2 de enero 2024 - 00:00

El 2023 despejó la pista para concretar el aterrizaje suave

EE.UU. creció 2% en la primera mitad –o sea, por encima de la tasa potencial de 1,8% que estima la Fed en pleno empleo– y aceleró a 4,9% en el tercer trimestre con una intrepidez fuera de todo pronóstico.

Jerome Powell

Jerome Powell

Ni hubo recesión ni mercado bear en la Bolsa. La inflación cayó, y mucho, en 2023 sin necesidad de poner un pie en el infierno. No fue, por cierto, un año peor que el brutal 2022 como temían el Banco Mundial y el FMI. Su paso resultó, por el contrario, vivaz en exceso. EE.UU. creció 2% en la primera mitad –o sea, por encima de la tasa potencial de 1,8% que estima la Fed en pleno empleo– y aceleró a 4,9% en el tercer trimestre con una intrepidez fuera de todo pronóstico. Se debió apaciguar su marcha y no acudir al rescate como se llegó a pensar en marzo cuando la crisis de la banca regional se llevó puestas a tres instituciones: Silicon Valley, Signature y (en mayo) First Republic. En Suiza, UBS debió absorber de apuro a Credit Suisse, una entidad sistémica global. ¿Pánico financiero? Ninguno. Ni antes ni después del ramalazo de estrés. Nada sugiere que haya más zombies en circulación que los que hubo siempre (y el cimbronazo bancario fue una buena manera de cerciorarse).

La FED subió sus tasas de interés a destajo en 2022 y aminoró el ritmo una vez que se aseguró el regreso de tasas reales positivas. El último retoque, de un cuarto de punto, lo ensayó en julio. Desde marzo de 2022 las tasas de corto plazo treparon de 0,25% a 5,50% y erigieron un murallón. Ya se dijo: la economía no se mosqueó, sostenida por una sólida creación de empleo y la firmeza del gasto de consumo. Cuesta creer que la tasa de desocupación se mantenga como en los tiempos laxos de las tasas cero, pero es así. La inflación acusó todo el impacto. 2022 fue el año que vivimos en peligro. Allí hizo cumbre. Allí los bancos centrales resolvieron darle batalla. En junio alcanzó un récord de 40 años, 9,1% interanual, según precios al consumidor (7,1% conforme al deflactor de consumo). Con esas cifras, la FED no dudó en asestar cuatro sucesivos mandobles de tres cuartos de punto para derribarla. Desde entonces, la inflación declina de forma sostenida. Ayudó que se resolvieran los cuellos de botella de la oferta agregada. En noviembre, el último registro disponible, fue 3,1% (y 2,6% según el deflactor). La inflación de los bienes físicos desapareció hace meses, subsiste la de servicios. En marzo de 2022, la inflación de los precios flexibles rozó 19,7%. Hoy es -0,3%. Los precios rígidos, estacionados en un techo de 6,7% entre diciembre de 2022 y febrero, bajaron a 4,7% en noviembre. No ofrecen señales de rebeldía, pero se ajustan con lentitud y se requiere celo y paciencia para devolverlos al redil.

La FED no tiene motivo de queja. Con tasas cortas en 5,50% y una inflación declinante y cercana a 2% en el margen, lo que debe hacer es prestar atención y no intervención. Si es preciso, los mercados responden a la comunicación subiendo y bajando las tasas largas de acuerdo a las instrucciones solapadas que desliza Powell en su discurso. ¿Qué más se puede pedir? Paul Volcker lo hizo peor a fines de los años 70 y principios de los 80 cuando debió lidiar con una inflación de similar nivel (aunque más terca). La derrotó (la redujo a 4%), pero a costa de dos recesiones en tres años. Y todavía hoy es el modelo de banquero central de leyenda. Powell no subirá más las tasas y avisa que ya piensa en bajarlas. Está claro: querrá mantener la valla invicta. La recesión que no ocurrió en 2022 ni 2023 no debería acontecer en 2024, aunque Arturo Estrella diga (lo que dice la curva de rendimientos) que es 99,5% segura. Con la inflación domesticada cortará la tasa tres veces, lo que señala el mapa de puntos, o seis, lo que creen hoy los mercados. O todo lo que haga falta para el aterrizaje suave.

Como consecuencia de lo anterior, la Bolsa también rompió los pronósticos en 2023. Se sabe que anticipa, aunque no es infalible. En enero de 2022, predijo la recesión que no fue con un bear market que se adelantó un par de meses a la violenta suba de tasas. Pero en octubre de 2022, cuando la Fed seguía con el frenesí de los aumentos, le dio un voto de confianza al éxito del aterrizaje. Estrenó así el actual mercado bull. Y doce meses después resistió el vendaval de las tasas largas que lo puso a prueba con una corrección de 10%. Falsa alarma. El Dow Jones Industrial ya acuñó nuevos máximos. Sin embargo, el S&P 500 se frenó a tres décimas de punto como queriendo esperar dos años exactos para empardar la mano. No le costaba nada superar el umbral, pero se detuvo. Es un recordatorio. El optimismo uniforme reinante no garantiza ser buen consejero como no lo fue el pesimismo a ultranza. Todavía resta una tarea inconclusa de sintonía fina (y de renovar vencimientos gruesos de deuda). Conviene tenerlo presente –Powell lo sabe- si se quiere rematar la faena con acierto.

Dejá tu comentario