El joven marqués Philippe Marie Paul Leroy-Beaulieu lo tenía casi todo. Le faltaba emoción. Así que a los 17 años entró en la marina mercante como simple grumete. Un día desembarcó en Nueva York y se dedicó a conocer los EEUU trabajando en lo que fuera.
Adiós a Phiippe Leroy, aventurero en el cine y en la vida
A los 94 años murió el actor y héroe de varias guerras, que se hizo famoso en la pantalla grande por su actuación en el policial. El boquete". Luego actuó en más de 180 films.
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Philippe Leroy en la película que le dio fama mundial, "El boquete", de Jacques Becker.
De vuelta en su patria, se anotó como voluntario en el 18º Regimiento de Paracaidistas, tuvo su bautismo de fuego en la Guerra de Indochina (llegó justo para la terrible batalla de Diem BiemPhu) y su siguiente infierno en la Guerra de Argelia. Francia perdió ambas, y poco después, a causa de un complot contra el general De Gaulle, el regimiento quedó disuelto y Leroy en la calle, pero con el grado de capitán ganado en combate y tres condecoraciones: la Legión de Honor, la Cruz al Valor Militar y la Cruz de Guerra.
Ya tenía 30 años, y ningún empleo. Pero dio la casualidad que un amigo le presentó a Jacques Becker, gran director de cine que preparaba una película basada en un hecho real: “El boquete”, historia de amistad, esfuerzo y traición en un calabozo de la Santé. Figuras principales, Jean Keraudy (nacido Roland Barbat, era uno de los presos que en 1947 hicieron ese boquete), José Giovanni (ex criminal de la pesada, tras cumplir once años de condena se convertiría en novelista, guionista y director), Michel Constantin, Marc Michel y Philippe Leroy. Alto, flaco, de rasgos marcados, gestos secos y mirada firme y sobradora, no iba a pasar desapercibido. La película logró un millón de espectadores, y él empezó a recibir propuestas de otros directores.
Así fue que se convirtió en actor. Se instaló en Italia e hizo papeles chicos y ocasionales protagónicos, siempre con la misma cara, en policiales, péplums, bélicas, pasionales, muchas veces con buenos directores y en buena compañía.
Los títulos pueden dar una idea: “Los crímenes del castillo”, “Leonas al sol”, “La ley del deseo”, “55 días en Pekin” (superproducción de Hollywood filmada en Cinecittá), “Frenesí de verano”, “Sembrando la muerte”, “Amores fáciles”, y de pronto, a los 35, la fama mundial, con una de ladrones, “Siete hombres de oro”, seguida por “El gran golpe de los siete hombres de oro”, “La noche se hizo para robar” y similares. No era lindo como para convertirse en una estrella, pero cuando la gente lo veía en las publicidades compraba la entrada. Eran los años ’60, cuando en todo el mundo se llenaban las salas.
En los ’70 la RAI, RadiotelevisioneItaliana, se hizo notar en todas partes con sus miniseries de calidad. Y ahí estuvo Leroy como Leonardo Da Vinci en el admirable “Vita di Leonardo”, de Renato Castellani, y luego como Yañez, el amigo de Sandokan, en la popularísima “Sandokan, el Tigre de la Malasia” (protagonista, el galán Kabir Bedi, nativo de Lahore, que después trabajó en Hollywood y ahora sigue en Bollywood, previo paso por Buenos Aires, pero ésta es otra historia).
A Leroy lo amaban los directores comerciales más exitosos: Caprioli, Freda, Marco Vicario, FestaCampanile, Tinto Brass, Michele Lupo, Claude Zidi. También, algunos directores más prestigiosos: Franjú, Bolognini, Nicholas Ray, Zampa, Lattuada, Lizzani, Godard, Liliana Cavani, Yves Robert, Comencini, Carlos Saura, Lelouch, Magni, Yves Boisset, Darío Argento, Luc Besson, y siguen las firmas.
Y lo amaron las mujeres, como es fama. Tuvo tres matrimonios, cuatro hijos, cinco casas, todas con muebles y revestimientos de madera que él mismo hacía con sus propias manos.
Actuó en 180 películas y una veintena de series, a veces hizo de héroe, otras de antihéroe, y hasta de San Pablo, San Ignacio de Loyola, el Papa León XIII y el Papa Pio XII, para perplejidad de sus seguidores. Recibió un solo premio, el del Festival de Salerno por “Un uomo di razza”, un hombre de raza, cuando ya tenía 59 años.
Siguió actuando hasta los 88 y a los 90 festejó su cumpleaños saltando en paracaídas desde 3000 metros, como cuando era joven, pero después, cuando murió su mujer, se vino abajo. Toda la dureza de su rostro escondía la ternura de un hombre de hogar. Ya sin ganas y con 94 a cuestas, el domingo pasado se dejó morir, de puro viejo.
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