La economía aterriza. Y la inflación, no. Es un choque duro con la realidad. Y con certeza de daño colateral. Después del alerta de FedEx -los negocios se derriten- crujió Gran Bretaña, una advertencia más sombría. Un mal paso puede desatar una crisis financiera con nombre propio. Y el foco no son los sospechosos de siempre -las economías emergentes- sino la Rubia, y madura, Albión. Nadie está exento. El mal trago del lunes fue un gin destilado en Londres, no un exótico tequila.
Llegó el aterrizaje duro y rozó el mundo un momento Lehman
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Liz Truss.
El nuevo gobierno de Liz Truss estrenó una agenda a lo Reagan y la experiencia replicó el debut de Mitterand en 1981. Gran Bretaña ya atraviesa una recesión. No obstante, el Banco de Inglaterra izó sus tasas de interés siete veces y deberá persistir ante una inflación que avizora en 11% en octubre (y no en 13% porque el gobierno subsidiará la energía). ¿Qué propuso la flamante Tesorería? Una rebaja de impuestos, sin otras fuentes de financiamiento ni recortes de gastos. El “minipresupuesto” provocó una crisis fulminante. La libra se zambulló rumbo a la paridad con el dólar, los rendimientos de la deuda pública se dispararon. Y los fondos de pensión sufrieron una andanada de llamados de reposición de garantías (margin calls) imposible de atender en plena convulsión. Era el inicio de una corrida.
Un momento Lehman Brothers, aunque se diga que el Reino Unido es una fracción pequeña del PBI mundial (si fuera por eso, las hipotecas subprime eran una minucia). ¿Por qué no estalló? Andrew Bailey lo convirtió en un episodio Baring Brothers. La liquidez del banco central se puso sobre la mesa para suplir la iliquidez de los fondos de pensión. Sin titubear, se pasó de la reducción de la cartera de bonos públicos a reanudar las compras.
¿No es una contradicción? ¿Soltar la liquidez cuando hay que restringirla para abatir la inflación? No, si su sola invocación frena la corrida; pero la explicación es ardua. Los mercados, recelosos del plan de Truss, avalaron el plan de Bailey en el acto. La libra terminó la semana como si nada. ¿Falsa alarma de incendio? Verdadera. Hubo que apagar su foco. El mensaje: no hay grados de libertad, ni para una plaza financiera profunda como Londres. ¿Capito a Roma, Meloni? No se pueden sacar los pies del plato, y no romper el plato. Sí cabe notar el poder de un banco central cuando retiene la credibilidad, aunque su accionar sea sinuoso.
El aterrizaje duro ya comenzó. Los precios que encendieron la inflación caen (energía y commodities en general, la vivienda a nivel nacional en EE.UU.), pero la inflación subyacente crece a lo alto y ancho. En agosto, por primera vez, la medición preferida por la Fed -el deflactor del consumo- coincidió con la marcha de los precios minoristas. La inflación núcleo escaló 0,6%. La mediana, 0,7%. En el margen trepan más que en el último año pese a las tasas en alza, el superdólar y la contracción del déficit fiscal. Es una velocidad anualizada de 7,4% y 8,7%, respectivamente. Y no es solo EE.UU.
La inflación de la eurozona tocó 10% en septiembre. Y también se despereza la inflación núcleo con un salto mensual inesperado de 1%. Y sube el costo de la cobertura contra riesgo de default en bancos como Credit Suisse y Deutsche Bank. Habrá que trabajar, pues, en varios frentes.La economía aterriza, los mercados amerizan (se hunden). La tormenta es feroz. La tasa del Tesoro a diez años horadó el “techo” de junio de 3,51% con una fugaz visita por encima de 4%.
La Bolsa no tiene escondrijo. A los mínimos, también de junio, los barrió la doble tenaza del vuelo de las tasas largas y la percepción de un frenazo brusco de la economía real y las ganancias. Luego de FedEx y Ford se sumaron las penurias de Apple, Meta, Micron, Nike, y siguen las firmas. Como siempre, la Bolsa se anticipa. Y no adelanta nada bueno. Cayó 9% en septiembre. Todos los índices están en manos de los osos. ¿Exagera? Sí. Solo así, en algún momento, las malas noticias serán buenas noticias. Tal vez, si mengua el empleo. O cuando veamos los balances. La mejor noticia hoy es que las expectativas de inflación convergen a 2%. La suba de tasas largas tiene techo. En septiembre, la tasa nominal a cinco años trepó 69 puntos base pero la tasa real, 113. La inflación implícita se redujo casi en medio punto y merodea 2,11%. La Fed rema con fuerza hacia esa orilla, y su voluntad no se cuestiona. Carga con una nueva obligación, que la inflación se doble pero que el mundo no se rompa. Ya activó la línea de swaps cambiarios -dólares por libras- como primera contribución.
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