8 de junio 2020 - 00:01

En busca de un maestro de la iluminación: Pablo Tabernero

Diálogo con el cineasta Eduardo Montes-Bradley, que terminó un documental sobre su obra. Fue fotógrafo de films paradigmáticos, como "Prisioneros de la tierra" de Mario Soffici y "La Quintrala" de Hugo del Carril.

Pablo Tabernero, el gran Iluminador del cine argentino. 

Pablo Tabernero, el gran Iluminador del cine argentino. 

La injusticia de las omisiones, o de la memoria corta, suele dañar la escritura de la historia del cine argentino. Y, si se trata ya no de intérpretes o de directores sino de artistas de los rubros llamados “técnicos”, esas faltas son aun más graves. Entre los ausentes más notorios está el director de fotografía Pablo Tabernero, nacido Peter Paul Weinschenk en Berlín, hace 110 años, cuya lente en blanco y negro, proveniente de lo más puro de la cinematografía de Weimar, marcó una etapa única en la historia de nuestra pantalla.

Eduardo Montes-Bradley, cineasta argentino radicado hace años en EE.UU., acaba de terminar la película “Buscando a Tabernero”, que será una de las atracciones del Festival de Mar del Plata 2020 (si la pandemia lo permite). La película, una coproducción entre Heritage Film Project de EE.UU., Soy Cine de la Argentina, y el apoyo del Incaa, fue anunciada el año pasado en Mar del Plata cuando se entregó por primera vez el Premio Tabernero, que ganó el hijo de José Hermo, uno de los discípulos del maestro. Dialogamos con Montes-Bradley:

Periodista: ¿Cómo descubrió a Tabernero y qué lo llevó a dedicarle un film?

Eduardo Montes-Bradley: Fue por accidente. Recordaba su nombre y su labor junto a Mario Soffici y Carlos Hugo Christensen, pero habían pasado cuarenta años desde que vine a vivir a los Estados Unidos. Aquí, una vez al mes nos juntábamos para almorzar en esta distante villa de Charlottesville con don Henry Weinschenk, quien solía decir que su padre había sido un destacado director de fotografía. No era mi intención contradecirle, y guardaba silencio. Un día decidí confrontarlo y le pregunté en qué películas había trabajado su padre; me dijo que, entre otros títulos, “La Quintrala” y “Prisioneros de la tierra”, agregando entonces que su padre no figuraba como Weinschenk sino como Tabernero. Ese fue el detonador, ahí empezó todo.

P.: El título implica una búsqueda que parece imposible de completar por los múltiples aspectos públicos, pero sobre todo íntimos, de su biografía.

E.M.B.: Decidí titular el documental “Searching 4-Tabernero”, un juego al que no se presta su traducción al castellano que será “Buscando a Tabernero”. En el primer caso el número alude a los cuatro exilios de Peter Paul Weinschenk. El primero, 1918, cuando sus padres lo envían a Suiza durante la pandemia de la fiebre española. El segundo cuando se ve obligado a escapar del Tercer Reich para refugiarse en Barcelona, el tercero cuando huye del avance de Franco y recala en Buenos Aires, y el cuarto cuando tras la “noche de los bastones largos” decide volver a emigrar con toda su prole a los Estados Unidos. Todo esto yo no lo sabía. Para mí, Tabernero empezaba y terminaba como un presunto blasón del cine nacional boqueando a la sombra de los realizadores que se beneficiaron sustancialmente con su aporte. Pienso sin ir más lejos en “Prisioneros de la tierra”, en el fervor documental de aquel film donde el manejo de cámara trasunta las experiencias previas de Tabernero en el frente de Aragón junto a la columna de Buenaventura Durruti. No creo, por más admiración que le profese, que el florentino hubiera podido resolver las mismas situaciones sin la ayuda invalorable de Tabernero.

P.: Tabernero y Borges atravesaron la Gran Guerra en Suiza (uno en Arosa, muy chico; otro en Ginebra, adolescente). Ambos recibieron la influencia fuerte de sus respectivos padres en esos años. A ese lugar que es casi un no-lugar, la Suiza neutral, ¿le atribuye algún efecto en la formación de ambos?

