«Gershwin, el hombre que amamos». Trío de Jorge Navarro (piano), con Carlos Alvarez ( contrabajo) y Eduardo Casalla (batería), y orquesta sinfónica dirigida por Ernesto Acher. (Teatro Colón, 7 y 8 de agosto.)
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En este concierto sobresalió la emoción, fundamentalmente de Jorge Navarro, que no podía terminar de creerse el hecho de estar tocando en la sala principal del teatro Colón. La música, en cambio, se mantuvo en una medianía muy lejana a la calidad que estos mismos artistas pueden alcanzar y que han demostrado en muchas otras oportunidades.
Seguramente jugaron en contra del debut ese compromiso de estar tocando en semejante escenario y la ausencia de Baby López Furst (un homenajeado que sobrevoló todo el recital), con quien Navarro y Acher habían concebido y presentado originalmente este espectáculo en los '90. Y es probable que los resultados hayan mejorado para el concierto de anoche (se había programado un tercero para el sábado, pero fue suspendido). El repertorio elegido no admite cuestionamientos; como tampoco la decisión de tocar sin amplificación en una sala que lo permite con creces. Pensado como un tributo a la obra de George Gershwin, en «El hombre que amamos» se oyen obras inigualables, como «They can't take that away from me», «A foggy day in London town» y una selección de «Porgy & Bess» (en arreglos para trío y orquesta), « Someone to watch over me» y «Our love is here to stay» (para piano y orquesta), «I got rhythm», «Fascinating rhythm» y «S'wonderful» (para trío de jazz). También hay un único momento exclusivamente orquestal, en el comienzo, con una obertura sobre piezas clásicas de Gershwin escrita por Acher.
Las orquestaciones de López Furst -todas las interpretadas, a excepción del comienzo citado- son de una sutileza y una prolijidad muy elogiables, especialmente en el manejo de las cuerdas. En ese terreno, Acher fue un director medido y eficaz en sus marcaciones, aunque no logró sacar a la selección de músicos del Colón del plano de la corrección; y en ese mismo plano se intalaron Navarro y sus músicos.
Muy atados a las partituras, sin mayores espacios para las improvisaciones (frente a un público curioosamente poco conocedor del mundo del jazz, puesto que ni siquiera aplaudió cuando las hubo; una convención aceptada en esta música) y, como dijimos, posiblemente algo apabullados por la magnificencia de la sala, Gershwin fue elegantemente homenajeado, pero el swing no terminó de llegar.
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