En el altar de la economía argentina, las reservas ya no existen como dinero, sino como relato. El BCRA se ha convertido en una usina de ficciones líquidas, donde cada dólar contabilizado tiene un doble: uno real (escaso, fugaz, a veces prestado) y otro contable (abundante, prometido, generalmente inexistente). Las cifras son elocuentes; las reservas netas están negativas en -10.000 millones de dólares, que se transforman en negativas -12.700 millones si se incluyen los BOPREAL, esos bonos que funcionan como un mecanismo de autoengaño institucionalizado.
El fantasma de Domingo Cavallo recorre la Casa Rosada
Críticas al esquema cambiario. Cavallo advierte que es “imposible” estabilizar sin reservas, incluso con el apoyo de EEUU.
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Cavallo advierte que es "imposible" estabilizar sin reservas, incluso con el apoyo de EEUU
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Domingo Cavallo, exministro de Economía.
Sin embargo, el gobierno insiste; “estamos acumulando reservas”. La magia contable consiste en confundir dólares con expectativas. Lo que entra por deuda o swap se computa como “refuerzo de activos”, y lo que sale por pago de importaciones se considera “ajuste de flujo”. La economía argentina ha descubierto el secreto de la alquimia financiera; transformar pasivos en narrativa, y déficits en esperanza.
El ministro Caputo -un virtuoso del spread narrativo- vende al público minorista un discurso de solvencia mientras el balance del Tesoro se desangra. Los vencimientos en bonos dólar linked alcanzan 5.500 millones de dólares hasta fin de año, a lo que se suman 3.500 millones en contratos de dólar futuro. La deuda no se paga; se reprograma, se reemplaza, se licúa o se exporta en forma de confianza. El rollover se volvió la religión del sistema. En la penúltima licitación-anterior a la elecciones-, el Tesoro apenas logró renovar el 57%, inyectando 4.500 Billones de pesos netos y cubriendo parcialmente un déficit de financiamiento de 5.100 Billones.
Pero la retórica oficial no habla de deuda, sino de “optimización del portafolio”. La palabra “crisis” ha sido cuidadosamente sustituida por “gestión activa del pasivo”. El verbo “emitir” se reemplazó por “normalizar”. Y la expresión “no hay dólares” se traduce como “persisten tensiones transitorias de liquidez”.
En ese universo semántico, el déficit fiscal real del 2,7% del PBI se presenta como un “superávit primario del 1,6%”. Basta con eliminar los intereses capitalizados, los pagos no registrados y los compromisos contingentes para que el Excel cierre en azul. El truco es tan simple que asombra; la solvencia no se demuestra, se enuncia. Appadurai diría que este es el punto máximo de la financierización de la imaginación; el poder de convertir expectativas en evidencia, promesas en hechos.
La política económica se sostiene entonces sobre una especie de “realismo contable mágico”, donde los dólares de Uncle Scotty -los 40.000 millones prometidos para cubrir vencimientos hasta 2027- funcionan como el deus ex machina del guion. El swap chino, los desembolsos del FMI y las emisiones privadas de deuda corporativa se integran en un relato unificado de estabilidad, aunque ninguno de esos flujos sea propio, permanente ni productivo.
La balanza de pagos, por su parte, aporta su cuota de ambigüedad. En septiembre se registró un superávit de 5.500 millones de dólares, luego de un déficit de 1.100 millones en agosto. ¿Milagro exportador? No exactamente. El salto se debió a una maniobra puntual; la eliminación temporal de retenciones al agro, que disparó exportaciones por 12.600 millones, nivel récord. Un mes después, en octubre, las liquidaciones agrícolas cayeron a 1.100 millones, confirmando que el boom había sido apenas un espejismo. La cuenta de servicios, mientras tanto, sigue drenando; déficit acumulado de 8.600 millones, con 7.600 millones en turismo. Los pagos de intereses bajan un mes y suben el siguiente, según las necesidades de maquillaje estadístico.
El simulacro es perfecto porque el sistema financiero global lo permite. Mientras los algoritmos de Bloomberg lean “superávit de cuenta corriente”, nadie preguntará cuántos de esos dólares son reales. El mercado opera con la lógica de la fe; lo que importa no es que haya reservas, sino que se prometa que las habrá y se crea. El lenguaje técnico se convierte en un arma de distracción masiva. Palabras como “anclaje”, “meta cuantitativa”, “capacidad de absorción” o “expansión controlada de agregados monetarios” forman parte de una coreografía que disimula el verdadero movimiento; la precarización absoluta del balance nacional.
En esta economía de la ilusión, la estabilidad se mide por la paciencia de los acreedores. Cuando PIMCO y Bessent convalidan el trade, el país “se estabiliza”. Cuando BlackRock renueva sus posiciones, “se consolida la confianza”. Y cuando algún fondo vende, se llama “volatilidad transitoria”. El lenguaje técnico reemplaza al juicio moral, y la complicidad se viste de tecnocracia.
Lo más inquietante es que el gobierno parece creer en su propia narrativa. Cada entrevista de Majul al ministro Caputo suena como una homilía macroeconómica: “el peso se estabiliza, la inflación baja, la economía repunta”. Sin embargo, el mismo documento oficial reconoce una devaluación del 21% del peso en lo que va del año, una inflación mensual del 2,5% en octubre, y un arrastre alto para noviembre. La recaudación real cayó 3,5% interanual, y el IVA DGI bajó 5,9%. El país festeja con copas vacías; el brindis es por la ilusión, no por el crecimiento. Argentina vive hoy un régimen de solvencia discursiva, una economía que no genera dólares, sino relatos sobre dólares. En ese sentido, el “modelo Milei-Caputo” es más coherente de lo que parece; su éxito depende de mantener la ficción lo suficiente para que los mercados sigan apostando. No importa si hay superávit o déficit, reservas o deuda; lo importante es que el ticker diga “Argentina +2.3%”. El resto -la vida cotidiana, los precios, los salarios, la pobreza- es ruido de fondo en una función diseñada para Wall Street.
