Los Amigos del Museo Moderno crearon un programa especial y, para hablar de arte, desafían la obligatoria virtualidad del Zoom y suman atractivos reales. Un buen libro de publicación propia y un excelente vino llegan a las casas de los benefactores y las clases con los expertos se vuelven charlas entre amigos.
Alberto Greco, artista "maldito" que se empieza a visibilizar ahora
Un pionero de los años 60 al que se marginó. La exposición "¡Qué grande sos!" lo reivindica.
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Greco. Las fotos vestido de monja que se tomó en Roma en 1962.
La Noche Moderna del jueves pasado estuvo dedicada a Alberto Greco (1931–1965). “¿Es acaso el artista más influyente de nuestra contemporaneidad?”, preguntaron. Imposible decirlo con certeza. Cabe aclarar, no obstante, que en estos últimos años el Moderno ha rescatado del olvido a estupendos artistas argentinos que, debido a la suerte de la institución o la indolencia de gestiones anteriores, quedaron prácticamente fuera de la historia. Greco era una ausencia notable. Debería ser popular entre el gran público y recién comienza a serlo, ahora, cuando la historia de su vida y los estudios sobre su obra están frente a los ojos de todos.
Desde los años 60 su nombre se mantuvo en la opacidad, pero su trayectoria se iluminó de repente. La visibilidad de la imponente exhibición “¡Qué grande sos!” del Moderno, el libro colmado de ensayos que reunieron y escribieron Marcelo Pacheco y Marita García, se potencia con las fotos de “La pittura e finita” y el libro “La aventura de lo real. Escritos de Alberto Greco” de la galería Del Infinito. Esta serie de imágenes de 1962 pertenece a Claudio Abate, fotógrafo que el artista conoció en Roma y lo acompañó para registrar sus acciones callejeras, graffitis que escribía en las calles llamando la atención de la gente.
Con su poderosa capacidad para expresar su arte de modo teatral y transmitir sus ideas con claridad, Greco llegó pronto al conceptualismo. El arte vivo, “contemplación y comunicación directa”, lo lleva a los vivo-ditos, acciones que inaugura en las calles de París en 1962, dibujando un círculo alrededor de la gente con una tiza. De este modo, al señalar y firmar la gente y también las cosas, se cierra la distancia entre el arte y la vida real. Javier Villa, curador en jefe del Moderno, mostró las fotos del artista junto a los carteles que mandó a pegar en 1961 y que decían: “Alberto Greco: ¡Qué grande sos!”. El curador interpreta el texto como una parodia peronista. Pero, además, lo menciona como un genuino antecedente del cartel “¿Por qué son tan geniales?”, que apareció en 1965 en la calle Florida. Allí, tres artistas, Dalila Puzzovio, Charlie Squirru y Edgardo Giménez, interpelaban al espectador.
La visión de las obras de Greco despierta el recuerdo de otras inspiradas en ellas. Las fotos de “Liliana Maresca. La conquista. 500 años. 40 artistas”, junto a, entre otros, Marcia Schvartz, Marcelo Pombo, Jorge Gumier Maier, Elba Bairon, Juan Pablo Renzi y Santiago García Sáenz, tomadas en 1991, son un abierto homenaje a las imágenes de Greco rezando y vestido de monja en Roma (1962). La audacia, el afán experimental y el fantasma de la muerte, colocan a Maresca entre los mejores herederos de Greco.
Se sabe, los estudiosos del arte aumentaron durante esta pandemia. El conocimiento estimula el gusto por lo que ven y son muchos los que advierten ahora la influencia que Greco ejerce entre sus pares. Para comenzar, Marta Minujín está emparentada con su “Kidnapenning”, un homenaje a Picasso con performers con los rostros pintados y secuestros. En 1973 Minujín presentó en el MoMA a 15 personas que aceptaron ser secuestradas mientras otras prepararon lugares extraordinarios, ya sea a un banquete elegante, la casa de un crítico de arte o al puente de Brooklyn. Greco, también en Nueva York y en 1965, había reunido trabajos de varios artistas (Christo, Alan Kaprow, Claes Oldenburg y Man Ray, entre otros) y organizó una rifa utilizando los lockers de la Estación Central.
Cada participante que compró su rifa en el Chelsea Hotel, podía encontrar arte o un objeto sin valor como premio. Con los 900 dólares de las rifas organizó una comida que recuerda la de Federico Manuel Peralta Ramos cuando gastó el dinero del premio Guggenheim. Finalmente, entre tantas filiaciones figura el “Baño público” de Roberto Plate (1968) en el Instituto Torcuato Di Tella. El público llenó el espacio con graffitis críticos a la dictadura de Onganía, gesto que significó la clausura policial del ITDT. Greco, con su carencia de límites, establecía relaciones y acciones abiertamente homosexuales en los baños públicos.
Si bien mostraba sin retaceos su talento, no escondía su promiscuidad y muchas de sus actitudes resultan perturbadoras. En la actualidad los artistas aspiran a llamar la atención. Pero, entonces, él fue el primero y su exhibicionismo lastimaba el gusto de “los burgueses” y la conservadora sociedad criolla. Dicen que le costaba permanecer en Buenos Aires.
El artista Luis Wells, su compañero durante el movimiento informalista, participó de la Noche Moderna, pero lejos de reconocer los avances de Greco hacia la contemporaneidad, puso reparos ante la vuelta a la figuración de “Las monjas”. Y ante el intento de reconocer al impulsor de la contemporaneidad argentina, las palabras de Wells se volvieron autorreferenciales.
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