10 de octubre 2023 - 00:00

Jorge Lavelli revolucionó la escena en el mundo con lucidez y elegancia

El director teatral y régisseur argentino, de fama internacional, murió ayer a los 90 años. Lo entierran hoy en el Cementerio de Père Lachaise.

Lavelli. El director argentino radicado en Francia tenía 90 años.

Lavelli. El director argentino radicado en Francia tenía 90 años.

“Algunas cosas he hecho como desafío, como el ‘Fausto’ de Charles Gounod en la Ópera de París, en 1975”, le contaba a este diario Jorge Lavelli hace nueve años, cuando ensayaba “Idomeneo” de Mozart en el Colón. “Yo hice esa puesta sin saber qué idea tenía la gente en Francia de esa ópera. En París fue un escándalo, pero en las provincias provocó una agresividad terrible. El director del teatro, Rolf Liebermann, me dijo que tenía 3.000 cartas de protesta. Había gente que decía que lo que yo hacía era una vergüenza para la escena francesa, que me fuera a barrer el escenario. Me llamaban y me dejaban mensajes en el contestador, tantos eran que lo saqué porque no podía dormir. Pero eso cambió en la misma semana: en la segunda función fue una ovación, y la recepción en la crítica fue excelente. Yo me preguntaba por qué a la gente le molestaba, y llegué a la conclusión de que la reacción es más fuerte cuando se ataca un recuerdo de infancia: hay un cierto confort en ver la historia contada de la misma manera.”

Lavelli, que murió ayer a los 90 años en París, donde residía desde principios de los años 60 y será enterrado hoy en el Cementerio de Père Lachaise, vivió siempre, para usar sus propias palabras “fuera de la zona de confort”. Nacido en Buenos Aires en noviembre de 1932, era considerado uno de los mayores directores de escena del mundo. En su juventud estuvo vinculado al Instituto Di Tella, y no tardaría en comprender que su futuro, para alguien con libertad interior plena y la necesidad de expresarla sin censura, difícilmente encontrara oxígeno en una Argentina a la que todavía le faltaba atravesar dos dictaduras.

Sin embargo, pese a que se marchó, cada vez que podía (antes de 1976) regresaba al país para poner en escena títulos que pasarían a convertirse en leyenda, como la versión de “Divinas palabras” de Ramón del Valle Inclán que hizo con María Casare (1964) o “Yvonne, princesa de Borgoña”, de Witold Gombrowicz, en el Teatro San Martín (1972), con Elsa Berenguer, Juana Hidalgo, Miguel Ligero, Luis Medina Castro, Roberto Mosca, Luis Politti y otros. Esta versión fue la misma que había montado en Venecia y París durante los años 60.

Justamente, la dramaturgia del polaco Gombrowicz, que se había radicado en la Argentina tras la guerra, fue una de las que más contribuyó a difundir Lavelli a través de sus puestas (“La Boda” fue la primera que hizo en Francia, en 1963), al igual que las del argentino Copi, también establecido en Francia, como “La mujer sentada” (y uno de los “blacklisted” por la dictadura).

En su país de adopción (no tardó en obtener la doble ciudadanía), Lavelli integró un grupo artístico con Alfredo Arias, Marilú Marini, Roberto Plate, Facundo Bo y otros, el TSE, con el que no sólo presentaron la “Eva Perón” del mencionado Copi, que ya había hecho Arias en el Di Tella, sino otros numerosos espectáculos en el Théâtre National de la Colline o en el CDN d’Aubervilliers, en las afueras de París.

Peter Handke, Fernando Arrabal, Eugene O’Neill, Paul Claudel, clásicos griegos y latinos, Shakespeare, Calderón de la Barca, Friedrich Dürrenmatt y Carlos Fuentes son sólo algunos de los numerosos autores que llevó a la escena en versiones siempre personales, discutidas a veces, pero siempre originales y movilizadoras. En los años 70 se metió más de lleno en las puestas de ópera: además de la comentada versión de “Fausto” hizo en Estrasburgo, en 1978, una “Carmen” de Bizet guerrillera, con decorados de Max Biguens, cuyos efectos se expandieron en la escena lírica europea, aún no del todo acostumbrada a esta modernidad. En el teatro Colón, además de su mencionada y última presentación con el “Idomeneo” de Mozart, hizo en temporadas anteriores “El caso Makropoulos”, de Janacek, y la “Pelléas et Mélisande” de Claude Debussy, en 1999, durante la recordada gestión de Sergio Renán.

En sus últimas visitas, sus títulos más destacados fueron “Mein Kampf” (2000), de Georg Tabori en el Teatro San Martín, una corrosiva versión de Hitler como pintor juvenil que interpretó Alejandro Urdapilleta junto a Jorge Suárez (Tabori fue un autor húngaro, extremadamente corrosivo, cuya biografía estuvo recorrida por la tragedia, sus padres murieron en Auschwitz). Esa obra duraba tres horas, algo impensable en la escena actual, tan acostumbrada a las obras breves; de cuatro años más tarde data su deslumbrante versión del clásico de Calderón de la Barca “La hija del aire”, con la española Blanca Portillo en doble papel.

En 2008 dirigió una complicada puesta de “Rey Lear” de Shakespeare, que en principio iba a interpretar Alfredo Alcón hasta que se retiró del proyecto. En aquellos días se habló de desinteligencias entre ambos aunque Alcón declaró, una y otra vez, que abandonaba porque no se sentía a la altura del personaje. Fue entonces cuando Lavelli decidió volver a convocar a Urdapilleta para un rey anciano, siempre representado por actores de edad más avanzada, e invirtió el concepto de “Lear”. Fue así como lo dijo ante este diario en esa ocasión: “Yo creo que la tradición ha cometido un grave error en esto. Lear no quiere dejar de ser rey, él quiere ser rey por toda la eternidad. Eso es lo que algunos no comprenden. El solo quiere desvincularse de toda la burocracia que rodea a su cargo, seguir siendo respetado como rey y disfrutar de más confort en su vida mientras otros le hacen el trabajo. Pero por suerte eso no funciona y emprende una intensa búsqueda, que es reveladora de su gran vitalidad. Lear no puede ser un viejo.Es una obra sobre la locura, sobre la identidad y sobre la búsqueda de sí mismo. Lear es un personaje sin límites, por eso exige un actor de gran disponibilidad. No es un personaje romántico, tampoco una víctima. Sobre todo eso. No es un personaje que vaya a humillarse ni aceptar una humillación. Ese no es el carácter de Lear.”

En una entrevista que concedió a AFP en 2015 definió su propio credo del arte al que le consagró la vida: “Me gusta la teatralidad en el teatro, la implicación absoluta del intérprete en la dramaturgia. Que no diga un texto que se sabe de memoria, sino que domine el sentido de lo que está diciendo. No me interesa para nada el naturalismo. Ni como espacio, donde prefiero una utilización global, ni como estética. Sea cual sea la escena que monto, nunca pongo un florero o un arbolito para completar un rincón. Eso plantea dificultades al actor, pero también riquezas, si tiene los elementos suficientes para adquirirlas, dominarlas e ir hacia lo más fuerte e inesperado. El teatro no es hablar, lo que tiene importancia para el actor es expresar, significar algo, entrar y salir de un mundo complejo, pero siempre sorprender. Yo sería capaz de poner en escena la guía telefónica, pero siempre pasando por la intensidad del espectáculo ya sea del amor, la violencia o incluso la elegancia.”

Marcelo Zapata

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