La conclusión provisional es brutal; el gobierno no busca estabilidad, sino verosimilitud. La economía no mejora, actúa que mejora. Y el BCRA, con su contabilidad esquizofrénica, no acumula divisas; acumula relato.
Los ganadores del espejismo
En toda burbuja hay un beneficiario. Y en la Argentina de 2025, la burbuja no es tecnológica ni inmobiliaria; es lingüística. El único sector que realmente florece es el de quienes dominan el idioma de la rentabilidad efímera, ese dialecto que mezcla inglés financiero con cinismo criollo: rollover, spread, basis, breakeven inflation, dólar linked. No producen bienes, producen relato. No exportan soja, exportan confianza. Son los brokers del espejismo.
Los verdaderos ganadores del experimento Milei-Caputo son los actores financieros y exportadores que aprendieron a navegar entre las líneas del Excel gubernamental.
Para ellos, la estabilidad no es una meta, sino una ventana de oportunidad. Mientras el gobierno traduce el ajuste en épica moral, ellos arbitran tasas, coberturas y bonos en una danza sincronizada con la volatilidad del tipo de cambio. El capital rentístico no teme a la inestabilidad; la necesita. Cada sacudida en el mercado genera una nueva oportunidad de captura. Lo único verdaderamente riesgoso sería un país estable.
Los fondos: los alquimistas del spread
Los PIMCO, Bessent y BlackRock son los dramaturgos invisibles de esta tragedia financiera. Detrás de cada licitación de deuda, cada “exitosa colocación en pesos”, cada baja del riesgo país, está la coreografía de estos fondos que arbitran entre el peso y el dólar con precisión quirúrgica. Compran bonos en pesos ajustados por CER o dólar linked, cobran tasas de dos dígitos en moneda local y, antes del primer temblor, hacen “take profit” y se van. Su ganancia no depende de la salud macroeconómica, sino de la velocidad de la ilusión.
El carry trade que se promociona como “flujo de confianza” no es más que una bicicleta con casco dorado. Cada entrada de capital se festeja en los diarios como un signo de madurez institucional, mientras en los despachos del Tesoro se celebra que “el mercado nos cree”. Pero el mercado no cree; opera. Y mientras el Gobierno sueña con una reinserción financiera sostenible, los fondos acumulan rentas extraordinarias con instrumentos a corto plazo, alimentados por un tipo de cambio que se deprecia lo justo para mantener vivo el juego.
Cuando Caputo promete “normalización monetaria”, lo que realmente ofrece es previsibilidad de ganancias para el capital especulativo. La inflación todavía no se erradicó, pero el riesgo cambiario -ese gran inhibidor de la especulación- fue momentáneamente domesticado. El resultado es un paraíso para traders; una economía en slow motion donde los precios suben despacio, el dólar oficial se mueve con guiño político y las tasas ofrecen rendimiento positivo. Nadie invierte, todos arbitran.
El agroexportador: el socio silencioso
El segundo gran ganador es el complejo agroexportador, beneficiario directo de la desregulación impositiva y cambiaria. La eliminación de las retenciones y del Impuesto PAIS -presentada como un gesto de “competitividad” y “reimpulso productivo”- no hizo más que trasladar renta al sector más dolarizado de la economía, consolidando un modelo dual; la Argentina que factura en dólares contra la Argentina que cobra en pesos.
Mientras la recaudación real cayó 3,5% interanual y los ingresos por exportaciones se derrumbaron un 39% mensual, el agro liquidó en septiembre cifras récord por 12.600 millones de dólares, para luego cerrar la canilla en octubre con apenas 1.100 millones.
Un manual de manuales de timing; vender caro, esperar la próxima devaluación y volver a empezar.
En la narrativa oficial, ese comportamiento se traduce como “optimización de flujos”, “calendario de exportaciones” o “eficiencia en el ingreso de divisas”. En la práctica, es una dolarización selectiva del excedente; los que generan divisas se guardan la diferencia y los que necesitan importarlas las pagan más caras. El gobierno, agradecido, habla de “superávit comercial récord” -19.057 millones en 2024, 8.800 millones en 2025, gracias al sector energético y al agro-, pero ese saldo se evapora en la fuga de capitales privados y en los pagos de deuda. El comercio exterior argentino se parece a un espejismo contable; las exportaciones existen, pero las divisas no llegan.
El sector energético: la ilusión del superávit estructural
El sector energético, en particular Vaca Muerta y sus derivados, ocupa el tercer lugar en el podio de los beneficiados. Con un superávit de 7.386 millones de dólares, se presenta como la prueba viva de que “Argentina encontró su motor de crecimiento”.
Sin embargo, ese excedente no ingresa al circuito financiero doméstico, sino que se privatiza en balances de empresas multinacionales y fondos de inversión.
La energía argentina se exporta a precios internacionales, pero se contabiliza a valor político. En otras palabras, la renta energética no capitaliza al Estado, sino al inversor.
La paradoja es grotesca: un país que subsidia la inversión privada en dólares festeja un superávit que no puede usar. El relato de la “independencia energética” es, en realidad, un mecanismo de transferencia estructural de divisas. El mismo modelo que proclama soberanía financiera vive de préstamos y swaps, y el que promete estabilidad fiscal depende de que el gas y el petróleo fluyan hacia cuentas offshore.
La “energía argentina” se convirtió en energía contable.
Profesor de MBA y de Finanzas en tiempos irracionales. YouTube: @DrPabloTigani, en X: @pablotigani
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