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Desde ese lugar de tranquilidad y seguridad absoluta, lejos de los problemas que afectan y angustian al hombre común, en lugar de preocuparse por ver cómo se soluciona este gravísimo problema o de estudiar cómo se mejora a la Policía en materia de ingresos, recursos, equipamiento, capacitación y distribución funcional de tareas, teorizan sobre las estadísticas y el mapa del delito y con cifras, gráficos y estudios comparativos, intentan convencer al hombre común que sufre y padece la inseguridad de que, en realidad, lo que él vive como «inseguridad» no son realidades sino meras «sensaciones».
Al mismo tiempo, como para el mundo oficial no hay «inseguridad» sino sólo «sensación de inseguridad», dedican sus esfuerzos a teorizar y divagar sobre el tema y proyectar una reforma a las leyes penales buscando -curiosamente- la «despenalización» de los crímenes. Así, proponen que quienes no hayan cumplido todavía los 18 años de edad puedan matar, secuestrar, violar, robar o cometer todo tipo de tropelías sin que puedan ser « imputados» de delito alguno; fomentan que se reduzcan las penas, que desaparezca la asociación ilícita del texto del Código, que sea lo mismo secuestrar y matar que secuestrar y no matar, que no se castigue la corrupción sexual de menores, que se facilite la reducción de condenas y hasta que se legalice el consumo y la producción de drogas, entre tantos otros disparates.
Se persigue que muchos de los crímenes que hoy existen dejen de ser tales, y las comisarías y las cárceles sean sólo albergues «temporarios» de « tránsito» entre un crimen y el siguiente, ante la mirada permisiva e impávida de funcionarios y jueces. Si el proyecto finalmente es convertido en ley y genera mayor inseguridad, para ellos no habrá problemas porque siempre estarán custodiadosy seguros. Algunos ricostambién podrán protegerse contratando seguridad privada; pero el hombre común no... él no tiene alternativa, sus magros ingresos no le permiten ese lujo.
En la Capital Federal, solamente, hay más de 2.000 efectivos policiales destinados a la custodia de funcionarios. Cifras más alarmantes existen en la provincia de Buenos Aires. Imaginemos si toda esa fuerza se volcara a patrullar las calles y proteger a los ciudadanos comunes, entre los cuales también deberían encontrarse los funcionarios. Habría mayor prevención y control del delito, y los mismos policías de calle estarían más protegidos entre ellos y no expuestos a perder la vida ante cualquier asalto, como ocurre hoy. Pero eso es impensable en estos días, porque para quienes están « seguros» no hay realmente «inseguridad».
Una chica es violada a las tres de la tarde en una estación central de subte; un hombre de 75 años es secuestrado y sus captores atraviesan la ciudad atropellando a una mujer; cuatro delincuentes toman por asalto un restorán, someten a los clientes y roban a todos; un joven es fusilado para robarle el auto; un menor es asesinado por una patota en un barrio céntrico; jubilados y ancianos son matados, saqueados y torturados; un colectivo es tomado como « aguantadero» para un secuestro exprés y mutilan al conductor; en la esquina del edificio donde vive un funcionario custodiado por más de cuatro policías a la vez y por juegos de rejas móviles, opera una banda de menores que ataca a los transeúntes golpeándolos y robándoles sus celulares, bolsos y carteras; pero la custodia no puede abandonar el objetivo; 500 personas deciden tomar por asalto y saquear un conjunto de complejos habitacionales ante la pasiva mirada de las fuerzas del orden paralizadas por la orden de un fiscal; y se planea dejar libre a 50% de los delincuentes presos.
¿«Inseguridad» o « sensación de inseguridad»? Como dirían los griegos: no especules y «circunscríbete a los hechos...» para obrar en consecuencia.
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