24 de enero 2007 - 00:00

Crítico lector

Se estrenó ayer Néstor Kirchner en un nuevo oficio, el de crítico lector de diarios. Lo hizo por aquello que no hace la prensa adicta, cuestionar los actos de gobierno. Acusó a varios medios de un pesimismo previo al fallo de La Haya, ánimo que instaló el propio gobierno ante una decisión que lo sorprendió. Fue una manera de adueñarse y sacar provecho de un festejo que es de todos y que es más una oportunidad para buscar una solución que un motivo de astracanadas por TV. Insistió en que no reprimirá cortes de rutas, aunque no dijo nada de lo que ya hace, que es impedir los piquetes en la terminal de Buquebús en la Capital Federal, que es donde se pagan los costos políticos más caros.

Alborozados, Néstor Kirchner, Daniel Filmus, Aníbal Fernández y Jorge Telerman no paraban ayer de reír en el Salón Blanco, en donde el Presidente achicó a su medida la importancia del fallo por las papeleras en La Haya.
Alborozados, Néstor Kirchner, Daniel Filmus, Aníbal Fernández y Jorge Telerman no paraban ayer de reír en el Salón Blanco, en donde el Presidente achicó a su medida la importancia del fallo por las papeleras en La Haya.
Entretenido sketch el del Presidente en su debut en esta temporada de verano. Se rió de la prensa que había transmitido con énfasis variado el pesimismo que sus funcionarios esperaron hasta las 6 de ayer el fallo en La Haya en un intento de apoderarse de un festejo colectivo como si fuera un mérito propio y exclusivo. No tenía la prensa otra opinión que la del propio gobierno sobre el asunto, que sorprendió a las partes como pocas veces ha ocurrido en asuntos de este nivel internacional, incluyendo al Presidente.

Feliz ante el micrófono bromeó sobre las noticias viejas de ayer como si él hubiera estado apartado del ánimo de pesadumbre con que fue a dormir el país el lunes a la espera del fallo. Como un primerizo que opina del partido una vez que terminó, chanceó sobre los que habían jugado otras fichas aunque lo hubiera hecho movidos por la información oficial que manó de los despachos oficiales hasta el momento de conocerse el fallo. Nada tiene que justificar la prensa que informa sobre estos problemas que tiene el público y el gobierno no le soluciona, aunque se sienta mortificada por inocentadas que duran el tiempo del sketch.

Discípulo aplicado de Dick Morris, Kirchner calló hasta ayer porque el recetario de aquel asesor, que supo serlo antes de Fernando de la Rúa, indica que el presidente debe desaparecer cuando hay malas noticias. Aconseja también colgarse al alambrado cuando las noticias son buenas como las de ayer.

  • Novedoso

  • El fallo es bueno para la Argentina, que es la que tiene un conflicto con el Uruguay. Por lo que se le escuchó ayer, Kirchner actúa como si el conflicto con las papeleras fuera entre él y la opinión pública que se expresa a través de la prensa. Es novedoso que lo admita en los gestos, porque explica la conducta de su administración ante este problema: carencia de un plan de negociación, debilidad ante los ambientalistas que cortan los accesos al Uruguay y le tomaron el gabinete a través de Romina Picolotti, falta de explicaciones al público sobre qué quiere el gobierno y si puede confiar que las medidas del gobierno aportarán alguna solución a la pelea con el Uruguay.

    Se le reprochó antes al gobierno que usase el tema papeleras para propósitos políticos; es lo que hizo ayer Kirchner al intentar apoderarse del festejo en ese estilo agrio y poco alegre con que acompaña sus buenos momentos. ¿Qué tal -si no era pesimista como el resto del país- si hubiera estado en la madrugada de ayer en Gualeguaychú acompañando las caravanas que con motivo celebraron el fallo? Hubiera sido una prueba de que pensaba otra cosa. Esperó entre las cortinas a ver qué decía la televisión y buscó la manera de adueñarse de una fiesta colectiva y a la que contribuyó bien poco.

    Le sobraban al Presidente formas de festejar este fallo que refuerza la posición del país en una querella que la ineficacia del poder político ha dejado llegar a niveles insoportables, más cuando se trata de una demanda en la que le asiste la razón. Como cuando también reclama por misterios como los casos Gerez y López, o por la inseguridad, y no obtiene respuestas ni sonrisas presidenciales en el Salón Blanco.

    La sentencia de ayer pudo moverlo a otros gestos que no fueran la jibarización del asunto para reducirlo a las necesidades mezquinas de ganar espacios ya ganados. O para cumplir otra indicación del recetario de Dick Morris, pelearse con la prensa. Por caso, reflexionar cómo el fallo es además un compromiso para que los mandatarios argentinos y del Uruguay hagan lo que hasta ahora no ha hecho, que es hacer política.

    Los funcionarios de gobierno están ganados por el estilo gerencial de administrar; los problemas se diagnostican y se resuelven (o no) como negocios. El político no es un gerente, su trabajo es crear poder para hacer andar un motor con agua. Es decir, lograr lo imposible según la razón de los negocios. La querella con el Uruguay está en un punto de empate: el país no logró que La Haya diera las medidas de amparo que reclamó la Argentina por la violación del Estatuto del río Uruguay. Montevideo no logra ahora sanciones similares por el daño argüido por los cortes de los puentes. Es una oportunidad para hacer política, para lograr lo que no se logra con la lógica, el dinero o los gerentes. Para eso se les paga el sueldo a los políticos, para que imaginen la solución que los gerentes no encuentran, como pasa en este caso.

    Si el gobierno usa esta oportunidad para satisfacer las demandas de los vecinos de Gualeguaychú que no quieren que les contaminen el río y se sienten abandonados por el gobierno-no por la prensa-, o para lograr que el resto de los argentinos puedan transitar con libertad por los puentes, que los ciudadanos que tiene orgullo no se sientan abandonados por una administración que usa los problemas para sacar ventaja, el fallo de ayer será otra oportunidad perdida, otro cuento que habrá que explicar. Y el humor ventajero del Presidente será recordado como otra mueca inoportuna que ya se vio en éste y en otros presidentes que se reían también de lo que era mejor no reírse.

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