2 de mayo 2006 - 00:00

Brasil consagra gran muestra a Gorriarena

«Thriller» (2005), acrílico sobre tela (150 x 191 cm) de Carlos Gorriarena, una de las obrasque se están viendo en San Pablo.
«Thriller» (2005), acrílico sobre tela (150 x 191 cm) de Carlos Gorriarena, una de las obras que se están viendo en San Pablo.
"Hace mucho tiempo que, en el mundo, la extensión ha suplantado a la profundidad. Este desmedido auge de la teatralidad está diciendo que en nosotros cohabita una imperiosa necesidad de éxito y promoción. Es como si una fuerza irresistible nos empujara cada vez más fuera de lo que ha sido realmente lo nuestro y nos compulsara a llenar un espantoso vacío", ha señalado Carlos Gorriarena, uno de los artistas paradigmáticos del arte político en la Argentina junto con Antonio Berni.

Expone en este momento en lo de Thomas Cohn (Avenida Europa 641), uno de los marchands más sensitivos y sofisticados de Sao Paulo, y buen conocedor del arte argentino. En 2002 expusimos sus pinturas en el Museo Nacional cuando lo dirigíamos.

Gorriarena (1925), abandonó en 1948 sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes para incorporarse al alumnado de Demetrio Urruchúa. «A los 17 años de edad ingresé a la Escuela de Bellas Artes y tuve la suerte de tener dos grandes maestros, Lucio Fontana, que luego partiría para Italia, en escultura, y Antonio Berni en dibujo. A los pocos años abandoné la escuela y proseguí mis estudios con el pintor Demetrio Urruchúa, un ejemplo de vida, el 'anarquista' enrolado en un importante grupo de pintores sociales», recuerda el artista en su «Autorretrato».

Gorriarena es un destacado exponente de lo que se denomina arte político, como una forma de cuestionamiento ético de la realidad social, que constituye por sí solo un fenómeno cuyo iniciador en la Argentina fue Berni, en la década del '30.

En la obra de Gorriarena pueden distinguirsecinco etapas. Entre 1959 y 1963, hace una pintura de tipo naturalista. En una segunda fase (1964-66), bajo el efecto que en él ha producido la Neofiguración, desquicia en sus telas las apariencias humanas para alegar la situación social.

En la tercera época (1967-70), el caos empiezaa ordenarse y las apariencias a recomponerse, en sus series de «Las banderas» y de «Las bocas» y «Las comidas». El cuarto ciclo es el del arte político en pleno y se extiende de 1971 a 1982. Presenta entonces sus series «A rostro descubierto», retratos basados sobre fotos periodísticas, y «Homenaje a los reporteros gráficos de 'Time'», en el que llevaba el análisis de lo que denominaba «la incoherencia del mundo» a ciertas grandes figuras internacionales.

En sus telas y dibujos de 1979-82, Gorriarena dio cuenta de la lúgubre Argentina de la represión ilegal y el vaciamiento económico, con imágenes desgarradoras, lacerantes, indignadas. Hacia 1983, pasa a la sátira social. Acude a menudo a la ironía y el sarcasmo para abordar los poderes oficiosos: el de los hábitos regimentados, el de las ceremonias falsas, el de las modas sociales, el de los medios electrónicos, el del turismo, el de las leyendas históricas.

Son alegorías de un universo trivial, consumista, insensible, cuya existencia hace evidente con inesperados toques de alerta sobre la creciente cosificación humana. No sólo porque la galería de sus personajes integran un mundo en el cual la única manera de existir es como apariciones (término medio entre el ser y el no ser), sino también porque la crueldad de sus observaciones descarna existencias, sus arquetipos son retratos sin piedad, y sin censura, un descenso programado a los infiernos personales, a un espacio donde nada es imprevisible, pero sí inevitable.

Cultor de una imagen que surge de esta sociedad desenfadadamente violenta para él, sus figuras emergen como de las tinieblas y aparecen tensionadas por una voluntad reiterada, torturada; tal como las obras de sus colegas expresionistas alemanes y escandinavos de los años treinta, Gorriarena tiene un innato sentido del corpus pictórico. Por eso la virtud de lo que dice, está exaltada por cómo lo dice.

