Rosario - Aunque distó de tener el brillo de otras épocas, cuando llenaba los salones de Parque Norte, la convención nacional del radicalismo en Rosario produjo señales clave, más hacia la interna de los que permanecen en el corral partidario que para afuera. Es precisamente en ese marco en el que se produjeron novedades durante las sesiones del viernes y sábado pasados en el teatro del sindicato de Luz y Fuerza de esta ciudad. La histórica habilidad radical para evitar mostrar públicamente sus verdaderas reyertas funcionó nuevamente, acotando el daño a la unidad partidaria a lo que ya era inevitable desde hace meses: la ruptura con los cinco gobernadores y más de ciento cincuenta intendentes que militan en la concertación con Néstor Kirchner.
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Así se pudo acordar, no sin esfuerzo, el duro documento crítico hacia el gobierno nacional, y consiguieron los dirigentes nacionales obtener el aval para comenzar a negociar con «las distintas fuerzas» -llámese Roberto Lavagna- las estrategias electorales para 2007 y reforzar el poder de Roberto Iglesias, presidente partidario, para disponer la intervención de las sedes provinciales y hasta quitar el uso del sello UCR a los gobernadores que cierren acuerdos con Kirchner en nombre de cada uno de los radicalismos locales. Esta última fue, sin ninguna duda, la decisión más aplaudida por todos los convencionales y la que marcó el estado de ánimo que se vivió en esas 48 horas en Rosario.
La UCR llegó a esta ciudad como un partido dividido, disminuido a su mínima expresión histórica, sin posibilidad de mostrarse como opción de poder y agarrado al clavo ardiente de Lavagna, sin saber siquiera a ciencia cierta si ese acuerdo con el ex ministro significa hoy un verdadero horizonte posible.
Objetivos varios
A la división ya declarada entre el radicalismo K y el resto del mundo partidario deben sumarse otras que se vieron claramente durante la convención para entender lo que allí sucedió:
En medio de las desdichas radicales, hubo un elemento que quizás sólo se puede leer hoy en el microclima interno de la UCR: el esfuerzo de la conducción por mostrar que institucionalmente funcionaban las estructuras partidarias. Ese intento tenía objetivos variados. Aunque hoy no signifique mucho en términos de poder, la UCR cuenta con un activo que puede actuar como reserva de supervivencia: es el único partido organizado en todo el país con un poder ejecutivo -el comité nacional- y uno legislativo -la convención nacional-, todo puntillosamente de acuerdo con lo que establece la Justicia electoral. Esa es la cobertura de su existencia como partido y de muchos dirigentes que sobreviven dentro de ese armado. Es una reserva que no ayudará ahora, pero sí a futuro. Es una parte de la explicación del porqué del esfuerzo por no terminar la convención a los sillazos entre los bonaerenses de Leopoldo Moreau y Federico Storani -de la mano de Raúl Alfonsín- y los de Margarita Stolbizer, los cordobeses y los convencionales de provincias menores. Otra ruptura interna en medio de la convención hubiera sido letal, lo que provocó que cada uno bajara en parte sus pretensiones. Conspiró contra esa imagen que quiso dar la UCR la ausencia en la Convención de Fernando Chironi, jefe del bloque radical de Diputados. Se escucharon los más diversos e incómodos razonamientos sobre esa ausencia, aunque ninguno sonó convincente. Nadie pudo acertar en explicar por qué Chironi no adelantó su vuelta desde Alemania para concurrir a ese evento convocado desde hace mucho tiempo -de hecho, hasta hubo intentos por suspender la convención que no pudieron concretarse-. Hugo Storero, segundo de Chironi en el bloque, tuvo que tomar su lugar en los informes parlamentarios que dieron junto a Ernesto Sanz por el Senado.
Durante los debates iniciales en comisión dos posturas básicas dominaron las diferencias internas: la redacción del documento final y la creación de una comisión de notables a quienes se encargaría la tarea de negociar con Lavagna las candidaturas. El radicalismo bonaerense de Moreau y Storani, más Alfonsín, entró a las deliberaciones con el objetivo de conseguir una «delegación» de las facultades de la convención, en materia de definir candidaturas y alianzas, a esa comisión de notables. No pudo ser. La presión de los convencionales por Córdoba, liderados por Mario Negri, los 20 de Stolbizer -que no alcanzaban para hacer sombra al alfonsinismo en la votación, pero que hicieron mucho ruido en sus discursos- y muchos representantes de las provincias obligaron a negociar más de lo previsto. Por eso el acuerdo final permitió que se autorizara a Roberto Iglesias -sólo él orgánicamente, aunque convoque luego para la tarea a los jefes de los bloques en el Congreso- para iniciar los contactos y luego en otra convención -que el sábado ya se convocó- bendecir el resultado de esas negociaciones. Stolbizer tampoco puede decirse que triunfó en sus posiciones: la comisión de seis miembros que planteó crear, con participación de todos los sectores, tampoco fue aceptada, derivando todo a esa solución de medio camino que se tomó.
