4 de septiembre 2019 - 00:00

Una historia de dos cepos

Como está la situación, solo queda atar todo con alambres hasta que llegue el traspaso de mando.

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Pixabay.

La mejor medida del gobierno de Mauricio Macri tuvo lugar el 17 de diciembre de 2015. De un plumazo, su equipo económico eliminó el control de cambios introducido por Cristina Fernández de Kirchner a fines de octubre de 2011.

El cepo de Cristina fue el punto de llegada de una serie de políticas insostenibles. Sus efectos fueron nefastos para la economía. Se desplomó la exportación, cayó la inversión, apareció el dólar blue, se perdieron reservas y la economía dejó de crecer. El cepo no solo no resolvió ningún problema económico, sino que creó otros nuevos.

Así que eliminarlo fue lo mejor que se pudo haber hecho. Paradójicamente, el mismo gobierno que terminó con el cepo, finaliza su gestión imponiendo uno nuevo.

Diferencias

Es cierto que las restricciones impuestas por el binomio Lacunza-Sandleris no son exactamente iguales que las avanzadas por Boudou-Lorenzino-Kicillof-Marcó del Pont-Vanoli. Durante el apogeo de la restricción previa, se prohibió a todo argentino la compra de siquiera un dólar. Es decir, se criminalizó el ahorro en moneda extranjera por más mínimo que éste fuera.

El mismo criterio aplica hoy, pero solo a aquellos que quieren comprar más de USD 10.000 por mes, un número estimado en 26.000 individuos. La restricción a la libertad opera igual si se produce sobre una sola persona, 26.000, o 40 millones, pero debe reconocerse la diferencia en grados que hay entre una medida y la otra.

No obstante, en esencia, la política es la misma. Ya no opera la libertad total para acceder al mercado de cambios.

Importantes similitudes

Llegado a este punto surge la pregunta de por qué un gobierno toma la decisión de restringir a personas y empresas la compra de dólares. Es aquí donde aparecen las marcadas similitudes entre al “Cepo K” y el “Cepo M”.

Si se mira lo que ocurría en 2011, 60 días antes de las elecciones presidenciales el nivel de reservas brutas en el Banco Central ascendía a USD 52.000 millones. El 27 de octubre, ese monto había mermado hasta los USD 47.000 millones, es decir que se perdieron reservas a un ritmo de USD 47 millones diarios.

Tras la victoria aplastante de Cristina Fernández el ritmo de salida de dólares se duplicó. En las dos semanas siguientes las reservas cayeron USD 115 millones por día, incluso con un gobierno que ya había impuesto ciertas restricciones de acceso a la divisa.

La situación es similar a lo ocurrido recientemente. El día anterior a las PASO el Central contaba con USD 66.000 millones de reservas brutas, mientras que el último dato conocido es de USD 53.000 millones, un derrumbe de USD 1.000 millones por día.

La magnitud de la caída es muy distinta, pero la tendencia es la misma. En 2011 y en 2019 los argentinos se abalanzaron sobre los dólares.

En 2011 la corrida fue motivada por el miedo a lo que se venía, que era la “profundización del modelo” de CFK, caracterizado por alta inflación y ataque al sector privado. En 2019 por algo muy parecido: el regreso de CFK, esta vez en la vicepresidencia de la nación… menuda coincidencia.

Ataque a las consecuencias

Cuando los ciudadanos de un país se vuelcan masivamente a comprar dólares, el gobierno, a través del Banco Central, no tiene muchas alternativas.

O bien deja que el precio del dólar suba, asumiendo las consecuencias que eso originará en el nivel de precios, o bien se pone a vender reservas, hasta que (eventualmente) se queda sin ninguna, o bien impone un control de cambios para frenar la demanda de al menos un sector de los compradores.

Ahora como queda bien claro, ninguna de estas opciones resuelve el problema de fondo. Solo se busca atacar las consecuencias. En 2011, el problema de fondo era una política fiscal y monetaria ultraexpansiva que generó altos niveles de inflación. En 2019, una enorme deuda pública que –dado el resultado de las elecciones- tiene altas chances de no ser honrada en sus términos originales.

Un último comentario es que en el caso actual, la forma de resolver el problema de fondo es anunciando un plan económico creíble que garantice el pago de la deuda, para lo cual se necesita austeridad fiscal y reformas estructurales. Pero como el gobierno de Macri luce terminado, a la luz del resultado de las PASO, nada de lo que diga generará tranquilidad.

En conclusión, la pelota está del lado de Alberto Fernández, y hasta que no se pronuncie en un sentido que genere confianza, no hay otra más que luchar contra las consecuencias y atar todo con alambres hasta que llegue el traspaso de mando.

*Director de Iván Carrino y Asociados y Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE

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