Mar del Plata - Cálida, divertida, generosa, Bárbara Paz es una bienvenida sorpresa en este apagado Festival de Mar del Plata. Y su película sobre Héctor Babenco es una joya. Se titula “Babenco. Alguém tem que ouvir o coracao e dizer: Paroú” (el título de difusión en EE.UU. es menos poético: “Babenco. Tell me when I die”), acaba de ganar la sección Classics del Festival de Venecia, y significa también, de algún modo, el regreso del famoso director a su ciudad natal, de la que huyó apenas adolescente. Emocionados ante la pantalla, ahí estaban, el lunes, sus hermanos que viven en La Plata, y otros familiares. Dialogamos con Bárbara, actriz, payasa, animadora, directora y compañera del director.
Mar del Plata: un testimonio de amor a Héctor Babenco
El retrato del director de "El beso de la mujer araña" y "Pixote" fue una sorpresa en el festival.
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Periodista: Usted fue su última esposa.
Bárbara Paz: La definitiva, porque tuvo cinco. Nos vimos en una feria de libros de Paraty, había algunos conocidos en común, nos contó cuando hizo de extra en westerns spaghetti, cuando vendía nichos en un cementerio, siempre contaba anécdotas, inventaba cuentos, quedé apasionada por él. Nos apasionamos. Yo estaba sola, él estaba recién separado de una actriz que creo que fue el gran amor de su vida, y viceversa, pero lo pasaban discutiendo. Ahí fui un paliativo. Otra clase de amor, que disfrutamos durante nueve años, intercambiándonos todas las mañanas el matecito suyo con el chimarrao mío, porque soy riograndense, nuestro mate es distinto. Nueve años muy juntos.
P.: Pero le tocó pelear con la más fea...
B. P.: Sí, él ya estaba enfermo. A los 38 años recibió la candidatura al Oscar como Mejor Director por “El beso de la mujer araña”, y la noticia del cáncer. Luchó hasta los 70. Rodaba en el Amazonas “Jugando en los campos del Señor”, interrumpió tres días para operarse unos ganglios y volvió al rodaje con 40 puntos. Más adelante tuvo que recibir un trasplante de médula ósea, eso lo inspiró para hacer “Mi amigo hindú”. No paraba nunca, era un león. Cuando se sintió “un poquito cansado” hicimos teatro en San Pablo, donde vivíamos, así estaba más cerca del médico. Era óptimo director de teatro, mantuvimos dos obras cinco años en cartel, y fuimos candidatos a todos los premios.
P.: Siendo argentino, hizo obras de denuncia muy fuertes sobre la sociedad brasileña, ¿cómo lo apreciaban allá?
B. P.: Era, y es, muy apreciado. Además, “Pixote, la ley del más débil”, “Lucio Favio, pasajero de agonía”, son muy actuales, porque en 40 años nada ha cambiado. Y también era muy controvertido, porque no se callaba nada. ¡Lo que diría del gobierno que tenemos! Pero tampoco le gustaba el PT, respetaba a Lula pero le molestaba tanta corrupción de la gente del PT. En otro orden, allá en Hollywood, hace poco Meryl Streep publicó una lista de sus 20 mejores películas, y entre ellas está “El corazón es un eterno vagabundo”. Como ella, muchos artistas lo siguen reconociendo.
P.: ¿Su marido volvía cada tanto a Mar del Plata?
B. P.: Varias veces, dos de ellas conmigo. Estuvo filmando “Corazón iluminado” como el cierre de un ciclo, porque ahí evoca los festivales de cine que le abrieron las ganas de salir a conocer el mundo y convertirse en director, y vino para presentar “Carandirú”. Por entonces la madre ya había muerto, y él no quiso volver más. Ayer, con sus hermanos y Myra, la hija de su primera mujer, paseamos por su barrio de infancia, encontramos su escuela primaria, y la casa natal, que estaba arriba del comercio familiar y aún se conserva. A propósito, un día encontré sus poemas de adolescente, que guardaba en una caja como un tesoro. Resultó que antes de querer ser director quería ser poeta. Lo convencí de ordenar esos papeles y publicarlos, junto a otros que también conservaba. El mismo eligió la tapa del libro y lo publicamos justo el día de su cumpleaños. Ese fue su último trabajo. Cinco meses después, murió.
P.: La película que ahora vemos la empezaron ustedes a cuatro manos...
B. P.: Si, él tuvo la idea de filmar su propia muerte, y me daba las indicaciones, hasta que me tomó más confianza. Y yo no quería hacer una película de despedida, sino de amor a la pareja, la vida, el trabajo, el cine, amor a la mirada del ser querido, y en especial una reflexión sobre la memoria que se va perdiendo. Luego también fue una película de despedida, con una mirada dulce.
P.: ¿Por qué se iba a llamar “O corredor polonés”, si él era de ascendencia ucraniana?
B. P.: No, en Brasil “corredor polonés” no es un deportista polaco, sino el pasillo que debe atravesar un detenido mientras, desde ambos lados, la policía le va pegando palos. Él decía que su vida era como ir atravesando ese pasillo, golpeado por la enfermedad y otros pesares. Quise llamarlo así pero me dijo “Ese título no vende”. Clarísimo.
P.: Entiendo que antes de esta película usted ya hizo otros trabajos sobre su marido...
B. P.: Primero, el making de “Mi amigo hindú”. Luego, con todo lo que él me contaba hice un libro, “Mr. Babenco. Soliloquio a dois sem um”, y con lo que contaba el doctor Drauzio Varella, su médico y gran amigo, que le salvó varias veces la vida, hice el corto “Conversa con ele”. Iba a ser solo un testimonio para insertar algunos párrafos en la película, pero era todo tan bueno que no tenía dónde cortarlo y quedó como algo autónomo. Varella es médico del servicio penitenciario, ha escrito sobre carceleros, prisioneras, la vida en la cárcel de Carandirú, son libros muy bien escritos, y muy fuertes.
P.: De todos modos, su película prescinde de testimonios, se convierte en una obra poética distinta de lo imaginado, más intensa, y hermosamente íntima.
B. P.: Será que cuando usted ama mucho a una persona conoce lo más profundo de ella: sus “saudades”. Yo me quedé con ellas, y con las mías. Quedé sola en la isla de edición que tenía en casa. Durante dos años editaba algo, me ponía triste, volvía a editar, y así. Hasta que este año suspendí todos mis demás trabajos y me dediqué de lleno a terminar la película. Muchos me decían “no quieres terminarla porque, si la terminas, será una forma de dejarlo”. No, en absoluto. ¿Cómo voy a dejarlo, si lo tengo en mi corazón para toda la vida?
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