26 de junio 2019 - 00:01

Los vestigios del populismo económico

Cuestión de mercado. En el caso de los commodities agrícolas el precio viene formado, y cualquier gravamen distorsivo que se aplique en el comercio le quita rentabilidad a toda la cadena.
Cuestión de mercado. En el caso de los commodities agrícolas el precio viene formado, y cualquier gravamen distorsivo que se aplique en el comercio le quita rentabilidad a toda la cadena.

Beneficiados por el boom de commodities producto del milagro chino, el inicio del siglo XXI quedará en la historia como una época dorada para países emergentes. El ataque a las torres gemelas en el 2001 era el punto de inflexión para un mundo que entraba en una de las fases de crecimiento más vigorosas de los últimos tiempos. La economía mundial, que crecía a razón de 2,5% anual en el año 2001, aceleraría hasta el 5% hacia el año 2007.

Esta expansión estuvo motorizada principalmente por la irrupción de las economía asiáticas, fundamentalmente China e India. Ambas economías, con más de 2.700 millones de personas, representan nada más y nada menos que más de un tercio de toda la población mundial.

El principal efecto colateral de dicha irrupción fue un colosal aumento en el precio de los commodities, producto de la mayor demanda de alimentos. Esto beneficiaría de manera directa a los emergentes, o sea, a los grandes productores y exportadores de productos primarios y alimenticios. Lo que sucedió en la región latinoamericana es la mejor muestra de todo ese proceso.

Para dimensionar la magnitud del boom de precios, basta con observar el índice de materias primas agrícolas que tras oscilar entre 60 y 80 durante la década de los noventa, pasó de un mínimo 44,8 en el 2001 a tocar un máximo de 134,2 diez años después. Ni la crisis de las hipotecas en EEUU del 2008, donde el índice orilló los 80 puntos, pudo frenar el ciclo alcista. Los precios terminaron multiplicándose por tres, alcanzando así máximos históricos. Este contexto externo favorable explica el importante crecimiento que han tenido todos los países de la región en la primera década del siglo XXI. ¿Somos conscientes de la magnitud del efecto riqueza que esto genera para países como Argentina?

Ahora bien, el ciclo alcista finalizó en el año 2011, y desde entonces, los países latinoamericanos han venido mostrando una enorme disparidad respecto a su desempeño económico ante el cambio de contexto externo. Mientras que un grupo de países, como Chile, Colombia, Uruguay y Perú continúan en su fase expansiva, con un crecimiento del PBI per cápita de entre 15% y 25% acumulado entre el año 2011 y el 2019, otros países de la región están enfrentando una década técnicamente perdida. En ese segundo grupo están Argentina, Brasil y Venezuela, que tendrán al final del periodo un PBI per cápita significativamente menor al que tenían al inicio.

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La disparidad actual entre países permite discernir claramente entre los que hicieron las cosas bien, de los que las hicieron mal; la diferencia entre los países que han padecido populismos, de los que no. Por eso a los aficionados a la ficción, que creyeron que Argentina había ganado una década, es momento de saber que la serie tenía una segunda temporada y con un final no precisamente muy feliz. ¿Cómo se pudo administrar tan mal la abundancia?

En una vereda, los países que hicieron los deberes priorizaron el ahorro interno por sobre el consumo lo que permitió impulsar la economía a través de la inversión y de las exportaciones. Aprovechando el viento de cola para generar fondos anticíclicos, realizaron políticas expansivas únicamente como herramienta anticíclica ante contextos adversos como lo fue la crisis del 2008. A lo largo de esos años se dedicaron también a expandir mercados externos, fomentando las exportaciones reduciendo así la dependencia interna de sus economías. Esta sumatoria de elementos, entre otros, les permitió afianzar las bases de un proceso de crecimiento sostenido en el tiempo, el cual hoy les continúa dando muchos frutos. La tasa de crecimiento del PBI per cápita de Chile, Perú, Uruguay y Colombia oscila entre 2% y 3% promedio anual en esta segunda década del nuevo milenio. Avanzando sin prisa, pero sin pausa.

En la otra vereda, las experiencias populistas impulsaron su fase expansiva a través de una importante expansión del mercado interno financiada con el alza de los commodities, canalizado a través de políticas fiscales, de ingresos y monetarias ultra expansivas. Ante escenarios recesivos, políticas expansivas; ante escenarios expansivos, políticas expansivas también. Teoría keynesiana; mal llamada y pésimamente aplicada.

En el caso específico de Argentina, el combo de política económica era insustentable. Incremento del gasto público vía subsidios económicos, prestaciones sociales y empleados públicos, con el correspondiente aumento de la carga tributaria y presión impositiva para sostener, en vano, las finanzas públicas. Emisión monetaria para financiar el déficit, acompañado con política de tasas de interés real negativas, que derivó en un proceso inflacionario sistémico. Controles de precios, atrasos cambiario y tarifario, que llevó a una gran distorsión de precios relativos, agotamiento de stocks y el desabastecimiento energético, aumentando artificialmente el salario real.

Todas esas políticas derivaron en un boom del consumo interno y lógicamente en un gran caudal de votos. Pero también llevaron a un estrangulamiento del sector productivo por asfixia fiscal que se quedó sin capacidad de generar empleo y de aumentar la producción. El resultado fue economías sobre expandidas, plagadas de desequilibrios e imposibilitadas para crecer.

Cuando la fiesta de los commodities terminó en el año 2011 tras el enfriamiento de la demanda china, que provocó una significativa baja en los precios (prácticamente del 50% hasta la fecha) y las cantidades exportadas, las fragilidades de esos modelos quedaron expuestas. Fue así como los países que habían errado en su política económica comenzaron a manifestar problemas y una importante desaceleración económica. Y ya sin capacidad de realizar políticas anticíclicas, producto de los desequilibrios macroeconómicos autogenerados, las economías entraron en una importante fase de estancamiento.

Claramente, el rédito político en el corto plazo de todas estas políticas fue muy grande. Eso se refleja en el apoyo que aún tienen los principales referentes de estos movimientos, y explica frases como “yo con Cristina estaba mucho mejor”. Pero lo cierto, y a veces difícil de comprender, es que la sociedad recibió tostadoras y televisores, y entregó crecimiento y prosperidad de largo plazo. Era el momento de invertir, de enterrar “fierros”, y sin embargo volcamos el excedente extraordinario de los precios de los commodities para financiar una fiesta de consumo. El cortoplacismo electoral, con el cual gobierna el populismo, nos permitió avanzar muy rápido, pero recorriendo una distancia muy corta. Fue peor que quemar los ahorros de la abuela.

Por eso hoy, a las dificultades económicas existentes, se agrega algo mucho más complejo que tiene que ver con las dificultades que enfrenta la política para gestionar la normalización en el marco de las enormes demandas sociales y la ausencia de consensos de todos los actores. Pese a las distintas circunstancias, matices y tiempos de cada caso, Argentina y Brasil están atravesando, a diferencia de Venezuela que aún no logró salir de la trampa, procesos muy similares. La intolerancia social y los problemas de gestión política en ambos países son capaces de hacer naufragar a cualquier plan económico. Sin boom de precios de commodities y ante un escenario global adverso, desarmar las ataduras del estancamiento de las economías que han sido víctimas de populismos, va a requerir de mucha perspicacia política para conjugar lo que la sociedad pide, con lo que la economía puede dar. Ahí radica el principal desafío.

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