16 de agosto 2001 - 00:00

Bella imagen, pero vacía de contenido

Cautiverio.
"Cautiverio".
Pocas novedades aporta este nuevo espectáculo de Omar Pacheco que da cierre a su «Trilogía del horror» iniciada con «Memoria» (1993) y «Cinco puertas» (1997). Una vez más el director hace gala de un tratamiento visual de gran refinamiento y estrechamente ligado al lenguaje cinematográfico.

Quizá no importe demasiado que en este cruce de teatro político y teatro de imágenes no haya una historia que contar más que a través de episodios cargados de dolor y violencia. Pero estos flashes de acción están tan cargados de obviedades y estereotipos que terminan convirtiendo a sus protagonistas en caricaturas del horror antes que en instrumentos aptos para representarlo.

Madres a las que les arrebatan sus hijos, seres acosados por el terror y la amenaza de tortura, son todas figuras que logran impactar sin esfuerzo ni rodeos. Pero ese desfile de monjes inquisidores con teas encendidas, de individuos desangrados o de cuerpos desnudos hacinados tras las rejas sólo remite a una estética del espanto más bien hollywoodense. La alusión a hechos recientes de nuestra historia se ve soslayada entonces por la presencia de seres grotescos que poco pueden aportar a la lectura política de la pieza.

El elenco, por su parte, cumple su labor con notable entrega, sobre todo en lo que respecta al trabajo corporal. En cuanto a sus cualidades interpretativas, resulta algo difícil hacer una evaluación ya que al uso abusivo de gritos y risas desencajadas se le suma un texto muy poco feliz, en el que se combina una lengua extraña con grandilocuentes citas en español.

La escenografía de Julio Lavallén, en cambio, resulta muy atrayente, lo mismo que la gran variedad de recursos lumínicos que embellece cada cuadro. Por todo lo dicho, «Cautiverio» es un espectáculo del que sólo puede esperarse un regodeo estético elevado, pero vaciado de contenido.
 

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