Poco cuesta pensar en grandes parejas de la historia y apuntar los nombres de Napoleón Bonaparte, el gran emperador francés, y Josefina y, más allá en el tiempo, Julio César, emperador de Roma, y Cleopatra, la reina de Egipto. Un intenso amor atravesó una coyuntura de poder, y ambas relaciones fueron sobradamente retratadas en libros y películas.
San Valentín: dos historias de amor y poder que dejó la historia
Las de Napoleón y Josefina, y Cleopatra y Julio César, son quizá de las más grandes historias en que el corazón y el poder se cruzaron fuertemente. Y dejaron detalles increíbles.
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Un general “sin futuro” y una dama de alcurnia
El romance comenzó en otoño de 1795, hace ya 228 años, y ambos se casaron el 9 de marzo de 1796, cuando el corso era un joven general de brigada del ejército francés sin dinero y, aparentemente, sin mucho futuro. Ella, por su parte, era una viuda cinco años mayor que él, con dos hijos, y un largo historial de amantes a sus espaldas. Hablamos, claro, de Napoleón Bonaparte, y de la vizcondesa de Beauharnais, llamada Rosa Josefina Tascher de la Pagerie.
Napoleón fue invitado a una fiesta dada por el miembro con más poder del Directorio -la forma de gobierno adoptada durante la Revolución francesa- Paul Barras. Este había tomado nota del talento del general y lo quería poner a su servicio. Pero también tenía una relación afectiva con Josefina, quien lo había pasado muy mal durante el Terror, la cruenta etapa que se vivió durante la Revolución, entre 1793 y 1794. Su marido había sido guillotinado y ella había estado a punto de serlo también, pero logró salir de la cárcel. Ya libre, muy pronto se convirtió en protagonista de la sociedad parisina.
El deslumbramiento del conquistador
Napoleón quedó completamente deslumbrado por Josefina en cuanto la vio. Sólo seis meses después de conocerse, contrajeron matrimonio civil. Lo curioso: en el acta matrimonial ambos mintieron la edad, ella se quitó cuatro años y él se sumó uno. La diferencia quedó, pues, en un año.
“Napoleón estaba locamente enamorado de Josefina, de eso no hay duda", asegura la historiadora Ángeles Caso, quien recopiló la correspondencia que el matrimonio intercambió a lo largo de 13 años.
"Josefina nunca correspondió a Napoleón, al menos no de la misma manera, en esa etapa. Esa pasión absoluta que Napoleón sintió por Josefina, creo ella nunca la vivió", arriesga Caso.
Según historiadores, Napoleón y Josefina eran muy diferentes: el general era un hombre muy culto mientras que, según cuenta en sus memorias Madame de Rémusat, a Josefina (nacida en una familia de colonos en la Martinica) nunca se la vio con un libro en las manos.
"Desde su infancia se había caracterizado por ser una 'perfecta criolla rica': perezosa, sensual, caprichosa y profundamente manirrota, algo que acabó desesperando a Bonaparte. Por lo demás, su hábito de comer sirope de caña le había estropeado la dentadura y siempre procuró disimularlo tirando de chales y abanicos y de una media sonrisa muy especial", subraya Xavier Roca- Ferrer.
Las campañas exitosas, y las cartas apenas respondidas
A los pocos días de la boda, Napoleón partió en campaña militar a Italia. Profundamente enamorado como estaba, escribía a diario a Josefina, a veces incluso dos veces al día, llenando sus cartas de arrebatadas declaraciones de amor.
Pero Josefina pronto volvió a su ajetreada y frívola vida social y siguió teniendo amantes, aunque en las cartas que dirigía a su marido pretendía que lo echaba mucho de menos.
"Para controlarla, Bonaparte envió a uno de sus oficiales (Murat, su futuro cuñado) a París con órdenes de vigilarla. Finalmente, plegándose a las exigencias de Barras, Josefina fue a Italia para evitar que el general abandonara el ejército y regresara a Francia, pero se hizo acompañar por su favorito, un joven oficial llamado Hippolyte Charles".
