe reciente sobre convivencia escolar en Argentina reveló que seis de cada diez chicos de sexto grado dijeron haber sufrido algún tipo de violencia en la escuela, y más de un tercio se sintió discriminado. Estas cifras muestran que no se trata de hechos aislados, sino de un fenómeno extendido que golpea de lleno en la autoestima y el rendimiento académico.
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