19 de febrero 2002 - 00:00
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Barney adora a su esposa, pero está en plena crisis de los cuarenta y para paliar su inseguridad y sentirse más pleno no encuentra mejor solución que serle infiel a su «amable, decente y amorosa» mujer al menos una vez en su vida. Romántico e ingenuo como es, el pobre hombre está condenado al fracaso ya que, entre otras cosas, no sabe nada de mujeres.
En su primera cita -con la fogosa y nada sentimental Elaine (Patricia Etchegoyen)- Barney insiste en conversar largamente con ella antes de pasar al sexo. Como era de esperar la mujer se retira indignada.
En el siguiente episodio -el más atractivo de la pieza- el protagonista debe lidiar con una descontrolada aspirante a actriz (divertidísima creación de Emilia Mazer) mezcla de femme fatale y niña caprichosa, cuyo historial no desentonaría en una película de Tarantino.
Un tercer encuentro -esta vez con Janette (Laura Oliva) la mejor amiga de su mujer- le permite a Barney revalorizar la figura de su esposa y archivar definitivamente su berretín de latin lover.
Estrenada en 1969, la pieza basa su atractivo en las manías y tics que derrochan sus personajes y en el clima de delirio que acecha en cada episodio.
En este sentido sólo Mazer logró captar ese código manejándolo con gran entrega y creatividad.
El resto del elenco desempeña su labor con corrección, lo que lleva a pensar en una marcación de actores poco exigente o en un director que confió más en la eficaz comicidad de los textos que en el juego de tensiones y contrastes que ofrece el material.
Protagonista
Eduardo Blanco, de elogiada actuación en el «El hijo de la novia», donde interpreta al amigo actor de Darín, sale airoso en un papel por el que ya transitaron Oscar Martínez y Fabián Gianola.
El actor sabe cómo seducir al público con su aire torpe y desvalido, pero no le suma otros matices.
Por su parte, Patricia Etchegoyen aporta belleza y seducción a su Elaine, sin transmitir el desparpajo y la voracidad que requiere esta «comehombres».
Finalmente, Laura Oliva brinda una Janette muy creíble, pero de la que se esperaría algo más de locura, teniendo en cuenta las grandes dotes de comediante que posee la actriz.
«El último de los amantes ardientes» parece estar cada vez más cerca de la comedia televisiva que del teatro contemporáneo.
Tal vez ésa sea la razón que explique su masividad y creciente globalización. Sin ir más lejos, hace apenas seis años, la obra logró entrar en Taiwan con gran éxito de público.
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