2 de septiembre 2019 - 11:17

Llegó la hora de las consecuencias

No se trata de la inflación sino de la causa de ésta y de muchos otros perjuicios. La enfermedad crónica, y progresiva, de nuestra economía es la exorbitancia, ahora obscena, del gasto político.

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Imagen: Noticias Argentinas.

Los problemas estructurales, más importantes, de la economía argentina, son hoy los mismos de hace cuatro años, de hace dieciocho y también de los de hace treinta años. Han estado en el centro de cada crisis y lo único que ha variado es su magnitud.

No se trata —como a primera vista podría pensarse— de la inflación sino de la causa de ésta y de muchos otros perjuicios: la enfermedad crónica, y progresiva, de nuestra economía es la exorbitancia, ahora obscena, del gasto político. Y decimos gasto político sin cometer lo que podría verse como un error involuntario, pues nos gustaría remarcar que todo —absolutamente todo— el gasto estatal es gasto político, pues es cierto que se hace política con los planes sociales pero ocurre lo mismo con el empleo estatal, el régimen previsional, las empresas estatizadas o las obras públicas. Todo es gasto político.

Íntimamente ligado a esa omnipresencia del Estado en la vida de los argentinos está su pretensión de manejarlo y controlarlo todo, dando lugar a una galaxia de híper y micro regulaciones. El crecimiento metastático del Estado y la proliferación de regulaciones tiene como correlato el aumento demencial de la carga fiscal —la impositiva, la para–impositiva y el costo, artificialmente elevado del dinero, al fijar la tasa de interés— y de los costos de aquellas regulaciones, como las laborales.

Estos sobrecostos de origen fiscal dejan fuera de competencia a nuestra producción al provocar una caída sistemática de la productividad. La pérdida de productividad deriva en el cierre de la economía, correlativa disminución del poder adquisitivo, caída de la inversión y en un aumento progresivo de la pobreza, década tras década.

Pero nuestro objeto aquí no es tratar los problemas importantes, sobre cuyo agravamiento repetidamente hemos advertido a lo largo de los años, sino sus consecuencias más angustiantes y urgentes. Estos problemas inmediatos amenazan hoy precipitarnos en una crisis de magnitud a escala histórica.

La mora en encarar las reformas estructurales, de fondo, nos llevó a perder sustentabilidad fiscal y financiera. En lugar de diseñar una política económica integral que atendiera de lleno los problemas estructurales, que habían alcanzado una gravedad indisimulable al momento de entregar Cristina Kirchner el poder, el gobierno macrista la reemplazó por una política diseñada para estirar los tiempos sin hacer nada —a la que llamaron gradualismo— y encaminada exclusivamente a controlar el dólar —esto es, a enmascarar y retardar la manifestación cambiaria de aquellas dolencias.

Esta última política se basó en el endeudamiento masivo y una serie de artificios monetarios a efectos de montar una bicicleta financiera, consistente en tasas de interés que superaran las expectativas de devaluación. La fantasía cambiaria se mantenía, entonces, en base a un creciente —y potencialmente explosivo—atraso cambiario, resultante de tasas de interés superiores al ritmo de devaluación y de malvender las reservas inyectadas en préstamo por el FMI.

Las tres consecuencias de enmascarar los problemas de fondo —atraso cambiario, deuda fiscal y deuda cuasifiscal— requieren ahora una solución urgente.

En el marco del creciente stress financiero y pese al salto ocurrido, el tipo de cambio sigue buscando un valor que equilibre la oferta y la demanda. En las crisis ese valor es gobernado por el miedo y poco sentido tiene especular sobre el tipo teórico de equilibrio. Por otro lado, la gente sabe que el valor de mercado del dólar sería más alto si no hubiera dos oferentes irracionales —el BCRA y el Tesoro— dispuestos a vender a un precio bajo grandes volúmenes.

En lo que hace a la deuda fiscal, el panorama a corto y mediano plazo era alarmante, lo que motivó la decisión de anunciar un default selectivo la semana pasada, a partir de lo cual el tobogán se volvió un camino de ida y que derivó en el desarme precipitado de depósitos en dólares desde el jueves.

En el cronograma original, entre agosto y fin de año vencían u$s9.715 millones de Letes en dólares, u$s1435 millones de Lelink ajustables por dólar, y nada menos que $ 399.000 millones de letras en pesos. En cuanto al año próximo, hay necesidades por U$ 52.500 MM; de ese total, unos u$s9000 millones contarían con una renovación medianamente asegurada. Con nuestro presente spread de riesgo país, una refinanciación luce impracticable.

La deuda cuasifiscal está conformada esencialmente por las Leliq que han trepado por encima de los $1,3 billones, superando a toda la base monetaria en circulación y creciendo vegetativamente —de no mediar retiro de depósitos en los bancos— a una tasa superior a 80% capitalizable cada siete días. Acá la gravedad es amplificada por la contraproducente decisión de haber colocado a los bancos en el medio del problema.

Frente a estas cuestiones y en el presente grado de deterioro, el gobierno ya no cuenta con opciones buenas ni regulares; ahora todas son malas. Debe elegir entre vaciar de reservas al BCRA para así refrenar al dólar o dejar que este tome vuelo para defenderlas. Este último camino es el mejor para el país pero deja al gobierno sin posibilidad alguna de un desempeño electoral tan siquiera aceptable en octubre.

Las normas anunciadas este domingo demuestran que el gobierno optó por la primera alternativa, aunque buscando estirar los tiempos de las atribuladas reservas, acelerando el ingreso de divisas comerciales e implantando un desdoblamiento y un cepo segmentado a las compras de divisas. No es nuestro objetivo revisar el detalle de las medidas sino el estimar su impacto. Una primera consecuencia es el renacimiento de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo, que será creciente. A su vez, provocarán una serie de contramedidas destinadas a sortearlas o perforarlas por parte de los agentes económicos, lo que será contestado con nuevas disposiciones oficiales. A nuestro juicio, el principal impacto no deseado de los anuncios de ayer es la probable contaminación y erosión de los depósitos en pesos. En las próximas semanas, los anuncios de medidas de emergencia se volverán costumbre.

El gobierno ha decidido gastar reservas para sofrenar el dólar. Por este camino, sólo conseguirá que las mismas se agoten y el dólar termine, de todas formas, disparándose. Las reservas netas efectivas disponibles suman apenas u$s10.000 millones. El panorama se agrava al quedar en duda los desembolsos pendientes del FMI por la corrosiva recriminación del FdT, acusándolo de financiar la fuga de capitales y violar así el artículo IV de su estatuto. La pérdida de reservas será de aquí en más la variable clave a seguir.

(*) Doctor en economía, profesor del CEMA, consultor de bancos y empresas, y consejero académico de Fundación Libertad y Progreso.

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