Fue parte de lo que debieron ceder también el bloque manejado por Moreau y Storani y que aceptaron con disgusto otros como el senador Sanz, que entró en la rueda de postulantes para acompañar a Lavagna como candidato a vicepresidente; Iglesias -que terminó alabando el cambio de postura: «Que haya habido cambios durante la convención habla de un partido que está vivo», decía por los pasillos junto a Adolfo Stubrin-, y el propio Alfonsín, que desapareció de escena el segundo día de debates. Parte de esa cesión fue la negativa de los convencionales de algunas provincias a pasar a un cuarto intermedio y a resolver la cuestión de las negociaciones en esta instancia de Rosario. En verdad, la posición de los bonaerenses de Moreau y Storani -sector que dominaba más de la mitad de las bancas en la convención- tenía también su lógica. Ganar tiempo en momentos en que el mendocino Julio Cobos no declaró abiertamente la ruptura con el oficialismo radical y cuando Lavagna no definió aún su candidatura, era un objetivo que muchos radicales sostenían de antemano.
El sábado por la mañana, segundo día de deliberaciones -y cuando ya había pasado la euforia por la visita de la delegación del socialismo a la convención y el acto entre Hermes Binner y Alfonsín del día anterior-, comenzó a desaparecer de la boca de la dirigencia radical la palabra «delegación». Se sostenía que «ningún» sector pretendía que la convención delegara funciones que le eran propias en una comisión de notables, sino respetar la carta orgánica y dar sólo instrucciones a un grupo liderado por Iglesias para negociar con Lavagna. El cordobés Mario Negri -que lidia en su provincia con el peronismo en todas sus vertientes y con Luis Juez- le había anticipado el viernes a Jesús Rodríguez: «Nosotros no firmamos el artículo dos». Era el artículo del borrador de declaración final, donde se autorizaba a la comisión de notables a definir candidaturas. Esa posición la sostuvo en el recinto Sergio Favot, intendente de Villa General Belgrano: «No aceptamos la delegación, que voten los afiliados», resumió con dureza.
Los «margaritos» eligieron pegar bajo: «Encomendar es lo mismo que facultar. No queremos aprobar aquí lo que nuestros legisladores rechazaron en los 'superpoderes' en el Congreso. Las candidaturas se discuten en la convención», dijo Gerardo «Jerry» Millman. Esa posición, en la provincia de Buenos Aires tiene otras lecturas. Muchos radicales bonaerenses creen que Moreau, «Fredi» Storani y Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente, fogonean la candidatura de Lavagna al solo efecto de garantizarse un lugar con posibilidad de entrar en la lista de diputados nacionales por Buenos Aires. Se preguntan entonces: «¿Y nosotros cuándo vamos a llegar?». Para eso nada mejor que estar a último momento cerca del lugar de las decisiones. La convención estaba llegando a su fin y se acercaba la hora de la votación. Los cordobeses se mantenían en su posición al punto de que Negri alertaba de otros peligros en la indefinición, como el de un posible lanzamiento de Cobos en setiembre en Córdoba como candidato a presidente de la Nación, como una suerte de impasse hasta definir su posición final en una fórmula kirchnerista. El jujeño Gerardo Morales tomó entonces la palabra para explicar la declaración final de consenso, ratificando todo lo que se había actuado hasta ese momento y la bronca contra los radicales K: «Hace un año que venimos soportando la actitud de algunosdiputados. No tenemos más paciencia para soportar esto -dijo en relación con los legisladores del ahora radicalismo K que cambiaron su voto a favor del gobierno en leyes clave-. Cobos es parte ya de la interna kirchnerista. Zamora se olvida de que fuimos a Santiago del Estero a trabajar por él en una elección contra el aparato K. Hay que resolver ahora y mostrar una posición fuerte. No podemos pasar a un cuarto intermedio», dijo en señal para los bonaerenses que pretendieron esa opción. Se eliminó entonces el artículo de la delegación para definir candidaturas, se instruyó a Iglesias para iniciar conversaciones y se incluyó un nuevo artículo en la declaración: «Una nueva reunión de la convención evaluará las tareas encomendadas». Fue todo lo necesario para arrancar el primer gran aplauso de todos los convencionales del interior. De un plumazo se había conseguido mantener la unidad y, lo más importante para el alfonsinismo, aliado en este punto con Iglesias, dejar sin argumento a los rebeldes de Stolbizer. Eduardo Santín, convencional por el sector de Moreau, asintió todo. Pero esa euforia fue opaca comparada con la última inclusión que se hizo a ese documento: se instruyó para que el presidente del partido comunique a la Justicia la intervención de cada radicalismo local y el retiro del uso de los símbolos partidarios de aquellos que llevaran a cada UCR provincial a un acuerdo con Néstor Kirchner. Sólo restó aprobar por aclamación -sin votación nominal- y cantar la marcha.
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