18 de septiembre 2025 - 12:08

Propietarios en primera persona: cómo hacernos valer sin romper la convivencia

Vivir en un edificio no es solo pagar expensas: implica compartir espacios, tomar decisiones colectivas y mantener un patrimonio común. Claves para ejercer derechos, cumplir deberes y lograr una convivencia más sana.

Ser propietario hoy es más que pagar expensas: es asumir un pequeño rol cívico. 
Ser propietario hoy es más que pagar expensas: es asumir un pequeño rol cívico. 

Vivir en consorcio no es sólo tener un título: es integrarnos a una comunidad que administra bienes, gastos y vínculos. A veces sentimos que la mesa la ocupan otros: el administrador que “decide”, los vecinos que hablan siempre o quienes conocen cada formalidad. Recuperar la iniciativa es posible si sumamos participación y método, con un objetivo simple: mantener el edificio y la sana convivencia de quienes lo habitan.

Nuestros derechos son claros: recibir información oportuna; revisar cuentas y documentación; ser convocados a asambleas en tiempo y forma; votar, proponer y pedir comparativos; elegir o remover al administrador; usar en condiciones los servicios y espacios comunes. Nuestras obligaciones también: pagar expensas, cumplir el reglamento, permitir ingresos para reparaciones, evitar ruidos molestos y cuidar instalaciones. Exigir sin cumplir no construye legitimidad; cumplir sin exigir diluye nuestra voz.

Para interactuar mejor con el administrador y con otros propietarios conviene despersonalizar y pedir método. No “Juan es irresponsable”, sino “hay filtraciones que requieren diagnóstico, presupuesto y plan”. Insistamos en información verificable —informes técnicos, tres presupuestos comparables—, en reuniones con agenda y en dejar constancia escrita de decisiones y responsables. La administración es, ante todo, gestión de relaciones humanas; el administrador es un negociador permanente.

En asambleas, la preparación marca la diferencia. Antes de votar, definamos nuestro “para qué”: ¿priorizamos seguridad, ahorro o valor patrimonial? Escribamos criterios de logro (plazos, calidad, costo) y llevemos opciones: diferir parte de la obra, escalonar pagos, pilotear soluciones. Nombrar alternativas reduce la rigidez del regateo y amplía la zona de posible acuerdo. Ordenar el “diálogo interior”, distinguir necesidades de intereses, tomar distancia emocional y hacer preguntas abiertas mejora el tono y los resultados.

La participación cotidiana sostiene lo que se acuerda. Un canal claro de comunicaciones evita rumores; la trazabilidad (todo por escrito) reduce riesgos; los reclamos se ordenan con evidencia. Ante morosidad, combinemos empatía con exigencia: ofrecer planes de pago sin desfinanciar al consorcio. Frente a obras costosas, expliquemos con datos; ante ruidos, abordemos conductas y no identidades, con reglas acordadas y seguimiento.

Ser propietario hoy es más que pagar expensas: es asumir un pequeño rol cívico. Participar no es pelear; es cuidar lo común con respeto, firmeza y método. Cuando los derechos se ejercen con información y los deberes se cumplen con responsabilidad, la confianza crece, el edificio se mantiene y la vida en comunidad se vuelve posible. Ésa es la medida del éxito: un consorcio que funciona, un patrimonio que se valoriza y una comunidad que se trata como quiere ser tratada.

Abogado. Especialista en Negociación y Cambio. Magister Economía y Ciencia Políticas

Dejá tu comentario

Te puede interesar