Acabada la campaña italiana, ambos regresaron a París y a Josefina se dedicó a disimular otra vez. Pero en cuanto empezó la campaña de Egipto y Napoleón volvió a marchar, esta vez a la tierra de los faraones, ella volvió a las andadas volcándose en su adorado Charles.
La confesión de los amigos y la desilusión
"Un día de julio de 1798, mientras se dirigían a El Cairo bajo un sol de justicia, su amigo y ya general de brigada Junot reveló a Bonaparte las infidelidades públicas de su amada y le habló del tal Charles", subraya Roca-Ferrer.
Según cuenta Bourrienne, secretario particular de Napoleón, éste palideció ante la noticia. Lleno de furia, se lanzó contra ambos, Bourrienne y Junot, por no haberle informado antes. Lo indudable es que la noticia de las infidelidades de Josefina destruyó la pasión que Bonaparte había sentido por ella.
Cuando Josefina se enteró de que su marido lo sabía todo y estaba a punto de poner los pies en París entró en pánico. Fue a recibirlo al puerto en compañía de su hija Hortensia, favorita de Napoleón, pero él llegó por otra ruta, se le anticipó y se encerró en su despacho antes de encontrarse con ellas.
"Curiosamente, a partir de aquel momento Josefina empezó a amar a Napoleón. Pero era demasiado tarde. Hortensia se arrojó a los pies de su padrastro pidiendo perdón para su madre. Para asombro de cuantos le conocían, Napoleón abandonó la idea del divorcio y no castigó a nadie, pero dijo a Josefina que 'le había matado el corazón y no volvería a amar nunca más', afirma Xavier Roca-Ferrer.
"Josefina, a medida que Napoleón se va alejando de ella, se vuelve loca de celos, pero no por amor sino porque ve que se tambalea su posición social", opina por su parte Ángeles Caso.
Siguieron comportándose como marido y mujer ante terceros, pero a partir de entonces Napoleón dejó de ser un marido fiel.
El matrimonio no tardó en dormir en cuartos separados, aunque él visitaba a Josefina algunas noches cuando tenía insomnio y "necesitaba sudar".
Con todo, cuando en diciembre de 1805 Napoleón se convirtió en emperador de los franceses coronó a Josefina emperatriz en presencia del Papa. Josefina aprovechó además la presencia del pontífice para hacerse casar por la Iglesia, a lo que Napoleón se avino.
Emperador y emperatriz
El 2 de diciembre de 1804, Napoleón coronó a Josefina como emperatriz en la catedral de Notre Dame. Se señala que Napoleón siguió con Josefina porque el matrimonio le interesaba desde el punto de vista social, sobre todo después de coronarse emperador. Además, Josefina era una mujer de mundo que sabía hacer de emperatriz.
Josefina, aunque inteligente, realmente no tenía un gran intelecto, pero de alguna manera sabía cómo ser emperatriz. No hay libros que lo enseñen, y aun así ella se deslizó en ese papel fácilmente".
La falta de heredero y el divorcio
Pero Napoleón quería un heredero, y Josefina no se lo daba. Así que el 14 de diciembre de 1809 se divorció de ella. Para entonces, la relación entre ambos ya estaba completamente podrida. Pero aun así fue generoso con ella y le dejó el título de emperatriz, cierta corte y unas buenas condiciones de vida.
"En parte, por respeto a la propia dignidad imperial y porque en ese momento final siente cierto cariño hacia ella", en opinión de Ángeles Caso.
En 1810, tras divorciarse de Josefina, Napoleón contrajo matrimonio con María Luisa de Austria, de la que también tendría un hijo, el rey de Roma.
Julio César y Cleopatra: el romance conveniente de dos imperios
El romance del general romano Julio César con la reina egipcia Cleopatra VII es, sin duda alguna, uno de los más famosos no solo de la Antigüedad, sino de toda la historia.
Julio César era el hombre más relevante de la antigua Roma y ella era la mujer más poderosa del antiguo Egipto.
Su relación se reflejó a lo largo de los siglos en libros, películas, obras de teatro, óperas, ballets y hasta disfraces de carnaval y halloween.