E.M.B.: Habría que pensar también en Cortázar, su residencia en Ginebra coincidió con la de Lenin, Dada y Mussolini. En el caso de Tabernero, creo que es allí dónde aprende a disimular quién es, a ocultar su condición de judío en un ambiente hostil, pero sobre todo a mirar en blanco y negro. Su padre era arquitecto, pero en Suiza sobrevivía como xilógrafo haciendo postales del lugar para turistas y para los familiares de los tuberculosos que iban a beneficiarse del aire de las montañas. Los grabados del padre son entrañables y forman parte de un revival del grabado en Europa que gana relevancia con el movimiento de Artes y Oficios, y con William Morris. En el proceso pudimos rescatar algunas que se exhiben en el documental como antecedente formativo en Tabernero.

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P.: Se sabe que su padre renunció a la fe judía por una razón práctica: no pagar el impuesto al culto que regía en Alemania. Sin embargo, más tarde el joven Pablo recibió en Suiza una formación jesuita. ¿La negación del judaísmo tenía que ver con la discriminación de la época o con una conversión voluntaria?

E.M.B: La secularización de Tabernero comenzó con el bisabuelo que, en respuesta a los requisitos impositivos, adoptó el nombre Weinschenk, que parecía apropiado ya que la actividad familiar estuvo siempre centrada en la distribución de vinos. Después vino la guerra, las camisas pardas... no era un buen momento para salir del ropero. Más tarde, la España ultra católica tampoco ayudó mucho. De hecho, Tabernero tomó la primera comunión por conveniencia en diciembre de 1935 en la Catedral Basílica de Barcelona, documento con el que contamos y que pudo haber servido para probar su voluntad de permanecer. Existe una segunda teoría que dice que se convirtió para cumplir con los requisitos que le imponía cierto amor infortunado. Él sólo volvió a sentirse cómodo en su condición de judío en Nueva York, donde ni Hitler, ni Franco ni Onganía representaban una amenaza.

P.: Usted, en el film, parece querer ponerse en el cuerpo de Tabernero, porque llega a lugares que él recorrió con su cámara, como El Plumerillo en los Andes, aunque allí no hubiera huellas. Sólo pisar los lugares que pisó Tabernero.

E.M.B.: De no haber sido por la cuarentena que nos impuso el Covid-19 hubiera llegado hasta el Ebro para sobrevolar con mi dron el campo de batalla que el registró con su Bell&Howell. Pienso que hay que estar y caminar en los zapatos del otro, respirar el mismo aire. Me gustó imaginar a Tabernero al pie de la cordillera donde había aterrizado Eduardo Bradley con su globo trasandino en junio de 1916. No fui sólo, en el viaje me acompaño mi hijo William. Quería que se detuviera allí para respirar el mismo aire que cruza esas y muchas otras historias. Creo que la que más le impresionó a William fue la de San Martín.

P.: La etapa en Barcelona de Tabernero, cuando su trabajo como documentalista se confunde con el del miliciano, ¿marcó de otra forma su trayectoria, su estilo?

E.M.B.: Absolutamente. Él ya venía con alguna experiencia documental, pero no cámara en mano. Había ayudado a compaginar y asistido a documentalistas de la talla de Curt Oertel y Paul Lieberenz. La experiencia en Barcelona terminó de formale como precursor del documental. No creo estar exagerando, esto es algo que Fernando Birri tenía bien claro. Baste citar para ello “Fury Over Spain”, documental bélico estrenado en Nueva York antes de su llegada a Buenos Aires y que resultó en una mención destacada de su nombre en la crítica del New York Times.

P.: Las tomas de la Boca, que abren y cierran el film, dejan con las ganas de una segunda parte de su biografía. ¿La tiene en proyecto?

E.M.B.: Tabernero no es la primera biografía parcial que me condena. Pienso en “Cortázar sin barba”, aquel que llega a París donde deja de interesarme. Pienso en Milt Feldman, el prisionero de guerra al que los alemanes capturan durante la batalla de los Ardennes y cuya historia deja de interesarme después de su liberación en 1945. Las biografías son muy complejas, y el documental es un arma de doble filo. Sin embargo, no descarto la posibilidad. Creo que habría que hacer un documental sobre los 30 años de Tabernero en la Argentina, un documental que nos permita entender su proximidad a Eva Perón, su tremenda influencia sobre directores de fotografía como Félix Monti, Juan Carlos Desanzo, Ricardo Aronovich y tantos otros. Pero tal vez no sea yo el que lo tenga que llevar a cabo. Yo me siento muy cómodo con este paseo que Tabernero y yo hicimos por el siglo, siento que pude reconocerlo, darle piedra libre debajo de aquella placa de bronce sobre la que yacen sus restos en un cementerio en Nueva York.

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