Crítico lector
Se estrenó ayer Néstor Kirchner en un nuevo oficio, el de crítico lector de diarios. Lo hizo por aquello que no hace la prensa adicta, cuestionar los actos de gobierno. Acusó a varios medios de un pesimismo previo al fallo de La Haya, ánimo que instaló el propio gobierno ante una decisión que lo sorprendió. Fue una manera de adueñarse y sacar provecho de un festejo que es de todos y que es más una oportunidad para buscar una solución que un motivo de astracanadas por TV. Insistió en que no reprimirá cortes de rutas, aunque no dijo nada de lo que ya hace, que es impedir los piquetes en la terminal de Buquebús en la Capital Federal, que es donde se pagan los costos políticos más caros.
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Se le reprochó antes al gobierno que usase el tema papeleras para propósitos políticos; es lo que hizo ayer Kirchner al intentar apoderarse del festejo en ese estilo agrio y poco alegre con que acompaña sus buenos momentos. ¿Qué tal -si no era pesimista como el resto del país- si hubiera estado en la madrugada de ayer en Gualeguaychú acompañando las caravanas que con motivo celebraron el fallo? Hubiera sido una prueba de que pensaba otra cosa. Esperó entre las cortinas a ver qué decía la televisión y buscó la manera de adueñarse de una fiesta colectiva y a la que contribuyó bien poco.
Le sobraban al Presidente formas de festejar este fallo que refuerza la posición del país en una querella que la ineficacia del poder político ha dejado llegar a niveles insoportables, más cuando se trata de una demanda en la que le asiste la razón. Como cuando también reclama por misterios como los casos Gerez y López, o por la inseguridad, y no obtiene respuestas ni sonrisas presidenciales en el Salón Blanco.
La sentencia de ayer pudo moverlo a otros gestos que no fueran la jibarización del asunto para reducirlo a las necesidades mezquinas de ganar espacios ya ganados. O para cumplir otra indicación del recetario de Dick Morris, pelearse con la prensa. Por caso, reflexionar cómo el fallo es además un compromiso para que los mandatarios argentinos y del Uruguay hagan lo que hasta ahora no ha hecho, que es hacer política.
Los funcionarios de gobierno están ganados por el estilo gerencial de administrar; los problemas se diagnostican y se resuelven (o no) como negocios. El político no es un gerente, su trabajo es crear poder para hacer andar un motor con agua. Es decir, lograr lo imposible según la razón de los negocios. La querella con el Uruguay está en un punto de empate: el país no logró que La Haya diera las medidas de amparo que reclamó la Argentina por la violación del Estatuto del río Uruguay. Montevideo no logra ahora sanciones similares por el daño argüido por los cortes de los puentes. Es una oportunidad para hacer política, para lograr lo que no se logra con la lógica, el dinero o los gerentes. Para eso se les paga el sueldo a los políticos, para que imaginen la solución que los gerentes no encuentran, como pasa en este caso.
Si el gobierno usa esta oportunidad para satisfacer las demandas de los vecinos de Gualeguaychú que no quieren que les contaminen el río y se sienten abandonados por el gobierno-no por la prensa-, o para lograr que el resto de los argentinos puedan transitar con libertad por los puentes, que los ciudadanos que tiene orgullo no se sientan abandonados por una administración que usa los problemas para sacar ventaja, el fallo de ayer será otra oportunidad perdida, otro cuento que habrá que explicar. Y el humor ventajero del Presidente será recordado como otra mueca inoportuna que ya se vio en éste y en otros presidentes que se reían también de lo que era mejor no reírse.
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