El consenso del mercado, iniciado ya el esperado ajuste de la política monetaria de EE.UU., reconoce que la guerra en Ucrania es un punto de inflexión con varias aristas. Al respecto, más allá del resultado final del conflicto bélico, aún de difícil pronóstico a largo plazo, en Europa anticipan algunas tendencias de la economía global para la próxima década. En esa línea los estrategas del Danske Bank resumen cinco “drivers” que podrían impulsar el crecimiento mundial en los próximos años independientemente de los resultados geopolíticos: un mundo más fragmentado, mayor gasto en defensa, envejecimiento de la población activa, desglobalización inflacionaria y una gobernanza sustentable (ESG) más compleja. Veamos cada uno.
Las directrices que definirán la economía de la próxima década
La pandemia se desvanece y la guerra en Ucrania deja de provocar turbulencias en los mercados. Pero estos dos cisnes negros tendrán implicaciones duraderas en el entorno de las empresas mundiales.
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En un escenario de un mundo más fragmentado, aumenta el riesgo de una nueva guerra fría, incluso una caliente más amplia, que dividiría el mundo en estrictas zonas de interés, una democrática occidental y otra oriental autocrática, acabando con la globalización en su forma actual. Así se priorizará el abastecimiento cercano y las cadenas de suministro se traería de vuelta a casa, lo que desacelerará el crecimiento y revertiría los efectos positivos de la especialización, generando mayores presiones inflacionarias. En un mundo dividido geopolíticamente el papel de la UE podría ser aún más importante por su gran mercado interno.
Otro driver será el aumento del gasto público en defensa a partir de la invasión rusa. Hoy Francia, Noruega y Finlandia, gastan el 2% del PBI en defensa en línea con la recomendación de la OTAN presidida por Jens Stoltenberg, pero otros países, tienen un gasto en torno al 1,5%. El aumento previsto del gasto en defensa tendrá repercusiones tanto económicas como políticas, con un claro beneficiario, la industria del sector. La guerra además está llevando a Europa a reducir su dependencia de las importaciones energéticas rusas que con el tiempo requerirá inversiones masivas en la transición ecológica. Si bien llevará años pronostican que un fuerte apoyo político debería garantizar un entorno favorable para las inversiones verdes en el futuro. Bajo un escenario de menor crecimiento, lo más seguro es que las inversiones en defensa y transición verde se financien con deuda, lo que añadirá más presión a las finanzas públicas.
El envejecimiento de la población activa también jugará un rol protagónico junto con las tensiones geopolíticas. Porque la mano de obra barata solo es relevante si tiene las aptitudes adecuadas y vive en zonas lo suficientemente estables desde el punto de vista político y económico como para tener fábricas. Es decir, que la externalización solo es relevante si el país al que se subcontrata es un compañero de confianza y estable. El problema es que el envejecimiento poblacional puede desempeñar durante las próximas décadas un papel importante en el aumento de las presiones inflacionarias debido a la escasez de mano de obra. De modo que si la presión resulta ser permanente, conduciría a un cambio hacia una mayor atención al capital en relación con la mano de obra en el proceso de producción, ya que el capital se considera relativamente más barato respecto del factor trabajo. El aumento de las inversiones, la automatización y la robotización, junto con la deslocalización, podrían impulsar el crecimiento de la productividad, que ha sido lento durante décadas, pero este tipo de resultado positivo ahora mismo está muy lejos y hay muchos choques y fenómenos que podrían cambiar el rumbo.
Otro driver viene dado por la desglobalización que provocará precios más persistentes. En el mejor de los casos, muchas de estas tendencias pueden estimular la innovación y las inversiones a largo plazo, pero antes de que esto se ponga en marcha, si es que lo hace, creará un entorno más inflacionario. Esto obligará a los bancos centrales a prestar más atención a sus mandatos de estabilidad de precios. Por eso apuestan a que los bancos centrales harán lo que sea necesario para garantizar que las expectativas de inflación, una medida clave de su credibilidad, se mantengan ancladas. Lo que implicará que las tasas de interés podrían subir pronto a niveles que no se veían desde hace una década o más. En el mejor de los casos, el repunte de las innovaciones y la productividad dominarán a largo plazo, impulsando el crecimiento económico y haciendo que el endurecimiento de la política monetaria sea menos problemático. Pero en el peor de los casos, la economía mundial acabará en una trampa de estanflación, perjudicial no sólo para desarrollo económico, sino también para la cohesión social en general.
Por último las cuestiones ESG serán cada vez más complejas, y las empresas prestarán más atención a los riesgos políticos y de país a la hora de evaluar los mercados a los que dirigirse y cómo organizar su producción.
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