Oculta debajo de la hojarasca del caso Gerez, el jueves pasado en la provincia de Buenos Aires, se registró una cruenta disputa a tres bandas: fue durante el fracasado intento de Felipe Solá por instaurar, como en los años 70, un nuevo impuesto a la «riqueza».
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Con un mandato expreso o un silencio consecuente, Kirchner fue el verdugo. Solá planeaba recaudar 300 millones extras para achicar el déficit -y la dependencia financiera de la Nación-, pero tropezó con la negativa del PJ provincial que dijo cumplir «órdenes del Presidente».
Un ministro y un secretario, los dos bonaerenses, distribuyeron de boca en boca ese mensaje. Solá resistió y recurrió a la mediación de Alberto Fernández. Por esas horas, todo orbitaba -salvo la «isla» legislativa- en torno a la ausencia del albañil de Escobar.
En ese momento pudo ocurrir algo peor. Con la cara pintada, el ministro reforzó la consigna con que «no hay que votar nada» ni siquiera el Presupuesto provincial. ¿Fue un traductor fiel del deseo de Kirchner o contaminó la orden con sus intenciones?
Si el vocero no desvirtuó el mandato del Presidente, Solá estuvo a un tranco de quedarse sin Presupuesto, lo que hubiese significado sumirlo en la debilidad más profunda. No ocurrió. Quizá la amenaza no le estaba dirigida a él sino a Scioli, el protagonista ausente.
En Diputados se destrabó del modo clásico: se aprobó, con un aumento de 40 millones, el gasto legislativo. Un rato después, en el Senado, el peronismo -que tiene poder para dar o negar el quórum- aceptó a regañadientes aprobar el Presupuesto provincial de casi 28.000 millones.
Urgencia
El incidente no se repitió con el impuesto a la « riqueza», setentismo de Solá que frustró una orden de Kirchner. De ese nudo, de carácter ideológico -o de puro marketing- se desprenden varios hilos. Veamos:
Por urgencia financiera más que por ideología, Solá recurrió al impuesto vip. Según sus escuderos, es un paso «progresista» que Kirchner ni contempla. El juego aportó otro dato simpático: «Fue el peronismo de la justicia social», ironizó un felipista, «el que frenó el impuesto a la 'riqueza'». Fue un golpe para Aníbal Fernández porque sus espadones bonaerenses, encabezados por Daniel Gurzi, votaron en contra del proyecto. Al margen de esas conductas, Solá encontrará en el comportamiento de dos actores las huellas del mandato oficial: Aldo San Pedro, vice del Senado, y la diputada Liliana Di Leo, que se opusieron al nuevo impuesto. Ambos tienen, o dicen tener, órdenes expresas de la Casa Rosada.
La traba definitiva la puso en el Senado el PJ formal -es decir: el partido que preside Díaz Bancalari-, lo que transparenta un hecho: Kirchner tuvo que recurrir a los que se define malamente como «pejotismo» para que se cumpla su mandato de frenar el impuesto porque el FpV, que se presume kirchnerista -salvo el puñado mínimo que responde a Aníbal F.-, decidió avalar el impuesto vip. Traducción: si la orden fue no votar, el jueves pasado en La Plata hubo más de 60 legisladores que desobedecieron al patagónico.
Felisa Miceli se opuso al impuesto a la «riqueza» bonaerense con el argumento técnico -y real- de que supone una doble imposición con Bienes Personales. El atajo de los bonaerenses fue fijar alícuotas extras que funcionarían como un impuesto a la «riqueza» «de hecho» al tomar la base imponible del proyecto original. El peronismo elevó el piso de 500 mil a 700 mil con lo que, para Solá, se volvió poco útil en términos de recaudación. Así y todo, en esa zona difusa, según lo votado en Diputados, funcionaría hasta el 1 de enero de 2010 cuando a nivel nacional dejará de regir el Impuesto a los Bienes Personales, si es que alguna vez eso ocurre.
Pero ¿la desesperación de Solá por recursos lo hizo impulsar un impuesto ilegal? La respuesta a ese interrogante fue lo que inquietó y molestó a la Casa Rosada: la propuesta del impuesto vip nació con el objetivo expreso de desafiar al gobierno para forzarlo a negociar el incremento de los recursos que gira a Buenos Aires. Desde esa óptica, Solá empujaba una iniciativa que luego « cobraría» por desactivar. No lo logró: el proyecto se pateó hasta febrero y, todo indica, quedó en suspenso hasta nuevo aviso.
Además del tironeo recurrente entre la Nación y Buenos Aires por los fondos para la provincia -todo remite al inequitativo reparto de la coparticipación- el episodio tiene por varias vías como derivación a Scioli: 1) al abortar la rebeldía de Solá, Kirchner ratifica su rigor sobre los que se animan a desafiarlo. Scioli lo sabe y, por las dudas, el patagónico se lo recuerda cada vez que un bonaerense alerta al vice que su dependencia financiera será tal que no tendrá autonomía para gobernar; 2) como ocurre desde que Scioli fue « nominado» por Kirchner, el pankirchnerismo bonaerense se trenzó en una pulseada para demostrar quién es « imprescindible» para gobernar. Toda esa exposición está dirigida, claro, al vice.
Dejá tu comentario