Una gran diferencia de edad
Julio César y Cleopatra se conocieron en el 48 AC cuando él tenía 52 años y ella solo 20. A pesar de su juventud, la reina sobresalía por su gran inteligencia, astucia, sofisticación y formación de tradición griega. Era políglota, se interesaba por los cultos de Egipto y se le atribuye la autoría de obras de un amplio abanico de temas, desde la cosmética y la peluquería hasta temas científicos y filosóficos. Es probable que ya hubiera estado en Roma durante su infancia, acompañando a su padre, el rey Ptolomeo XII, en uno de sus viajes de exilio.
El inicio de su relación se produjo en el contexto de una doble guerra civil: la romana entre Julio César y Pompeyo Magno y la egipcia entre Cleopatra VII y su hermano Ptolomeo XIII.
Por eso, una de las primeras acciones del general romano cuando se instaló en Alejandría fue convocar ante su presencia a los dos hermanos para invitarles a compartir pacíficamente el trono según los deseos de su padre.
A la hora de conseguir el apoyo del líder romano, Ptolomeo XIII partía teóricamente de una situación más favorable, al ser el artífice de la muerte de Pompeyo y contar con el apoyo de la ciudad de Alejandría.
No obstante, la estratega Cleopatra supo cómo voltear la situación a su favor. Según se refiere partió en secreto hacia Alejandría y se introdujo en la habitación del emperador romano de forma clandestina, y lo sedujo en el acto.
Tras el final de la guerra de Alejandría, Julio César se quedó casi tres meses más en Egipto con el objetivo de estabilizar la región. Durante ese tiempo, Cleopatra y él hicieron un crucero por el río Nilo en una lujosa barcaza real a la que acompañaban, según algunos autores, hasta 400 barcos. Es posible que su objetivo fuera desfilar por todo el país presumiendo de su victoria y alardeando de lo bien que se llevaban sus países, pero no se puede negar que también había un componente romántico.
El reposo del guerrero junto a la amante
César llevaba más de una década de campaña en campaña, y desde que había cruzado el Rubicón no había podido disfrutar de ningún periodo de descanso. Visto así, parecería lógico pensar que hasta al hombre más poderosa de Roma le había tentado la posibilidad de pasar un tiempo de reposo disfrutando de la compañía de la joven, enérgica e ingeniosa Cleopatra.
No hay motivos de peso para pensar que no estuvieran auténticamente enamorados. Para César eso no significaba que sintiera una obligación de ser fiel a la egipcia ya que, para empezar, en ese momento estaba casado con su tercera esposa, Calpurnia. Por su parte, Cleopatra podría haberse enamorado del romano, a pesar de su gran diferencia de edad, por su espectacular carisma, encanto personal y forma de ejercer el poder.
La vida en Roma y la tragedia
En otoño del 46 a.C., Cleopatra, su familia y parte de la corte egipcia se trasladaron a vivir a Roma, a una de las villas que César poseía en la orilla exterior del río Tíber. Allí se quedarían más de un año, hasta el asesinato de Julio César en marzo del 44 a.C. No se conoce el motivo de la visita, pero lo más probable es que, simplemente, quisieran pasar más tiempo juntos. Una prueba del afecto que sentía el líder popular por la reina egipcia es que, en el templo de Venus Genetrix, en pleno centro del Foro romano de César, ordenó que se esculpiera una estatua de oro de Cleopatra para ubicarla junto a la de la diosa.
A lo largo de su estancia en la metrópolis, Cleopatra nunca dejó de ser el epicentro de las habladurías, ya que César seguía casado con Calpurnia.
A finales del 46 a.C. nació Cesarión, el hijo de César y Cleopatra. Al ser hijo del romano más poderoso y de una reina egipcia, el niño parecía estar destinado a grandes hazañas. Además, era el único hijo biológico que había tenido César, por lo que era previsible que fuera su heredero. Sin embargo, cualquier proyecto de vida que pudiera tener se frustró cuando su padre fue asesinado. Como fruto de una reina oriental detestada, jamás habría sido aceptado en la aristocracia romana, y menos aun como sustituto de su padre.
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