6 de julio 2006 - 00:00

Vidas paralelas

Todos recordamos las «Vidas paralelas», de Plutarco, esas magníficas obras en las cuales el literato y otrora sacerdote de Apolo en Delfos establecía comparaciones entre personajes históricos de la Grecia y la Roma antiguas, con el objeto de señalar diferencias y semejanzas entre ambas culturas.

En la Argentina de hoy, en lo que a seguridad y combate del delito se refiere, Plutarco encontraría suficiente tema para agregar a sus veintidós biografías alguna más, estableciendo el paralelo entre dos sociedades absolutamente distintas: la vida del hombre común, por una parte, y la vida de los funcionarios y los políticos, por la otra parte.

El hombre común ha perdido todo contenido de la palabra «seguridad» y vive sepultado en el miedo y la violencia. Diariamente se ve sometido a todo tipo de ultrajes y ataques por parte de los delincuentes; es secuestrado y muchas veces mutilado o muerto; sus hijas son violadas a la luz del día en lugares públicos o al regreso de sus trabajos o sus centros de estudio; sus hijos son asesinados por quienes pretenden de él algún pago de un rescate o son víctimas de patotas organizadas que se han adueñado de las esquinas de la ciudad; le son robados sus más elementales bienes de uso diario; no puede caminar por la calle de noche sin colocarse en situación de riesgo; ya ni en un colectivo o comiendo con amigos en un restorán puede sentirse seguro porque ambos ámbitos son copados por delincuentes, quienes, a sus anchas, lo desvalijan, hieren y maltratan y si se resiste o reacciona, lo matan. La sociedad en su conjunto ha recogido esta angustia del hombre común y reclama soluciones efectivas y rápidas para el flagelo que significa la delincuencia en nuestros días en nuestra ciudad y en el Gran Buenos Aires.

  • Custodiados

  • Los funcionarios y el mundo político y oficial, por el contrario, no sufren ninguno de estos problemas. Sus casas tienen custodia policial permanente, sus hijos están vigilados, los autos tienen protección y también sus lugares de trabajo. A ellos nadie les arrebatará el celular por la calle ni serán heridos, mutilados o agredidos en caso de resistencia, como tampoco los secuestrarán, pues no podrán ser abordados.

    Desde ese lugar de tranquilidad y seguridad absoluta, lejos de los problemas que afectan y angustian al hombre común, en lugar de preocuparse por ver cómo se soluciona este gravísimo problema o de estudiar cómo se mejora a la Policía en materia de ingresos, recursos, equipamiento, capacitación y distribución funcional de tareas, teorizan sobre las estadísticas y el mapa del delito y con cifras, gráficos y estudios comparativos, intentan convencer al hombre común que sufre y padece la inseguridad de que, en realidad, lo que él vive como «inseguridad» no son realidades sino meras «sensaciones».

  • Divagaciones

    Al mismo tiempo, como para el mundo oficial no hay «inseguridad» sino sólo «sensación de inseguridad», dedican sus esfuerzos a teorizar y divagar sobre el tema y proyectar una reforma a las leyes penales buscando -curiosamente- la «despenalización» de los crímenes. Así, proponen que quienes no hayan cumplido todavía los 18 años de edad puedan matar, secuestrar, violar, robar o cometer todo tipo de tropelías sin que puedan ser « imputados» de delito alguno; fomentan que se reduzcan las penas, que desaparezca la asociación ilícita del texto del Código, que sea lo mismo secuestrar y matar que secuestrar y no matar, que no se castigue la corrupción sexual de menores, que se facilite la reducción de condenas y hasta que se legalice el consumo y la producción de drogas, entre tantos otros disparates.

    Se persigue que muchos de los crímenes que hoy existen dejen de ser tales, y las comisarías y las cárceles sean sólo albergues «temporarios» de « tránsito» entre un crimen y el siguiente, ante la mirada permisiva e impávida de funcionarios y jueces. Si el proyecto finalmente es convertido en ley y genera mayor inseguridad, para ellos no habrá problemas porque siempre estarán custodiadosy seguros. Algunos ricostambién podrán protegerse contratando seguridad privada; pero el hombre común no... él no tiene alternativa, sus magros ingresos no le permiten ese lujo.

    En la Capital Federal, solamente, hay más de 2.000 efectivos policiales destinados a la custodia de funcionarios. Cifras más alarmantes existen en la provincia de Buenos Aires. Imaginemos si toda esa fuerza se volcara a patrullar las calles y proteger a los ciudadanos comunes, entre los cuales también deberían encontrarse los funcionarios. Habría mayor prevención y control del delito, y los mismos policías de calle estarían más protegidos entre ellos y no expuestos a perder la vida ante cualquier asalto, como ocurre hoy. Pero eso es impensable en estos días, porque para quienes están « seguros» no hay realmente «inseguridad».

    Una chica es violada a las tres de la tarde en una estación central de subte; un hombre de 75 años es secuestrado y sus captores atraviesan la ciudad atropellando a una mujer; cuatro delincuentes toman por asalto un restorán, someten a los clientes y roban a todos; un joven es fusilado para robarle el auto; un menor es asesinado por una patota en un barrio céntrico; jubilados y ancianos son matados, saqueados y torturados; un colectivo es tomado como « aguantadero» para un secuestro exprés y mutilan al conductor; en la esquina del edificio donde vive un funcionario custodiado por más de cuatro policías a la vez y por juegos de rejas móviles, opera una banda de menores que ataca a los transeúntes golpeándolos y robándoles sus celulares, bolsos y carteras; pero la custodia no puede abandonar el objetivo; 500 personas deciden tomar por asalto y saquear un conjunto de complejos habitacionales ante la pasiva mirada de las fuerzas del orden paralizadas por la orden de un fiscal; y se planea dejar libre a 50% de los delincuentes presos.

    ¿«Inseguridad» o « sensación de inseguridad»? Como dirían los griegos: no especules y «circunscríbete a los hechos...» para obrar en consecuencia.
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