11 de febrero 2008 - 00:00

Jefes partidarios zanjarían la puja

Ante la posibilidad de que la burocracia demócrata defina quién será el candidato presidencial del partido, la figura de Bill Clinton adquiere un enorme peso en la seducción de los llamados «superdelegados».
Ante la posibilidad de que la burocracia demócrata defina quién será el candidato presidencial del partido, la figura de Bill Clinton adquiere un enorme peso en la seducción de los llamados «superdelegados».
Washington - Ni el «supermartes» de la semana pasada ni las primarias y caucuses celebrados el último fin de semana acaban con la incertidumbre: Estados Unidos sigue votando territorio a territorio, pero mientras del lado republicano la candidatura presidencial está en la práctica definida a favor de John McCain, en terreno demócrata la carrera codo a codo entre Hillary Clinton y Barack Obama parece no tener fin.

De seguir estancada en la convención partidaria de agosto, la situación tendrá que ser resuelta por los llamados superdelegados, una suerte de «clase noble» dentro del partido que incluye a todos los gobernadores y senadores demócratas, así como políticos y funcionarios prominentes.

Los superdelegados, que «The Washington Post» cifra en 796, no están atados, como el resto de delegados, al voto de los electores de su estado, sino que pueden elegir libremente qué candidato prefieren para aspirar a la sucesión de George W. Bush al frente de la Casa Blanca.

Los medios destacan que hasta ahora apenas una mitad de ellos ya se ha manifestado a favor de la ex primera dama o del senador de color. El resto, más de 300, tiene el mismo peso que California, el estado norteamericano más poblado.

Para encontrar un caso análogo hay que remontarse a 1984, cuando los superdelegados dieron el triunfo a Walter Mondale sobre Gary Hart. Habían sido creados dos años antes para dotar de más poder a las grandes figuras del partido.

El «The Wall Street Journal» habla de «pesadilla para los demócratas»: su candidato presidencial terminaría siendo elegido por «caciques partidarios» en lugar de por sus votantes.

«Para la opinión pública parece un retroceso al sistema antiguo y corrupto», describió al diario el politólogo Larry Sabato. Y ni siquiera los propios superdelegados parecen conformes con el panorama: «no creo que querramos ese regreso», dijo a «The New York Times» el senador por Florida, Bill Nelson.

Los equipos electorales de Obama y Clinton mueven todos los resortes para atraer a la élite partidaria. En este sentido, la ex primera dama parece contar con mejores posibilidades de éxito gracias a su marido y ex presidente, Bill.

«The New York Times» se refirió a «dividendos de la larga relación entre los Clinton y la cúpula del partido y funcionarios selectos». Los mismos seguidores de Obama reconocen su desventaja: « Sería un error y una catástrofe si los superdelegados -representantes del establishment- aparecieran para torcer la voluntad de los votantes», lamentó el ex candidato presidencial John Kerry, que apoya al senador por Illinois. (Por ahora, Hillary habría convencido a 193 contra 106 de Obama).

La maquinaria, sin embargo, ya está puesta en marcha. Cada semana, ambos candidatos se reservan varias horas para comunicarse personalmente con superdelegados indecisos. En los casos más complejos, el propio Bill Clinton o su hija Chelsea se ponen al teléfono. Los cortejados corren el riesgo de ahogarse en elogios: «Todo el mundo nos bombardea con e-mails», relató a «The New York Times» Donna Brazil, que ocupa un alto puesto en la estructura del partido.

Si todas las opciones fracasan y ni siquiera los superdelegados llegan a una decisión definitiva, los demócratas podrían verse condenados a lo que en Estados Unidos se denomina una «Brokered Convention», una candidatura negociada.

Incluso el presidente del partido, Howard Dean, se refirió hace poco a esa posibilidad, aunque confió en que en marzo o abril la balanza ya se haya decantado.

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