28 de abril 2004 - 00:00

Lagos: Argentina no tiene claridad

Ricardo Lagos
Ricardo Lagos
Chile está ofendido con la Argentina y no afloja. ¿Tiene razón? Desde ya que, si nuestro país impidió una exportación comprometida de gas (la redujo 18% y no hay seguridad de que no lo haga en mayor medida si viene un invierno muy crudo), afectará su Producto Bruto, como también se afectará el argentino.

Hay que tener en cuenta que la Argentina no es un país petrolero ni gasífero. Inclusive se cree que sólo hay reservas para 13 años en gas, aunque falta explorar más. Igual, Chile logró un acuerdo en la década del '90 para abastecerse en la Argentina aprovechando esa debilidad que Carlos Menem tuvo siempre por los chilenos (confesaba que de las decenas de gobernantes del mundo que había entrevistado el que más lo impresionó fue Patricio Aylwin).

Son esos convenios donde los primeros mandatarios se dan el abrazo y posan para la clásica foto, pletóricos de entusiasmo, aunque muchas veces desesperan a los técnicos por los excesos en que caen con sus promesas y convenios. Sucedió en 1995 lo mismo que en la última reunión de Lula Da Silva y Kirchner en Brasil. Antonio Palocci, la máxima autoridad en Economía, y los funcionarios y técnicos argentinos no se ponían de acuerdo para compartir propuestas sobre deuda externa (Palocci, sobre todo, no quería «pegarse» a la Argentina por considerar a su país en distinta situación -no defaulteado, por empezar-).

Alberto Fernández, nuestro jefe de Gabinete, se enojó por tanta intransigencia. Salió de la reunión y habló con Kirchner para que éste lo hiciera con Lula. Al rato vino y anunció «es una decisión de ambos presidentes». Palocci se calló y se firmó.

La Argentina y Brasil iban a pedir juntos al Fondo Monetario que las inversiones en infraestructura no se consideraran gasto al efecto del cálculo de superá-vit exigible. «Acuerdo histórico», lo llamamos aquí. Pero los brasileños son muy hábiles, y nuestro gobierno está aún aprendiendo (además de no tener una Cancillería con la tradición de habilidad de Itamaraty).

Lula le dio el gusto a nuestro santacruceño, que consideró el acuerdo un logro y hasta comprometió su apoyo a Lula Da Silva para su sueño de liderazgo sudamericano. Pero, en definitiva, ¿cómo resultó? Lo informó ayer este diario: Brasil podrá contar en el superávit comprometido (4,25% de su PBI) lo que invierta en obras públicas. Pero la Argentina no. Se lo negó el Fondo.

En los '90 Carlos Menem cayó en el mismo error: forzó a los técnicos a cerrar un acuerdo de exportación a Chile que ahora no se puede cumplir. Inclusive la Argentina debe sacrificar a parte de sus empresas por la falta prevista de gas y hasta bajar no menos de un punto el crecimiento de su PBI (lo dijo el titular del Banco Central), algo que no ocurriría si, con realismo, se suprimiera mucho más de 18% de la exportación al país trasandino. Chile forzó a Menem porque no tenía ni tiene muchas alternativas: Bolivia -que sí es un país gasífero-jamás le venderá el fluido por el resentimiento histórico de haber perdido, en una guerra con los chilenos, su salida al mar. Por eso el vecino asumió el riesgo argentino. Hoy Chile está afectado; y su presidente, enojado. Declaró que tenemos «poca claridad» para movernos en lo económico y más exactamente en lo energético. Tiene razón en eso.

Este gobierno es confuso y con empecinamientos en economía, pero, en verdad, el compromiso de abastecimiento que recibió con Chile era difícil de cumplir si nuestro producto crece aceleradamente, como ocurre. Sobre todo, porque Menem firmó el acuerdo de exportación en 1995, pero en 1997 -al sobrevenir la costosa puja con Eduardo Duhalde para la presidencia en el '99, que en definitiva ninguno ganó- hizo perder efectividad a la Argentina en lo económico.

Las empresas locales abandonaron la inversión y la continua exploración. Kirchner apenas si agravó las cosas al jugue-tear mal con su intransigencia sobre el aumento de tarifas. Para colmo, el gobierno no explica bien la situación que en gran parte es heredada, como se observa.

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