El gobierno está disgustado por el crecimiento sostenido de las tasas de interés en la operatoria bancaria y pretende -con su habitual pirotecnia de denuncias sobre maniobras, conspiraciones y complots- amedrentar a las entidades financieras, investigarlas y perseguirlas por cartelización y violación del régimen de Defensa de la Competencia, con el propósito de desviar -así- el foco de atención sobre uno de los aspectos más trascendentes de la verdadera realidad del problema, cual es el de la reaparición en la escena de una inflación generalizada y el crecimiento alarmante del índice real que refleja su evolución. Este último no puede ser ignorado por medio de la construcción de datos oficiales falsos. Se trata, sin duda, la amenaza, de una cuestión meramente preelectoral y de efecto mediático, intentando evitar cualquier desajuste que pudiera ensombrecer o enrarecer el clima previo a la casi asegurada victoria de la esposa del presidente de la Nación en los comicios de octubre.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Sin embargo, ni las denuncias, declamaciones, declaraciones periodísticas, como tampoco las rabietas, pueden soslayar la realidad económica y social: existe un índice de inflación significativo y hay volatilidad de los mercados. Más productivo resultaría para las autoridades reflexionar y entender cómo funcionan los mecanismos de las tasas de interés, para buscar soluciones más efectivas. El interés -desde la óptica compensatoria- es el lucro o ganancia percibido por el capital, y constituye el precio por el tiempo en el cual el dueño del capital se ha visto privado de él, pues -económicamente- el capital es un acto productivo de bienes y de renta, y los intereses que dicho capital rinde sirven para determinar el importe o valor de su uso. Las tasas de interés, en una estructura básica, son de carácter pasivo o activo. Son tasas pasivas aquellas que pagan las entidades financieras a los depositantes, y tasas activas las que les cobran a quienes solicitan los préstamos, que son atendidos con los fondos recolectados por la entidad en el mercado.
La diferencia entre la tasa pasiva y la tasa activa es lo que se denomina «spread», y éste está compuesto por varios ingredientes entre los cuales se contemplan los costos de la intermediación financiera, una ganancia razonable para el banquero, impuestos, una previsión para riesgos de incobrables y la inflación esperada en el período de referencia de la tasa.
Los dos primeros elementos -costos y ganancia razonable- dependen básicamente de las entidades financieras pues, teniendo en cuenta su solvencia, eficiencia, administración y penetración en el mercado, podrán mejorar su performance. Lamentablemente los otros tres ingredientes dependen del Estado, ya que la carga impositiva para la entidad financiera o para la operatoriaserá trasladada al deudor, al igual que la tasa de inflación -pues no puede pretenderse que quien presta el dinero vea consumido el interés percibido por causa de la inflación-, y el riesgo de incobrabilidad estará dado por la eficiencia de los mecanismos jurídicos para el recupero de los créditos caídos, cuestiones que son también de exclusivo resorte del Estado a través de la legislación y la administración de justicia.
¿Por qué suben las tasas? Pues claramente porque crecieron la inflación y el riesgo de incobrabilidad. Si la diferencia entre tasa activa -9% anual- y tasa pasiva -22% anual-, para operaciones regulares promedio, es hoy del orden de 13%, no parece exorbitante tal diferencia para atender a una inflación que se estima no menor que 15% o 20% anual, la compensación del capital a una tasa positiva, y -además- cubrir los gastos de intermediación e impuestos; por el contrario, parece baja. Si la comparación se efectúa con las operatorias denominadas de «descubierto en cuenta corriente bancaria» -llamadas también «sobregiro en cuenta»- el «spread» crece a 22% por dos razones: primero, porque se incrementa fuertemente el riesgo de incobrabilidad; y segundo, porque no hay programación para el desembolso, de donde el banco debe buscar otras fuentes de financiamiento pagando más por la recolección de fondos,o sobregirarse a sí mismo en relación con el mercado u otras entidades para cumplir con las relaciones técnicas exigidas por el Banco Central.
Por otra parte, el temor al crecimiento de la inflación hace que los ahorristas prefieran consumir que ahorrar, y eso baja la captación de depósitos. Es difícil que el riesgo de incobrabilidad baje como para incidir en la disminución del «spread» mientras haya un Congreso que no se reúne y que no legisla; con una Justicia lenta y desactualizada -reconocido esto por el propio presidente de la Corte Suprema-, y con normas que permanentemente suspenden los remates, prorrogan los plazos de ejecución, e imponen por la fuerza controles de precios. Las tasas no bajarán porque el gobierno amenace a los bancos o a los economistas; o -a lo mejor- bajarán momentáneamente producto de la presión ejercida desde el poder, pero esconderán o enmascararán una crisis financiera posterior, al igual que los subsidios que otorga el gobierno a diversas áreas y productos esconden y enmascaran la verdadera suba de los precios correspondientes a ellos. Por ahora, parece que el gobierno se siente tentado de imitar aquella frase que catapultara a la fama a Christian Zimmermann: «La inflación ha muerto»; pero olvida la sentencia de Don Juan Tenorio, de Zorrilla: «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud».
Dejá tu comentario