En las últimas semanas, la administración de Javier Milei ha protagonizado una serie de avances económicos y políticos que marcan un cambio positivo en el panorama argentino. Los titulares recientes celebran lo que algunos ya califican como "el mejor momento del gobierno". Sin embargo, junto con estas señales alentadoras, persisten desafíos estructurales y coyunturales que exigen atención inmediata para garantizar que los logros alcanzados no se conviertan en episodios aislados, sino en hitos de una recuperación sostenida.
El Gobierno frente a su mejor momento económico
El país está en un momento de avances económicos y desafíos pendientes.
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Un respiro en la economía real
Uno de los datos más destacados de octubre fue la inflación, que descendió al 2,7%, rompiendo el piso psicológico del 3% y alejándose del rango del 4-5% que se mantuvo durante varios meses en el segundo trimestre. Este logro no solo mejora las expectativas inflacionarias, sino que también reduce la presión sobre los ingresos reales, fortaleciendo el poder adquisitivo y el consumo privado, dos pilares fundamentales para consolidar la recuperación económica.
Además, otros indicadores de la actividad económica muestran un panorama alentador. La construcción creció un 2,4% en septiembre en comparación con el mes anterior, mientras que la industria registró un incremento del 2,6% en el mismo período. Ambos sectores son fundamentales para el empleo y el crecimiento a largo plazo, ya que generan efectos multiplicadores en el resto de la economía. Por su parte, la utilización de la capacidad instalada alcanzó el 62,4%, una señal de que el aparato productivo está en proceso de reactivación.
Estos datos de la economía real apuntan a un respiro tras años de estancamiento. Sin embargo, la pregunta central es si este impulso puede mantenerse en un contexto donde persisten fragilidades estructurales, como la dependencia de dólares externos y las tensiones en el mercado laboral.
Progresos políticos y financieros
En el ámbito político, el encuentro entre Javier Milei y el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, marcó un hito en las relaciones internacionales de Argentina. Ambos líderes se elogiaron mutuamente, y el gesto fue interpretado como una señal de respaldo para el gobierno argentino en momentos en que busca fortalecer su posición en el escenario global.
En el frente financiero, los avances son igualmente notables. El riesgo país, que había alcanzado niveles alarmantes, cayó por debajo de los 800 puntos, un reflejo de la mejora en las expectativas de los mercados internacionales hacia la capacidad de pago de la deuda argentina. Paralelamente, la brecha cambiaria se redujo a mínimos históricos, mientras que el Banco Central continúa acumulando reservas.
Estas mejoras financieras no solo brindan estabilidad en el corto plazo, sino que también fortalecen la capacidad del gobierno para manejar los desafíos inmediatos. Sin embargo, es importante subrayar que estas victorias no resuelven de fondo los problemas estructurales que afectan a la economía argentina.
El atraso cambiario: una bomba de tiempo
Uno de los puntos más críticos de la coyuntura actual es el tipo de cambio. Después de la devaluación de diciembre, que llevó al dólar oficial a 800 pesos, se esperaba que esta medida creara un colchón suficiente para estabilizar el mercado cambiario. Sin embargo, la inflación acumulada en los meses posteriores erosionó rápidamente ese margen, dejando al gobierno nuevamente con un tipo de cambio atrasado.
La estrategia del crawling peg, con ajustes mensuales del 2%, ha sido insuficiente para evitar una apreciación real del peso. Este atraso cambiario genera múltiples problemas: reduce la competitividad de las exportaciones, desalienta la inversión extranjera y aumenta la presión sobre las reservas del Banco Central.
Mantener el tipo de cambio en niveles artificialmente bajos tiene costos significativos. Por un lado, requiere un uso intensivo de reservas para sostener la cotización del dólar. Por otro, incrementa las distorsiones en el mercado, ya que el tipo de cambio no refleja ni las fuerzas de oferta y demanda internas ni las condiciones internacionales del dólar.
Perspectivas para 2025: oportunidades y decisiones críticas
El próximo año ofrece algunas luces de esperanza. Se proyecta un ingreso significativo de dólares provenientes del comercio exterior, especialmente del sector energético, que podría incluso superar las contribuciones históricas del agro. Este flujo de divisas representa una oportunidad única para aliviar las tensiones externas y financiar la recuperación económica.
Sin embargo, surge un dilema clave: ¿es prudente destinar estos dólares a sostener un tipo de cambio atrasado, o sería más sensato utilizarlos para fomentar la inversión productiva y reducir la dependencia de financiamiento externo?
El actual esquema de regulaciones cambiarias, conocido coloquialmente como "cepo", junto con las intervenciones directas e indirectas sobre los mercados financieros, distorsiona los precios relativos y genera ineficiencias que limitan el potencial de crecimiento de la economía. Liberar el tipo de cambio, aunque políticamente riesgoso, podría ser una medida necesaria para restaurar la competitividad y atraer capitales.
Estabilidad: una ventana de oportunidad
A diferencia de momentos anteriores de crisis, el Gobierno de Javier Milei enfrenta estos desafíos en un contexto de relativa estabilidad financiera y política. Esto brinda una oportunidad para implementar reformas estructurales que serían inviables en condiciones de volatilidad extrema. La estabilidad actual no debe ser vista como un fin en sí mismo, sino como una plataforma para construir una economía más sólida y resiliente.
Conclusión: entre el progreso y la precaución
Los avances recientes del gobierno de Javier Milei son innegables y merecen reconocimiento. Desde la inflación en descenso hasta la mejora en los indicadores financieros y el repunte en la actividad económica, Argentina parece estar transitando un camino de recuperación.
No obstante, los desafíos pendientes son igualmente significativos. Resolver el atraso cambiario, reducir la pobreza y garantizar una distribución más equitativa de los beneficios del crecimiento son tareas que no admiten demoras.
El Gobierno tiene en sus manos una oportunidad única para consolidar estos avances y sentar las bases de un crecimiento sostenido. Pero para lograrlo, deberá equilibrar las demandas del corto plazo con las necesidades estructurales del país, adoptando políticas que sean tanto audaces como responsables.
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