9 de septiembre 2020 - 00:00

La Economía del Conocimiento en Materia Fiscal y la Ley de las 6D

ECONOMIA DEL CONOCIMIENTO.jpg

El COVID dio el impulso para que muchas tecnologías tomen un rol protagónico en el día a día, porque si bien algunas de ellas existían hace tiempo, fueron ignoradas anteriormente. Esta situación, en la cual la pandemia abre un espacio de visión a futuro, nos obliga a pensar qué cambios ocurrirán y cuál es la legislación necesaria para ese escenario.

Se dice que los grandes cambios tecnológicos, como las computadoras personales, las impresoras y los smartphones, cumplen con la “Ley de las 6D”; que cronológicamente significa: Digitalización, Decepción, Disrupción, Desmaterialización, Desmonetización y Democratización. Es decir, cualquiera de esos avances tecnológicos desde su lanzamiento hasta el día que se convierten en un fenómeno, modifican todo lo que está a su alrededor.

Quienes lideren este proceso hacia la Digitalización van a estar en condición de quedarse con una porción mayor de su mercado y aquellas que se resistan al cambio comenzarán un lento y paulatino declive. Evidencia de ello es, como caso más emblemático y conocido, aquella empresa que lideraba el mercado fotográfico y que al no sortear la fase de “Digitalización” fracasó.

En la actualidad, y con una mirada retrospectiva, cuántas tecnologías que estaban en su fase de “Decepción” -no aceptadas todavía por el público- están dando el salto a su fase de “Disrupción” en donde van a cambiarlo todo. Un ejemplo de ello es la videoconferencia (hasta hace unos meses, era una tecnología no usada masivamente).

Dicho esto, hay que comprender que muchos negocios van a ser revolucionados por las nuevas tecnologías, y desde una perspectiva empresarial, no podemos dejar de anticipar que sólo aquellas compañías que ya estén en la metamorfosis hacia la digitalización y sorteen con sus productos la fase de decepción, serán las que sobrevivan y tendrán éxito.

Por esta razón, en esta nueva economía que está teniendo su génesis, donde todo se hace digital y online, el desarrollo de software y automatización tiene a disposición muchas de las soluciones a las necesidades actuales.

Este fenómeno -sin lugar a duda- representa una gran oportunidad para la economía de la Argentina. Sin embargo, para competir en las ligas importantes de la tecnología no alcanza el mercado local, sino se necesitan empresas que puedan exportar a todo el mundo.

A priori, para los que no están involucrados en la industria del software deben saber que es una actividad de asignación intensiva de recursos humanos y una inversión significativa en investigación y desarrollo, cuestiones que se traducen -necesariamente- en sueldos.

No obstante, hay algo que nadie quiere decir y es que la mano de obra en esta industria -desde hace tiempo- está dolarizada. Por su parte, el COVID dejó al descubierto una situación que pasa desde hace años, pero ahora más que nunca; todos los desarrolladores que trabajan desde su casa saben que pueden hacerlo para cualquier empresa del planeta.

Por esta situación, si una empresa argentina -sin importar su tamaño ni volumen de facturación- quiere resultar tanto atractiva para sus empleados como competitiva para sus clientes (incluidos los del exterior), debe estar en las mismas condiciones de lo que sucede más allá de las fronteras.

En efecto, si quiere tener los mejores recursos humanos, deberá pagar los sueldos que se abonan en el exterior sin margen de negociación. Además, si quiere lograr el precio de su producto similar al de sus competidores extranjeros, su ecuación de costos incluidos los impositivos tiene que ser igual.

Para ello, tiene que contar con un régimen tributario que esté aggiornado a la industria internacional. Si esto no se cumple, automáticamente se convierte en una opción menos elegible (porque paga menos sueldos o sus desarrollos son más caros).

A esta altura de los comentarios, cuando parece difícil de momento volver a un dólar libre que permita igualar las condiciones internas y/o llevar a cabo una reforma laboral e impositiva amplia que reduzca el costo operacional, la única respuesta posible es la aplicación práctica de la Ley de Economía del Conocimiento (sin grandes modificaciones).

Esta ley, tal como fue redactada, otorga beneficios -principalmente- en la ley del Impuesto a las Ganancias, evitando ineficiencias fiscales que se dan en particular en la industria del software. Y de ese modo impide que las empresas se vean forzadas a modificar la forma de desarrollar su actividad que, en muchos casos, actúa en detrimento de la industria nacional.

Sabemos que los beneficios de esta ley no vienen libres de sacrificios, pero permite que el software subsista en nuestro país y que las empresas, que en este mundo global pueden instalarse donde quieren, elijan venir o al menos quedarse. De otra manera, se abre una puerta a la informalidad.

Hoy en día, y con cierta urgencia, los legisladores deberían incluir modificaciones que satisfagan las necesidades de todos los actores de la industria del software y respete el marco original que intenta mitigar las situaciones en donde las compañías deben relocalizarse para hacer eficiente la carga fiscal argentina.

Sucintamente, como una de las cuestiones medulares nos referimos al permitir computar la totalidad de los gravámenes análogos al Impuesto a las Ganancias que hayan sido pagados en el exterior. En adición, permitir una amplia cantidad de actividades de alta asignación de recursos humanos.

Si bien muchas veces se alzan voces que critican la reducción de la tasa del Impuesto a las Ganancias a la industria, el Gobierno -en el contexto que generó el COVID- deberá priorizar la formalización y radicación de la actividad en el país; más aún cuando la ley funcionará como un aglutinador en la oferta y demanda de los puestos de trabajo y la exportación de servicios, que derivará indirectamente en una mayor recaudación.

En definitiva, en el mundo que se avecina post-pandemia, las empresas y el Gobierno deben comprender la magnitud del desafío que se les presenta y actuar en consecuencia. De otro modo, la globalización de estas actividades, en lugar de ser una oportunidad, será un momento coyuntural que no sabemos cuando volverá.

Gonzalo Soliverez (CEO de ENERMINDS) y Guillermo Jaime Poch (Socio BDO en Argentina)

Dejá tu comentario

Te puede interesar