No le interesa la opticalidad (término con el cual Clement Greenberg define al ilusionismo pictórico dirigido solamente a la visión), le importa la relación entre el soporte y la materia. Por eso la lectura de sus obras no puede prescindir del bastidor, ni de la textura, ni de la pincelada, ni de la imagen.

Gorriarena busca su expresión por medio de una exacerbación de la línea y del color, pero lo hace también con la materia, porque ésta es la que cumple el papel que lo representa. De esto resulta el fuerte carácter barroco de sus obras y su carga estilística devuelve vitalidad al instinto, como ya lo hicieron los expresionistas o los fauves.

Si estamos de acuerdo que el expresionismo es algo más que una tendencia artística, que es una actitud que se ha manifestado muy lúcidamente en la historia del arte, no podemos dejar fuera del análisis el papel que juegan las emociones y el componente romántico de esta corriente.

Sus telas tienen una gran carga emotiva, una pasión que implica también un evidente patetismo. Todo parece referirse a un argumento común,como si se tratara de escenas cuya relación requieren de la argucia del espectador-lector. El artista canaliza un fluir de imágenes dominadas por su sentido del espacio y por su voluntad de forma, que define no por contornos sino por volúmenes construidos como piezas de un rompecabezas de emociones.

Si bien utiliza un lenguaje universal, sus personajes son locales, típicos. Por encima de sus figuraciones, de manera subyacente, en la superficie de sus pinturas hay un código abstracto de texturas, signos y movimiento, que potencian sus temas porteños en términos de metáforas y simbolismos universales. Son una invitación a reflexionar sobre las cuestiones de la imagen de masas y la imagen estética; con sus vinculaciones con la leyenda, la política y los sueños.

Reflexión que sea cual fuere la perspectiva, llevará a reconocer que este comprometido descenso a los infiernos, es un viaje de alta calidad poética. «Nuestras obras constituyen el más cruel e insobornable testimonio acerca de nosotros mismos. Delatan al milímetro nuestras cobardías, pero también refieren todas nuestras entregas sin convencionalismos», ha dicho el artista.

Es que «la realidad -añade- no se deja poseer por cualquier persona: esparce claves para ser poseída o violada. Mi intento es descubrir algunas de esas claves que nos arroja la realidad. Nosotros los pintores, más allá de nuestros ojos, somos como nuestras vidas. Cuando no poseemos la relativa libertad y valentía para afrontar las circunstancias, nos distanciamos de la vida cotidiana».

Si, como se ha dicho, todo artista verdadero es hijo de su tiempo, Carlos Gorriarena lo ha sido en plenitud. En los largos años que han mediado desde su primera exposición, en 1959, dio muchos testimonios con su obra en una Argentina azotada por las convulsiones institucionales y las turbulencias sociales. Desde 1959, hubo tres golpes militares: en 1962, en 1966 y en 1976. Y cuatro presidentes de facto terminaron derrocados por sus camaradas de armas (Onganía, Levingston,Viola, Galtieri). Pero el último gobierno castrense despeñó sobre la Argentina la noche más cruel e inhumana de una historia plagada de oscuridades, que incluyó hasta una guerra, la de las Malvinas.

Todas estas vicisitudes hallaron sitio en las telas y dibujos de Gorriarena. También lo halló el eco de un mundo donde el armamentismo y la relación de poder crecían simétricamente con el aumento de la pobreza y la marginalidad. Ese mundo devorador y devorado, a principios del XXI, sin utopías ni ideales, ha encontrado expresión cáustica y mordaz en los trabajos de este excepcional artista que cumple 80 años.

Esperamos como ha ocurrido en otras épocas, que la pintura que Gorriarena llevó a San Pablo funcione como nexo catalizador entre Buenos Aires y la gran ciudad brasileña. Allí admiran a los artistas argentinos y exponen los suyos en Buenos Aires. Una gran acción que iniciará un futuro más auspicioso entre las dos culturas de ambos países.

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