3 de febrero 2021 - 10:06

Orígenes de un imperio en discusión (Parte Final)

Gran Bretaña y Francia pierden la oportunidad de detener a su gran competidor americano. De un baño de sangre emerge una superpotencia.

Compañía E, 4.º regimiento de afroamericanos de Estados Unidos en Fort Lincoln, 17 de noviembre de 1865.

Compañía E, 4.º regimiento de afroamericanos de Estados Unidos en Fort Lincoln, 17 de noviembre de 1865.

Wikipedia

“Dentro de poco podré vender mis negros en el puerto de Boston”, dice Leonardo Di Caprio como el malo de la película en Django, de Quentin Tarantino. El film está ambientado en el último año antes de la guerra civil y refleja como el sur había logrado ganar la mayoría de las posiciones en la institucionalidad estadounidense. Boston era la capital del país industrial, por lo tanto del país no esclavista y la frase de Di Caprio no era algo totalmente impensado. El norte industrial se veía cada vez más arrinconado por lo que denominada “la esclavocracia”.

En 1826, un ya anciano Thomas Jefferson vivió para ver como Andrew Jackson y el nuevo Partido Demócrata se adueñaban de su electorado. Estaba tan impactado como todo el resto de la clase política que durante 50 años había monopolizado el poder.

¿Por qué el sur abandonó a los jeffersonistas? Porque habían avalado tres políticas públicas que traicionaban al electorado sureño: aranceles altos incompatibles con su modelo agroexportador, masiva obra pública del gobierno federal que beneficiaba al norte porque un sur primarizado sólo exportaba algodón y, lo más importante, el punto muerto en la expansión territorial. Por ejemplo: no se quería invadir y anexar Cuba, lo que habría provisto a las plantaciones de más esclavos y también bajado su inflacionario precio.

Hasta las puertas de la guerra civil en 1860, el Partido Demócrata fue hegemónico. A pesar de que el norte tuvo algunas victorias pasajeras y algún presidente que no perteneció al jacksonismo, el proceso estaba claro: Estados Unidos se expandiría creando nuevos estados esclavistas. Entonces, la anexión de territorios casi siempre significaría más esclavitud.

Las administraciones demócratas no fueron tan necias como para intentar detener la industrialización del norte, tenían que rendirse ante la evidencia: aún sin controlar ni la Presidencia, ni el Senado ni la Corte Suprema, aún con aranceles bajos y sin mucha obra pública, el proceso industrializador norteño era potente e irreversible.

Pero el antiesclavismo del norte estaba dividido: por un lado estaban los abolicionistas (tratados casi como terroristas) y por el otro quienes querían que la esclavitud muriese sola, cercada por las fuerzas del tiempo no permitiendo que se expandiera. En el segundo bando se encontraba el abogado Abraham Lincoln.

El sur llegó tan lejos en su dominio de las instituciones que en 1857 la Corte Suprema, en un fallo de 7 contra 2, legalizó de prepo la esclavitud en el norte, eliminando los trabajosos acuerdos anteriores entre las dos regiones rivales. Un desquicio. Finalmente, el malo de la película Django iba a poder llevar sus esclavos a Boston. Victoria de la esclavocracia.

Pero las consecuencias políticas de ese fallo judicial fueron paradójicas. Los demócratas se dividieron entre norteños y sureños mientras que los no esclavistas se unieron creando un partido nuevo: el Republicano.

En la elección de 1860, el sur creyó que, aún si Lincoln ganaba el voto popular, el colegio electoral le devolvería otro presidente proesclavista, porque los dos bandos demócratas sumarían una mayoría. Pero se llevaron una desagradable sorpresa: Lincoln también ganó el colegio electoral.

En la guerra civil Estados Unidos perdió 850.000 vidas. Hasta hoy sigue siendo su gran tragedia. Al principio se creyó que el conflicto sería breve porque el norte aplastaría al sur. Pero no, se sucedieron una tras otra las victorias sureñas que, por su superior organización militar y por su entrega casi total, logró estirar varios años la guerra.

El sur necesitaba la intervención de Gran Bretaña y Gran Bretaña quiso intervenir. Los franceses estaban también deseosos de ver detenerse al competidor americano que no dejaba de crecer. Lincoln le respondió más de una vez a Napoleón III, emperador de Francia, que “se ocupe de sus propios asuntos”. Francia entonces invadió México. Por lo tanto Estados Unidos tenía, en medio de su baño de sangre interno, a los británicos al norte y a los franceses al sur.

Pero las dos superpotencias del siglo XIX dejaron pasar la oportunidad. ¿Por qué? Una explicación es que, lejos de achicarse, los republicanos de Lincoln dejaron claro que tendrían guerra en todos los frentes que fuese necesario. Pero, además, el norte tuvo un aliado que hoy sería impensado: Rusia. El zar Alejandro II había sido derrotado seis años antes en la Guerra de Crimea por Gran Bretaña y Francia y dio varias señales -como estacionar su flota imperial tanto en San Francisco como en Nueva York- de que no dudaría en convertir a la guerra civil estadounidense en una guerra europea si eso le convenía. Entonces, todo podía terminar en una guerra mundial en la que las colonialistas Francia y Gran Bretaña tenían más que perder que las emergentes Rusia y Estados Unidos.

El norte ganó en 1865, los franceses se fueron silbando bajito de México, los británicos se apuraron a hacer de Canadá un país en 1867 y ese mismo año Rusia le vendió Alaska a Estados Unidos.

El camino de la nueva potencia americana estaba allanado, nada la detendría.

Ahora nos tomamos la máquina del tiempo y aterrizamos en Europa en 1945. No podemos caminar sin pisar cadáveres. Levantamos la vista y lo que vemos hasta el horizonte es una infraestructura devastada. El Viejo Continente se autodestruyó. Del otro lado del globo, una lluvia radioactiva sigue cayendo sobre la sociedad más adelantada del lejano oriente. Y una nueva potencia euroasiática también golpeada pero en expansión promueve un sistema económico totalmente distinto y apura a los norteamericanos a tomar decisiones. Llegamos al final de nuestra trilogía: finalmente Estados Unidos asume el rol imperial que ejerce hasta la actualidad.

Mientras tanto, también en 1945, en el sur del sur del planeta, una periférica nación se niega a aceptar no sólo que fue expulsada del paraíso quince años antes, sino también que en esta definitoria guerra lamentablemente se encuentra en el bando de los derrotados. Le tocaba transitar el desierto.

Por eso hoy, tan poco disimuladamente, le prende velas al próximo imperio.

Analista político.

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