21 de julio 2006 - 00:00

¿Se repetirá ahora el Operativo Dorrego?

Nilda Garré y Albano Harguindeguy. (arriba) Carlos Kunkel y Dante Gullo (abajo)
Nilda Garré y Albano Harguindeguy. (arriba) Carlos Kunkel y Dante Gullo (abajo)
Hubo un tiempo, en la Argentina, en que se distinguía a los «guerrilleros buenos» de los «guerrilleros malos». Para fijar la memoria, tiempos del Operativo Dorrego. Y los privilegiados de entonces podían convivir con el Ejército, aparecer en los diarios como jóvenes modélicos, mientras los otros eran perseguidos por las Fuerzas Armadas (a las que, por supuesto, atacaban). De un lado, entonces, aceptables agrupaciones peronistas como Montoneros (JP, JTP); del otro, intransables organizaciones bélicas de izquierda (ERP, por ejemplo). Unos, claro, eran nacionales recuperables; otros marxistas irremediables. Como se sabe, hoy el gobierno no tolera y castiga a quienes desde las Fuerzas Armadas pretenden homenajear «a los caídos en la lucha contra la subversión». Pero anteayer hizo una distinción en el Ejército: permitió -con alto oficial uniformado en la ceremonia- la rendición de honores al capitán Juan Carlos Leonetti, quien encabezó y murió en la acción que liquidó a la entonces cúpula del ERP, Roberto Mario Santucho, su mujer, y Benito Urteaga, su segundo.

No hubo ninguna explicación oficial para este cambio de conducta con los muertos del pasado, ni con las instrucciones de esta Administración a las Fuerzas Armadas, caracterizada por descolgar o hacer descolgar cuadros. Aunque correspondan los homenajes, nadie sabe aún por qué unos son bendecidos y otros condenados. Más bien, por falta de información, uno podría interpretar que, desde ahora se puede reivindicar aquel particular y esperanzado momento entre militares y ciertos guerrilleros buenos, con final malhadado. Sólo así se entiende que los uniformados puedan asistir con la venia del comandante en jefe (Néstor Kirchner) a recordatorios de los que combatieron al ERP, pero sancionados o apartados de la fuerza si se les ocurre repetir esos actos con los que fueron asesinados por Montoneros.

  • Perspectivas históricas

  • Puede resultar curioso este fenómeno, aunque explicable el intríngulis desde cierta perspectiva histórica: la ministra de Defensa, Nilda Garré, estuvo en la cercanía de aquella conducción insurgente, miliciana o subversiva llamada Montoneros -términos según los gustos de ocasión-, la misma que comulgó temporalmente con los militares en el Operativo Dorrego, lo mismo que Dante Gullo (éste, en rigor, era uno de los jerarcas de ese efímero entendimiento) o Carlos Kunkel, todos ahora (para no dar más nombres) en las inmediaciones de Néstor Kirchner, un voluntarioso oral entonces de esa facción. A su vez, el jefe del Ejército, Roberto Bendini, se incluye en el elenco: por su reconocida filiación nacionalista, seguramente disciplinado, se habría entusiasmado en aquellos tiempos por la comunión de intereses entre montos y militares, aunque después -también por razones de disciplina- haya participado en operativos para su destrucción. Pero la juventud no se olvida, en ocasiones se revive. A todos ellos les encaja, en verdad, la sustancia del Operativo Dorrego, plan de dos sectores que marginaba a los fanáticos de izquierda, al extremo de que esos grupos combatían y eran combatidos con las mismas Fuerzas Armadas del pacto mientras peleaban y se denunciaban -sin confrontar físicamente- con los guerrilleros peronistas de ese entendimiento. Si duraba más tiempo esa entente, la guerra también hubiera sido entre ellos.

    Queda, sin embargo, una duda en esta recreación: ¿qué hacer con el retirado general Albano Harguindeguy, doble emblema a batir y encarcelar por el kirchnerismo, primero por haber sido ministro del Interior del Proceso militar y también declarado admirador de la conducción económica de José Alfredo Martínez de Hoz? Y, guste o no, ese militar, no precisamente exquisito, fue uno de los protagonistas de aquel Operativo Dorrego, se fotografiaba y marchaba con los jefes montoneros de entonces, era socio mediático de esa conjunción militar y paramilitar que decía juntarse por una Argentina mejor, despreciando al resto de la sociedad por falta de compromiso y persiguiendo a los emergentes de la izquierda violenta que se comprometían. Más que una juventud maravillosa, gente maravillosa.

  • Desencuentros

    Aunque el Ejército de entonces (mandado por el general Jorge Raúl Carcagno) aseguró -también los Montoneros- que se habían «cumplido los objetivos del Operativo Dorrego», esa experiencia amigable tuvo desencuentros y a su epílogo continuó la brutalidad de ambas partes, todos volvieron a ser « malos». Como siempre, quizás. Al menos, entre sí. Hasta el cazurro Juan Perón advirtió ese desenlace y a último momento desertó de consagrar con su presencia el broche de oro para ese operativo sanitario en todo el sentido de la palabra. Por la intencionalidad (reunir en bloque a las núcleos burgueses armados que se mataban, postergando y limpiando a los inconvertibles de la izquierda) y por la voluntad de 900 montoneros que se acoplaron bajo el mando de 4.000 hombres del Ejército, con quienes -en una provincia de Buenos Aires dividida en 4 regiones para la gesta- trabajaron haciendo zanjas en terrenos anegados, desplegando asistencia, colaborando en misiones sociales con los pobres y, sobre todo, por la noche,obligándose a tertulias mixtas sus integrantes en cálidos fogones para intercambiar promesas de camaradería y de una vida mejor para el país. Soñadores, sin duda.

    Era, claro, ese operativo, una excusa para compartir el poder en manos de Perón, irrealizable por último debido a los exigentes porcentajes que reclamaban para repartir unos, los armados del Estado y, otros, los privatizados de la violencia. Fue apenas una tregua entre los que venían de la muerte y los que luego siguieron con la muerte. A muchos quizás les resulte caprichoso comparar ese interregno bastante olvidado de la Argentina con la nueva fórmula del gobierno que ahora controla al Ejército, protege el pasado montonero y condena al ERP. Pero alguna semejanza existe, tanto que hasta los violentos del ERP aparecen hoy enmascarados, acechantes (en su propio homenaje a Santucho), como si 30 años no fueran nada, como si nada se hubiera aprendido.
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