El ejercicio que vamos a presentar no sirve de mucho a los fines de la inversión "real", pero da una idea de cuál puede ser el ánimo que se está imponiendo entre los inversores. Si analizamos la pérdida sufrida por el mercado, en estos primeros veinte días del año, tenemos que el último día de diciembre podría sorprendernos con una caída que va de 38% (según el S&P 500) a 82% ( según el NASDAQ). Afortunadamente, como dijimos, estas proyecciones poco y nada suelen tener que ver con la realidad. Quienes sí lo tienen son el precio del petróleo (que durante el descenso de la víspera debiera haber sido capaz de entonar algo a los "alcistas"), los datos macroeconómicos (el índice de la Fed de Filadelfia, que, a pesar de ser algo inferior a lo esperado, mostró que la economía sigue en expansión, lo mismo que los " indicadores de liderazgo") y especialmente los últimos estados contables de las cotizantes (con los desilusionantes balances de AT&T, Citigroup, Ford y eBay recién ahora podemos sugerir que vienen siendo más las sorpresas negativas que las positivas). El problema es que por lo que se ve en el comportamiento de los inversores, poco importa que sean más las "buenas" noticias que las "malas", ya que estas últimas parecen tener un peso específico mucho más grande. Es así como ni siquiera la virtual promesa que efectuó el reelecto presidente Bush, de abrir el sistema de seguridad social a la inversión bursátil y continuar con la línea de recortes impositivos, alcanzó para que las acciones revirtieran el camino perdedor. En todo caso, si algo logró George W. es que quienes operan en descubierto volvieran a ser quienes determinaron los vaivenes del mercado.
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