15 de noviembre 2005 - 00:00

Medidas que afectan y cambian las reglas

Preocupa a los productores agropecuarios la modificación de las reglas de juego para la actividad. El gobierno intenta frenar la inflación en alimentos.
Preocupa a los productores agropecuarios la modificación de las reglas de juego para la actividad. El gobierno intenta frenar la inflación en alimentos.
Cuando el ministro de Economía, Roberto Lavagna, anunció la semana pasada las medidas antiinflacionarias, la eliminación de los reintegros a las exportaciones produjo un malestar generalizado en el sector agroindustrial. En los pasillos no se podía entender el porqué de la decisión de desalentar la exportación de manufacturas. El llamado telefónico de uno de los directores de una empresa láctea reafirmaba aun más nuestro desconcierto. «¿Qué les digo a los inversores que van a venir a la Argentina?», se preguntaba y nos preguntó. Un grupo de frigoríficos trataba de explicarle a un empresario sudafricano interesado en nuestras carnes que nadie les había adelantado -a pesar de las numerosas reuniones con gente del gobierno para acordar los precios- la implementación de estas medidas.

Y ésta es la primera consecuencia negativa de la decisión anunciada por el gobierno: la inseguridad tributaria y jurídica en el país. En un país donde se cambian constantemente las reglas del juego es imposible invertir. Como dijimos tantas veces, «no podemos sembrar con ciertas reglas y cosechar con otras completamente distintas».

Si en algo nos destacamos los argentinos es en la falta de regularidad en los mercados externos. ¿Podrá tener ventas regulares un exportador al que le cambian continuamente los números? La previsibilidad es la base del desarrollo de toda nación. Un país que se maneja con medidas cortoplacistas tendrá -sin dudas- respuestas coyunturales que le restarán proyección, incorporando factores de riesgo e incertidumbre que desalentarán las inversiones productivas e incentivarán los negocios especulativos. La segunda consecuencia es que el uso de distorsiones impositivas como herramienta dirigista para la regulación del mercado interno se convierte, a la larga, en castigo para los dos extremos de la cadena: la producción primaria y el consumidor.

La realidad nos ha demostrado que, tanto en la década del setenta como en la del ochenta, con estas mismas medidas no se logró absolutamente nada. Esto está enmarcado en una concepción ideológica basada en el manipuleo de las variables de extracción y compensaciones aduaneras, sin tener en cuenta la esencia impositiva-jurídica comercial.

• Costo productivo

Lo que es una compensación por los impuestos internos, que está directamente relacionada con el grado de manufactura, se transforma -con esta medida- en un costo productivo más que luego exportamos; estamos exportando impuestos.
Al transformarse estos impuestos en un costo, las industrias manufactureras exportadoras lo compensarán, a no dudarlo, con el valor de compra de su materia prima, lo que implica una disminución en los ingresos del productor primario.

Sabemos que la mejor receta antiinflacionaria es el aumento de la oferta, y acá se origina la tercera consecuencia no deseable: al recibir el productor menores precios por su carne o su leche, cambiará el destino de su explotación, dedicándole menos tierras a las vacas.


Si al crecimiento de la demanda de los bienes salarios por la expansión monetaria y de ingresos le contraponemos una disminución en su oferta, formamos un círculo vicioso que se contrapone con cualquier lógica para combatir la inflación. Pero creo, por último, que la consecuencia más lamentable que tendremos con estas medidas son las disminuciones de las inversiones en los sectores en los que el país presenta ventajas comparativas. Nos hemos planteado en muchas ocasiones la necesidad de un «proyecto país» como eje de crecimiento a la agroindustria, un proyecto que optimice las grandes bondades que posee en recursos naturales el país, agregándole valor a través de su industrialización, para generar mano de obra genuina e ingreso de divisas.

Con un mundo cada vez más necesitado de alimentos y en un país con ventajas competitivas para producirlos, como la Argentina, es ilógico pensar en encerrarnos, aunque algunos no lo entiendan así.

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