«La Voz Humana» de Jean Cocteau. Dir.: M.Grandinetti. Int.: A.Muxo. Esc. y Vest.: V.Ambrosio. Ilum.: G.Córdova. (Sala «Actor's Studio»). Idem. Dir.: D.Milea. Int.: Ruth Dobel, Tobías Pratt, Ana Riveros. Esc.N. Riveros. Vest.: S.Iglesias. Ilum.: L.Rodríguez. («La Carbonera)
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"La voz humana» (1930) fue en su origen un monólogo para radio, pero su enorme potencialidad dramática sigue tentando a directores y puestistas, no sólo teatrales. Roberto Rossellini lo filmó en 1947, con Anna Magnani; Jacques Demy, en 1957, con Edith Piaf («Le Bel Indifférent»), mientras que el compositor Francis Poulenc lo transformó en ópera, en 1959. No es extraño entonces que en la abigarrada cartelera porteña (increíblemente activa pese a la crisis y al mundial de fútbol) coincidan dos puestas de esta pieza de Jean Cocteau, dirigidas por Marcela Grandinetti y Dora Milea.
Pero ¿qué clase de fascinación ejerce esta mujer aferrada a un teléfono, durante 40 minutos, en un último y desesperado intento de retener a su amante? Aún cuando muchos de sus contemporáneos le reprocharon su snobismo y su tendencia a convertir cualquier preocupación metafísica seria en una fábula extravagante, Cocteau fue un renovador y tuvo un talento extraordinario para todas las artes. En 1921, ya había escandalizado al público, imaginando un diálogo entre gramófonos («Les Maries de la Tour d'Eiffel»).
•Universal
Más tarde, encontró en el telefóno el medio ideal para la evocación del amado ausente y para criticar la alienación de la vida moderna, en la que todo encuentro es a distancia. La protagonista de «La voz humana» es más que una simple mujer entregada al llanto porque extraña a su hombre. Su monólogo es universal y encarna, más allá de la anécdota, al enamorado que sufre y se paraliza en la espera. La ausencia del ser amado es vivida como una amputación física para la que no hay posibilidad de anestesia en tanto la memoria sólo sirva para alucinar al objeto perdido. O como lo formula la psicoanalista francesa Colette Soler: «Este es el momento crucial de un duelo: un objeto perdido absorbe toda la libido. Todo lo que contaba hasta aquí, los amigos, la vida cotidiana, el trabajo, incluso los hijos, los padres, etc., todos estos otros objetos se desvanecen». Cocteau hace hablar al enamorado con todas sus contradicciones y matices y esto es algo que se destaca muy especialmente en la puesta de Marcela Grandinetti, sostenida por una actriz muy versátil como Alicia Muxo, quien conduce a su personaje hacia el humor, aportándole buenas dosis de picardía y despiste y subrayando sus estrategias de manipulación respecto a su culposo amante. La versión ofrecida por la directora Dora Milea se concentra casi exclusivamente en el perfil agónico de la protagonista, en su narcisístico coqueteo con la muerte y el vacío, lo que genera un clima angustiante y opresivo que ni siquiera puede ser alivianado con la presencia -muy poco justificada dramáticamente-de una pareja de aire tanguero dispuesta a encarnar los fantasmas que torturan a la protagonista.
La ambientación de ambas puestas ha recibido un exquisito tratamiento visual que logra transmitir la adecuada atmósfera de irrealidad que rodea a esta mujer enamorada, con la que cualquier espectador sensible podrá sentirse identificado.
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