La historia económica argentina parece escrita por un guionista que odia los finales felices. Cada intento de industrialización termina en endeudamiento; cada apertura comercial, en crisis; cada salvataje financiero, en más dependencia. Sin embargo, de esa repetición no se sigue la condena, sino la enseñanza.
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La economía del desencanto obliga a los empresarios a adaptarse: sobrevivir ya no depende de producir, sino de gestionar liquidez y riesgos.
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Mientras la economía argentina repite sus ciclos, los empresarios aprenden a sobrevivir: del taller a la cartera, de la producción a la liquidez.
El análisis de los ciclos 1977-1983, 1991-2001 y 2023-2025 demuestra una continuidad estructural: la política económica argentina alterna entre la ilusión productivista y la euforia rentista, pero siempre preserva el poder del capital financiero (Basualdo, 2001; Roubini, 2024).
Los nombres cambian (Martínez de Hoz, Cavallo, Milei) pero la partitura es la misma: apertura, sobrevaluación, valorización y colapso.
A lo largo de estas décadas, el empresariado argentino ha aprendido a convivir con la precariedad como si fuera una variable más del negocio. En ese sentido, el empresario nacional no es un actor económico; es un gestor de la incertidumbre estructural.
Producir en Argentina siempre fue un acto de fe; especular, un acto de agudeza intelectual. Lo primero ennoblece, lo segundo abona las cuentas a pagar.
MBA de la incertidumbre: aprender a leer políticas y mercados es hoy la mayor defensa del empresario argentino.
La inteligencia adaptativa como estrategia nacional
Si la política económica está diseñada para premiar la liquidez y castigar la inversión, resistir el modelo no es una virtud, sino un lujo. La racionalidad adaptativa (esa que permite transformar la frustración industrial en supervivencia financiera) es una forma de sabiduría práctica.
En la jerga de management financiero, podríamos decir que la Argentina es un “mercado beta”; altamente volátil, aunque predecible en sus crisis. Lo único que cambia en cada ciclo es el naming de la rentabilidad. De diciembre 1978 a marzo 1981 fue “tablita cambiaria”, en los 90 “convertibilidad”, y hoy “dolarización de mercado” o “carry trade soberano”.
Los empresarios que comprendieron esa estructura subyacente (desde los grupos locales que sobrevivieron a 1981 hasta las fintech de 2025) desarrollaron una cualidad que podríamos llamar inteligencia de la resignación rentable; aceptar que la política económica no puede cambiarse, pero sí aprovecharse.
Podríamos dar ejemplo de ex presidentes democráticos y progresistas que durante Martínez de Hoz entendieron dedicarse a los negocios financieros inmobiliarios. Tomaría también el ejemplo de un conjunto de cooperativas de crédito que se convirtieron en un gran banco cooperativo durante la dictadura cívico-militar. Pragmatismo puro. Sobrevivieron y fueron presidentes y bancos exitosos dentro del sistema financiero que se les impuso.
Como advierte Roubini (2025), en economías donde la estabilidad es importada y la política monetaria responde al capital externo, “la supervivencia empresarial depende menos de la productividad que del manejo de portafolio” (p. 4). Esa es, paradójicamente, la verdadera política de desarrollo en tiempos de Milei; la del individuo que se defiende pensando como institución financiera.
Adaptación sobre producción: en mercados volátiles, la estrategia no es resistir, sino proteger capital y liquidez.
De la queja al cálculo
En cada etapa histórica, una generación de empresarios, emprendedores y ahorristas ha perseverado solo en la queja, en lugar de la estrategia financiera. Ambas cuestiones no son mutuamente excluyentes. Pero la queja no preserva el capital. La lucidez, sí.
Mientras el discurso público se divide entre euforia libertaria y nostalgia desarrollista, el empresario informado entiende que las políticas no se discuten; se descuentan. No se combate una tasa alta; se arbitra. No se sufre la apertura; se importa. No se espera el crédito; se crea liquidez.
Esa es la diferencia entre el que interpreta la política económica y el que la padece. Entre el actor pasivo y el que convierte la crisis en flujo de caja.
Por eso, esta serie de artículos no ha propuesto un programa político, sino un “programa de actitud”. Un modo de leer el país desde la rentabilidad posible, no desde la moral imposible.
Lección final: “mientras dure el ciclo, importemos y especulemos”
Toda economía basada en la valorización financiera tiene fecha de vencimiento, pero también un margen de maniobra. Mientras la tasa real sea positiva y el tipo de cambio esté estabilizado, la racionalidad empresarial dicta que la estrategia no es resistir sino defenderse operando dentro del sistema.
Importar mientras el dólar esté planchado, arbitrar mientras haya diferenciales, financiarse en pesos y cubrirse en dólares, preservar caja y evitar inversiones fijas; ésa es la lógica del ciclo.
Cuando cambie el viento (y cambiará), habrá que volver a fabricar. Pero quien llegue a ese punto con su capital intacto podrá hacerlo; quien haya resistido heroicamente con la fábrica abierta y la caja vacía, no.
Importar y especular: mientras dure el ciclo, la racionalidad empresarial dicta operar dentro del sistema.
Como enseñan Basualdo (2001) y Heredia (2003), los actores que internalizan las reglas del modelo (aunque no las compartan) son los que sobreviven a los giros de la historia económica argentina. Defenderse haciendo negocios no es oportunismo; es la versión moderna del instinto de conservación.
Por eso, el mensaje final de este paper es deliberadamente pragmático: “Hay que importar y especular hasta que termine el ciclo, y estar listos para producir cuando empiece el próximo.”
Epílogo. Carta del Profesor del MBA, a sus alumnos de ámbito.com
Queridos alumnos, colegas y empresarios de la incertidumbre:
Durante cuarenta años observé los mismos rostros en distintos espejos. Vi empresarios llorar en los 80, reinventarse en los 90, dolarizarse en los 2000 y digitalizarse en los 2020. Cada uno creyó vivir una era nueva; todos repitieron la misma historia.
Les hablo desde la experiencia -no la de los libros, sino la de los balances-; en la Argentina, la economía cambia de discurso pero no de destino. La política económica puede ser keynesiana, neoliberal o libertaria; el resultado es siempre el mismo; ganan los que entienden la lógica antes que los slogans.
Por eso, no se equivoquen de batalla. No se trata de cambiar al ministro de Economía, sino de cambiar su propia actitud frente a la volatilidad. Aprendan a leer el mercado como leen a sus competidores, a proteger el capital como protegen su marca.
No confundan prudencia con pasividad ni especulación con inmoralidad. “La ética empresarial no existe” (John Maxwell, 2025). En contextos de desindustrialización planificada, especular no es traicionar a la patria; es salvar el capital nacional que aún queda en pie.
Y cuando el ciclo termine -porque siempre termina-, volverán las fábricas, los talleres y los salarios reales. Entonces sí, hagan patria produciendo. Pero para llegar a ese momento, primero hay que sobrevivir financieramente.
En definitiva, mi enseñanza es simple:
Si no pueden cambiar la política económica, cambien su actitud.
Si no pueden fabricar, aprendan a arbitrar.
Si no pueden ganar, al menos no pierdan.
Ese, es el verdadero MBA argentino: una Maestría en Sobrevivir.
Atentamente, Pablo Tigani.
Profesor de MBA y de Finanzas en tiempos irracionales.
YouTube: @DrPabloTigani, en X: @pablotigani
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